“Se benden tortillas”, “Pinchaso”, “No horinar aquí”,
“Se hasen valcones”. Anuncios así no
nos sorprenden; por toda la geografía nacional los encontramos. Incluso en más
de algún aparato público puede leerse tranquilamente “Telefono”, sin tilde. Y aún más: en un cuadro del presidente Juan
José Arévalo se ve en su banda presidencial la palabra “Livertad”. ¿Somos unos brutos que no sabemos escribir? La cuestión
es más compleja.
Sin
dudas en Guatemala, pese a un Nobel de Literatura (Miguel Ángel Asturias), un
Príncipe de Asturias (Tito Monterroso), un Premio Internacional Juan Rulfo
(Mario Monteforte Toledo) –grandes galardones de las letras mundiales– la
ortografía es aún una asignatura pendiente. Casi el 20% de analfabetismo
abierto, más allá las mencionadas luminarias literarias, no augura sino más
faltas de ortografía. Ahora bien: ¿es grave eso?
Retomando
lo que dijeron otros grandes literatos de la región, el uruguayo Mario
Benedetti por ejemplo, podemos pensar algo más integral, más superador del
asunto: “Los escritores latinoamericanos
deberíamos dedicarnos a analizar otras cuestiones más importantes que afectan
nuestra lengua, entre ellos, la alta tasa de analfabetismo que soporta la
región”. O, como planteara el colombiano Gabriel García Márquez: “¡Juvilemos la hortografía! [Debemos] hacerla más humana, afable, familiar. (…)
que se busque fin a ese tormento que
padecen los hispanoparlantes desde la escuela”.
En
realidad, la pregunta de fondo debería a apuntar a lo que señala Benedetti, o
más aún, al meollo que está en juego en todo esto: ¿hasta dónde son necesarias
esas tediosas reglas ortográficas? ¿Qué agregan ellas de verdaderamente
positivo a la vida?
Seguramente
decir esto traerá como reacción inmediata una andanada de críticas (viscerales
en muchos casos) defendiendo a capa y espada la ortografía. El debate, por
cierto, no es nuevo. De hecho circula por allí un Manifiesto contra la
Ortografía, donde se llama a su olvido para “dejar
que todos podamos tener el derecho sagrado de escribir como nos dé la real gana
y no como los académicos de la lengua española, en uso de su anacrónico y
monárquico poder quieren que escribamos”.
Ahora
bien: tomando la posición de quienes la adversan (que además de García Márquez
son otros muchos buenos escritores): ¿qué aportaría en el rótulo “hasen” en lugar de “hacen”? ¿Habría más “livertad” si la escribimos con b
alta? ¿Dejaríamos de “horinar” en la
calle si el rótulo fue escrito sin h?
¿Para qué se mantiene la ortografía?
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