"La religión es el opio del pueblo".
Carlos Marx
I
Si tomamos whisky con agua, nos
emborrachamos; vodka con agua, también; y otro tanto ocurre con el cognac con
agua, o el ron con agua. Por supuesto, también tequila con agua y aguardiente
con agua. Conclusión obligada: el agua
emborracha. Con esa misma lógica, entonces, podríamos decir: si los cristianos
tienen dios, los judíos tienen dios, los musulmanes tienen dios, si los
bosquimanos, los mayas, los hindúes y los japoneses tienen dios, conclusión
obligada: dios existe.
Pero el problema que queremos
presentar es mucho más que una inconsistencia semántica, una falacia argumental:
dios ¿existe? He aquí una de las preguntas que más papel y tinta han hecho
circular en la historia de la humanidad. Pregunta, seguramente, muy difícil de
responder y que exige hondos desarrollos teológicos, que no son los que se
presentan en este muy modesto texto. Por lo pronto, y como dato significativo,
a lo largo de la historia de la que existe registro, se ha acuñado la
existencia de no menos de 3,000 deidades. Lo cierto, lo constatable empíricamente
es que, si algo existe, son las religiones y las iglesias. Eso nos consta; lo
otro es su presupuesto básico. Solo si existen deidades puede haber una actitud
de adoración y una institución que resguarda esa creencia. Como en tantas
construcciones humanas, importa más el edificio que sus cimientos.
Discutir en términos teológicos sobre
la existencia o no existencia de dios (o los dioses) es lo más alejado de la
intención de este escrito. De hecho esa discusión ya se ha encarado en innumerables
ocasiones y con el más estricto rigor; poco aportaría, por tanto, volver sobre
lo mismo. Por otro lado, dar argumentos convincentes afirmando o negando su
existencia nos lleva a discusiones bizantinas. Pero podemos abordar el problema
en forma elíptica: si existe o no…. sólo
dios lo sabrá (si se digna existir), mas resulta interesante ver que en
toda cultura hay alguna idea al respecto, alguna relación con lo místico,
alguna búsqueda de ¿vida espiritual podrá llamársele? Incluso en los
socialismos reales que conocimos a partir del siglo XX –primado del
materialismo histórico y dialéctico se supone–, lo religioso no terminó de
desaparecer. En Rusia, solo para dar un ejemplo, luego de siete décadas de
construcción socialista con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, su
actual presidente Vladimir Putin, criado en la más rigurosa escuela marxista, logra
imponer el capítulo divino en la constitución, y se reivindica cristiano. Esa
persistencia en la experiencia humana nos puede comenzar a dar alguna clave. ¿Estamos
condenados a adorar seres superiores, modelos a seguir, superhombres que nos
marcan el camino? Parece que aquella petición de "productores libres
asociados", autoconscientes, sin ninguna instancia superior que los
amedrente ni ejerza coerción sobre el colectivo, tal como pedía Marx, por ahora
debe seguir esperando.
En una investigación realizada en una
universidad argentina (país de tradición católica) se preguntó a los 150
integrantes de un grupo de muestra cómo representaban a dios. El 92% de los
encuestados lo refirió como un anciano varón, incluso de larga barba. Pero un
tutsi africano o un sioux norteamericano no da esa respuesta (y también tienen
dioses, y no son atrasados ni estúpidos, aunque nuestro racismo occidental así
nos los pueda presentar). Entre los dioses puede encontrarse de todo: hombres,
mujeres, hermafroditas, poderosos en grado sumo, no tan poderosos, malvados,
puro amor, vengativos, sexuados, asexuados, y un largo etcétera. Lo cierto es
que en todos los casos sus figuras son siempre perfectas, sin carencias,
absolutos. ¿No es esa la fantasía humana más preciada? Ahí está Superman como
dios moderno del capitalismo triunfal, un ser total, invencible. "Sería muy simpático que existiera dios,
que hubiese creado el mundo y fuese una benevolente providencia; que existieran
un orden moral en el universo y una vida futura; pero es un hecho muy
sorprendente el que todo esto sea exactamente lo que nosotros nos sentimos
obligados a desear que exista", pudo decir Freud. "
Valga citar en relación a esa pregunta
lo que decía el anarquista ruso Mijaíl Bakunin a fines del siglo XIX: "El ser humano creó a Dios y luego se
arrodilló frente a él. Quien sabe si también se inclinará en breve frente a la
máquina, frente al «robot»". Es decir: la idea, la representación que
cada colectivo tiene de dios, varía mucho, infinitamente: Zeus, Alá, el dios Kosi
de las selvas congoleñas, el Odín nórdico, Jehová, Buda, el dios perro
Upuaut del antiguo Egipto, la serpiente emplumada Quetzalcóatl, el dios hindú del trueno y del relámpago Indra, el dios taoista Yuan Sih T'ein Tsun….
La lista puede extenderse casi hasta el infinito, y es más que pertinente la
acotación de Bakunin (¿qué nuevas representaciones habrá?: ¿la tarjeta de
crédito?, ¿el automóvil?, ¿el ordenador? ¿El Che Guevara funciona como imagen
divina para muchos? En Argentina se fundó vez pasada la religión "maradoniana".
Diego Armando Maradona, además de futbolista, ¿es también un dios entonces? La "mano de dios" ayudó en el célebre partido
contra la selección inglesa en 1986.
II
Esta infinita babel de dioses nos alerta sobre lo
difícil de explicar quién (o quiénes) es (o son). Hasta ahora, desde que se
conoce que hay civilización humana, hay adoración de algo sobrehumano: desde el
hilozoísmo más ancestral hasta los dioses monoteístas modernos, desde el
panteísmo hasta los códigos de ética más severos custodiados por tribunales ad
hoc (hogueras y tormentos incluidos). Es quizá huero preguntar si existen
todas estas "figuras". Obviamente las ideas / representaciones de lo
sobrenatural han divergido muchísimo en las distintas culturas por lo que, como
mínimo, podríamos decir que no existe un solo dios. Cada cultura pudo inventar,
–o puede creer, para ser respetuosos de las creencias– lo que desee. Lo que es
palmario es que los seres humanos (finitos, mortales, que nos angustiamos, que
padecemos la cotidianeidad del hambre, del miedo, del frío, del enamoramiento y
la gastritis, entre otras cosas), en todo tiempo y lugar –al menos hasta ahora–
hemos necesitado de estas ideaciones que nos ayudan en el día a día: aquello
que nos explica lo inexplicable, la promesa de sanación y dicha, la
justificación de todos nuestros males y desgracias.
"Hace tiempo se creía que fenómenos como la vida, la
inteligencia o el pensamiento, por ejemplo, sólo podían explicarse por una
intervención sobrenatural. Pero la ciencia ha demostrado que no existen los
milagros, y que los fenómenos naturales pueden ser explicados por leyes físicas. (…) La naturaleza es fría e impersonal. En ese sentido,
creo que la física nos da una explicación más satisfactoria del mundo que la
religión, porque las leyes de esta última son tan rígidas que, si las cambiamos
apenas un poquito, obtenemos respuestas
incongruentes", decía Steven Weimberg, Premio Nobel de Física 1979.
Dicho en otros términos: en el mundo conceptual moderno no hay lugar para el
milagro, para el misterio. Así como no lo hay para lo demoníaco, lo satánico
malvado: las conductas incomprensibles de alguien que vociferaba solo, se
contorsionaba o insultaba sin ton ni son, en el medioevo europeo católico eran
consideradas producto de un poseído por el diablo; hoy eso se explica como
reacciones psicóticas. Evidentemente el mundo ahí está; dependiendo del punto
de vista con que se lo considere, podrá aparecer en distintas dimensiones. Los
rayos o los terremotos, por ejemplo: ¿son mensajes divinos o fenómenos
naturales?
Hasta ahora, en milenios de proceso
civilizatorio, los seres humanos nos hemos encontrado que hay muchas cosas
inexplicables (que angustian, que atemorizan, que nos hacen sentir
empequeñecidos, limitados); en el medio de un pensamiento mágico-animista, y a
falta de un pensamiento matemático-racional, para todo lo que tiene que ver con
el misterio, con lo sobrenatural, con lo mágico, los dioses –y también los
demonios–, es decir: para todo lo "inexplicable",
esas "explicaciones" religioso-espirituales ocuparon el lugar
del que hoy los desplazan los conceptos que forjan las distintas ciencias. ¿Movimiento
de las placas tectónicas o castigo de dios por nuestros pecados? ¿Enojo de los
dioses o descarga de electricidad estática generadora de pulsos
electromagnéticos? ¿Posesión diabólica o retorno en lo real como delirio o
alucinación del Nombre-del-Padre forcluido del registro simbólico? ¿Con cuál
explicación nos quedamos? ¿Cuál resulta más práctica para la vida cotidiana?
Discutir si las cosas arrojadas al
aire caen al piso por obra de la voluntad divina o por la ley de la gravitación
universal nos puede llevar a un laberinto; pero no hay duda que para la vida
práctica la segunda explicación es más útil. Los vehículos que pueden remontar
vuelo (los aviones y helicópteros, los transbordadores espaciales, las
estaciones orbitales) fueron posibles a partir de Isaac Newton, yendo más allá
de Jehová, de Quetzalcóatl o de Indra. Incluso de Aristóteles, cuya Física –palabra
sagrada para la Iglesia católica durante más de un milenio en Europa– explicaba
esos fenómenos como "búsqueda de
sus respectivos lugares naturales: aire, por ser más liviano, arriba;
las otras cosas, por ser más pesadas, abajo". De igual
manera: ¿qué explica –y permite actuar en consecuencia– más y mejor respecto,
por ejemplo, a la compulsión adictiva de un drogadicto, o un deliro psicótico: la
idea de un castigo divino o su historia personal a partir de la clave del
inconsciente?
Aquí se plantea un nuevo interrogante:
si bien es cierto que la ciencia moderna –occidental–, producto de un proyecto
antropocéntrico y racional, abre la posibilidad de un mayor y más confortable
conocimiento y manejo del mundo, ¿por qué la idea de dios (o dioses, y en
general el pensamiento mágico) permanece tan arraigada? Es ahí donde entran a
jugar las otras dos dimensiones: las religiones y las iglesias.
III
La presencia de lo sobrenatural se hace
presente a través de su institucionalización en la forma de religión (que es un
cuerpo orgánico, sistematizado, con una lógica interna); y a su vez esta
termina por consolidarse en una institución (en general jerárquica, cerrada,
con una fuerte presencia social) que se conoce con el nombre de iglesia (para
el caso, el hechicero y el saber que porta, o el Vaticano, las tradiciones
orales transmitidas de generación en generación y respetadas a la letra, o los
libros sagrados). Salvando las diferencias de presentación, en todas las
culturas aparecen estos dispositivos. Hasta incluso podría decirse que la
creencia, en su sentido más estricto, es algo de orden privado, personal: se
cree, se tiene una relación espiritual, se vivencia un dios (o varios) tanto como
se puede creer en cualquier ámbito de lo sobrenatural, de lo místico, de lo
inexplicable (las brujas, los duendes o los visitantes extraterrestres). Eso
vale para la vida cotidiana de cada quien, es una experiencia individual. Otra
cosa son las religiones y las instituciones religiosas, las iglesias, que
terminan siendo coagulaciones de poder, a veces con un inconmensurable poder
que excede lo espiritual, transformándose en teocracias con ramificaciones políticas
y económicas, o incluso militares.
Queda fuera de discusión si los seres
humanos podemos prescindir de la esfera mágica, sobrenatural: también los
científicos de la NASA pueden ser supersticiosos, usar amuletos y rezar para
que no fallen sus misiones (además de usar super computadoras, por supuesto). La
incertidumbre, la angustia de cada individuo de la especie humana, sus miedos y
sus aspiraciones, eso es lo que define a un ser humano justamente como tal,
diferenciándolo de un animal o de un robot. Y esa esfera seguirá estando ahí,
más allá de los conceptos matematizables con que la podamos manejar. Ante lo
inexplicable, ante la angustia –"lo único que no engaña", dirá Lacan– ahí seguirá estando
el pensamiento mágico. O incluso como referente moral: en el campo –amplio y
difuso– de lo que llamamos izquierdas, ello también puede darse, como
elaboración mítica, como "padre"
y modelo a seguir, con un talante casi religioso: Ernesto Guevara, el comandante
eterno Hugo Chávez, Lenin y su cuerpo embalsamado para la posteridad.
Las religiones, ya como doctrina, y
sus órganos sociales de poder: las iglesias, juegan otro papel en la dinámica
humana. Las religiones unen, ligan (eso significa etimológicamente el término, proveniente
del verbo latino religare). Las
religiones dan homogeneidad a un colectivo, a una masa, por lo que entra a
tallar ahí, entonces, la lógica del poder, fenómenos explicables a partir de la
psicología de las masas. Las iglesias –cualquier iglesia– se constituyen como
organizaciones de poder social; la separación del Estado y de la Iglesia es una
noción moderna, se puede decir que del capitalismo dieciochesco. En la historia
hemos asistido mucho más (y todavía seguimos asistiendo, en el mundo musulmán,
por ejemplo) a sociedades teocráticas, donde la religión es la fuente de poder
misma. El hechicero, el chamán, el "brujo"
de la tribu, o el Sumo Sacerdote, constituyen, o constituyeron en la historia,
la representación misma del poder en muchos pueblos, centralizando todos los
atributos.
En Occidente, lugar de nacimiento de
la ciencia moderna, la iglesia católica ha perdido mucho del poder que la
acompañó por quince siglos. Hoy día, desde el surgimiento de la ciencia luego
del Renacimiento (Galileo Galilei, Nicolás Copérnico, Evangelista Torricelli, Francis
Bacon) y con el advenimiento del capitalismo –que se globaliza con la llegada
de los conquistadores españoles a tierra americana– cada vez con mayor fuerza
los nuevos dioses (el dinero, el consumismo, la tecnología) van quitándole
protagonismo a Deus Pater. Si bien la Santa Sede no salió de escena, no
está en crecimiento. La reforma protestante dividió las aguas en Europa, el
Vaticano ya no pone y quita monarcas y sus decisiones no tienen el mismo peso
que los nuevos centros de poder, los que verdaderamente mandan al día de hoy:
las empresas multinacionales, las bolsas de valores, el Pentágono. Ya no se puede
quemar a nadie en la hoguera por herético, ya no hay brujas enviadas por
Lucifer y perseguidas por el Santo Oficio de la Inquisición. Hoy por hoy
–fenómeno que podemos encontrar no sólo en Occidente además– ante un enfermo
grave se pueden prender velas para invocar las fuerzas celestiales, pero al
mismo tiempo se consulta al médico y se le suministran medicamentos químicos. ¿En
qué cree más la gente? Seguramente en las dos cosas. Las diversas medicinas
tradicionales van quedando opacadas por la revolución científico-técnica
impuesta por el capitalismo globalizador, y por sus empresas farmacéuticas. Aunque
hoy asistimos a una reivindicación de esos saberes ancestrales (¿porque es "políticamente correcto"?),
la marcha global la establecen estos poderes cuyo dios es, ante todo, y
básicamente, el lucro.
Dada la variedad tan profunda de
experiencias culturales de la humanidad, no podríamos generalizar y decir que
en todos lados sucede lo mismo, más allá de la preconizada globalización
planetaria que nos inunda. Pero es cierto que hay tendencias: la ciencia moderna
surgida en el Renacimiento europeo llegó para quedarse, arrinconando otros
saberes tradicionales, milenarios en muchos casos, transformando la vida en un
proceso sin retorno marcada por la modernidad capitalista, hoy absolutamente
mundializada. Si bien nada hace pensar que el fenómeno místico esté por
terminarse –quizá nunca se extinga, más allá del avance tecnológico (en Cuba
socialista tiene una gran importancia la santería, compleja herencia sincrética
de catolicismo y tradiciones africanas de quienes llegaron como esclavos siglos
atrás)–, las religiones y las iglesias no marcan el ritmo del desarrollo mundial.
De todos modos, en los últimos años del siglo XX asistimos a un renacer de los
fundamentalismos religiosos. ¿Retornan los dioses?
IV
Si tal como dijimos, las iglesias
representan la estructura terrenal de la institucionalización de la esfera
espiritual de los humanos, el fenómeno de su fortalecimiento como organizaciones
mundanas en estas pasadas décadas nos abre preguntas no tanto teológicas sino,
en todo caso, políticas y sociales. Donde vemos con mayor claridad este
despertar es en el Islam y en las nuevas iglesias neoprotestantes,
especialmente difundidas en Latinoamérica. Religiones e iglesias que, en su
versión fundamentalista, terminan despreocupándose de lo terrenal poniendo el
acento en un más allá concebido como paraíso.
En relación al "pretendido" fundamentalismo islámico, nos dice el politólogo pakistaní
Lal Khan: "este virulento fundamentalismo es la culminación reaccionaria
de las tendencias que en la época moderna, caracterizada por la política y la
economía mundiales, intentan recuperar el islamismo. En los años cincuenta,
sesenta y setenta en el mundo musulmán existían corrientes de izquierda
bastante importantes. En Siria, Yemen, Somalia, Etiopía y otros países
islámicos, se produjeron golpes de estado de izquierdas, y el derrocamiento de
los regímenes capitalistas-feudales corruptos llevó a la creación del
bonapartismo proletario o estados obreros deformados. En los demás países
también hubo movimientos de masas importantes encabezados por dirigentes
populistas de izquierda. En el clima de la Guerra Fría algunos de estos
dirigentes, como Gamal Abdel Nasser, incluso desafiaron al imperialismo
occidental y llevaron a cabo nacionalizaciones y reformas radicales. A partir
de ese momento, una de las piedras angulares de la política exterior
estadounidense fue organizar, armar y fomentar el fundamentalismo islámico
moderno como un arma reaccionaria contra la insurrección de las masas y las
revoluciones sociales. (…) Después de la
derrota de Suez los imperialistas dieron prioridad a esta política. Gastaron
ingentes sumas de dinero en operaciones especiales dirigidas por la CIA y el
Pentágono. Suministraron ayuda, estrategia y entrenamiento a estos fanáticos
religiosos. La mayor operación encubierta de la CIA en la que ha estado
implicado el fundamentalismo islámico ha sido en Afganistán."
Todo hace pensar que se manipula ahí
la vena religiosa: ante la pobreza, el agobio, la exclusión histórica de
grandes masas populares (es lo que sucede en países árabes y latinoamericanos),
la religión cumple el papel de bálsamo (¿"opio del pueblo", como la conceptualizara Marx?). ¿No habrá en estos
fundamentalismos agendas políticas de los centros de poder que buscan ese
compromiso total de feligreses y su olvido de los problemas terrenales? ¿No es
un poco llamativo que en un mundo de avances científico-técnicos se incentiven
conductas sociales fanáticas, sectarias, antitolerantes, que van en contra de
los derechos humanos tenidos por universales y como pasos de mejoramiento en la
humanidad? ¿No era el ecumenismo un avance en el espíritu intereclesial hacia
la segunda mitad del pasado siglo, en búsqueda del respeto hacia toda creencia,
en nuestra casa común el planeta Tierra?
Este despertar fundamentalista, este
auge de un espíritu sectario "disfrazado"
de religioso que, curiosamente, aparece al mismo tiempo en "zonas
calientes" del mundo ("calientes", es decir:
problemáticas para la geoestrategia de la gran potencia capitalista que se
siente dueña del planeta y con el destino manifiesto de guiar a la humanidad)
tiene una total dimensión política. El Documento de Santa Fe II, por ejemplo,
surgido de los halcones ultra conservadores de Estados Unidos, es un claro
programa político de apoyo al neopentecostalismo en Latinoamérica para frenar
el avance de la Teología de la Liberación católica, con su "opción
preferencial por los pobres". No quedan dudas que, disfrazada de
religiosa, se presentifican ahí agendas políticas. Y otro tanto puede decirse
del llamado "fundamentalismo musulmán", que preparó el terreno para
las guerras preventivas de Washington (agenciándose el petróleo de Medio
Oriente). Las iglesias juegan ese papel ultra reaccionario absolutamente
funcional al sistema capitalista.
¿Han querido los dioses esta
intolerancia y este fanatismo, o hay poderes muy terrenales –con abultadas
cuentas bancarias y usuarios de la más moderna tecnología, con bombas
inteligentes y armas nucleares, y ahora con el uso de las tecnologías 5G– que
se favorecen de este fundamentalismo espiritual? Por otro lado, si dios (o los
dioses) existen: ¿podrían estar de acuerdo con guerras en su nombre?
Esta última pregunta nos retrotrae a
la primera: ¿dios existe? En nombre de los dioses –cualquiera sea– se han
cometido las peores crueldades a lo largo de la historia: guerras, saqueos,
sacrificios humanos, torturas, las Cruzadas, la conquista de América. Si dios
(o los dioses) no fueran, como dijo Bakunin, "una creación humana", ¿por qué no se ponen de
acuerdo y nos ahorran tantos, pero tantos, tantísimos sufrimientos a los
mortales?
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