“Cuando se llegaba a los 10 años: a trabajar en el cafetal, nada de estudiar. Pero como los guerrilleros les habían dicho a los campesinos que es bueno que empiecen a estudiar los niños, y después, si logran ganar su estudio, pueden ir a buscar su trabajito mejor pago ya por su cuenta, entonces se animó mi papá a inscribirnos en la escuela, y empecé a estudiar. Pero por el motivo que no teníamos recursos para mantenernos en la casa, no pude seguir estudiando. No pagaban los patrones, no se ganaba mayor cosa: pagaban como 25 centavos diarios, pero no pagaban cabal. A veces un quetzal o uno cincuenta daban, o si no, no pagaban con pisto; pagaban con un poco de jabón, o un poquito de dulce, y con eso había que conformarse. O pagaban con dulce de panela. Solo con eso nos pagaban. Pasó el tiempo y fui a acompañar a mi papá a la finca. Recuerdo que nos quedamos en un rancho abandonado, que era el lugar de los ganados. Ahí amarramos las hamacas para quedarnos a dormir, y en ese lugar hacía frío, temblaba uno de frío en la noche. A las tres de la mañana se levantan todos a juntar su fuego, a calentar sus tortillas. Así pasaba mi papá en la finca, cada mes y cada mes. De allí seguí estudiando, pero no seguí mucho, no llegaba mucho a la escuela por razones de falta de recursos.”
Declaración de un campesino de Izabal, don T., 63 años.
“¿Que estudien? ¡¿Estás loco?! ¿Y para qué? ¿Para que después empiecen a protestar y pedir aumento de sueldo y esas pendejadas?”
Comentario de un alto empresario terrateniente al calor de unos tragos. J., 58 años.
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