“Los
abuelos deberían sacrificarse y dejarse morir para salvar la economía”.
Dan
Patrick, vicegobernador de Texas
“Somos
olas del mismo mar, hojas del mismo árbol, flores del mismo jardín”.
Inscripción
en las cajas con material médico chino enviadas a Italia
La pandemia de coronavirus que está afectando a buena parte de la
humanidad va para largo. Sin dudas, constituye un fenómeno de suma importancia
en la historia: el mundo ya no será igual cuando termine todo esto. ¿Cómo
será?, no está claro. Pero sin dudas, dada la magnitud de los hechos, se
avecinan transformaciones.
Mucho se ha dicho sobre la pandemia propiamente dicha, y mucho
también sobre los posibles escenarios que le sucederán. Por lo pronto, nadie
puede asegurar cómo seguirá la situación. Contrariamente a las primeras
conjeturas que pudieron hacerse hace unas pocas semanas, los lugares más
afectados hoy son Europa y Estados Unidos, el corazón del capitalismo
desarrollado mundial (Ver recuento de la situación: https://www.covidvisualizer.com/?fbclid=IwAR0PkwV5R55iuuCcgqS0JNnuhoBX0QWU5WpjiaD9NlkEWDDsAitzwLY0HSc).
Los países con menores recursos -la mayoría de la población global- de momento
no presentan niveles alarmantes de contagio. De todos modos, no debe dejarse de
considerar que los subregistros en esas zonas más empobrecidas del planeta
suelen ser muy altas, justamente por la carencia crónica de recursos
(probablemente los datos reales sean mucho más alto de los que oficialmente se
consignan). De momento, sin embargo, los países de capitalismo más desarrollado
exhiben los índices más preocupantes. Ello podría deberse a la alta movilidad
de su población, que tiene los recursos para viajar mucho más profusamente, y
así contraer y expandir el virus.
No deja de ser llamativa la forma en que apareció esta nueva “plaga
bíblica”, lo cual, para muchos investigadores serios, abre preguntas de momento
poco esclarecidas (http://diariodetierra.com/la-histeria-interminable/)
Según el periodista español Javier Aymat, “Wolfgang Wodarg,
reputado epidemiólogo y expresidente de la Comisión de la Salud del Consejo de
Europa, Manuel Elkin, descubridor de la vacuna contra la malaria y Pablo
Goldsmith, prestigioso virólogo, entre otros muchos científicos, cuestionan la
ola de pánico creada en torno al coronavirus y las medidas desproporcionadas y
contraproducentes que se están tomando” (…) “¿Cómo pudimos sobrevivir [en
España] el año pasado a 525.300 enfermos de gripe frente a 25.000 de
coronavirus y 6.300 muertes (de gripe) frente a 1.350
muertes (de coronavirus) sin paralizar el país? ¿Y cómo lo sobrellevamos
en 2018 que hubo 800.000 casos de gripe y 15.000 muertes?” El
científico colombiano Manuel Elkin llama la atención sobre “la desproporción que supone que la malaria aflige entre 230 a
250 millones de personas al año y, de ellos, mueren de 1.250 a 1.500 al día”.
(…) “Paremos
un poco esa histeria colectiva. Desde el principio de la enfermedad del
coronavirus nos metieron un pánico excesivo; es una enfermedad a la que
hay que ponerle cuidado, pero no para una histeria colectiva que no sirve para
nada”. Sin dudas, en términos clínicos, esta nueva afección
puede ser grave; su gravedad, sin embargo, radica no tanto en las consecuencias
en la salud de cada afectado (su índice de letalidad es bajo comparado con
otras enfermedades: no supera el 4%, en tanto son mucho más dañinas la
tuberculosis, la malaria, la hepatitis B, entre otras) sino en la velocidad de
su propagación. De todos modos, está claro que es de tenerse en consideración,
como cualquier enfermedad, por cierto. Pero ¿no abre preguntas esta disparidad
en los datos vistos en términos epidemiológicos? (el coronavirus, según datos
de la Organización Mundial de la Salud, es la 15a dolencia en
términos de letalidad, por detrás de la tuberculosis, la malaria, la hepatitis
B, el VIH-SIDA, la tifoidea, el cólera, etc.)
En
esa línea (¿visión conspirativista?, ¿lectura paranoica de la realidad?) se ha
dicho que los genomas de coronavirus aparecidos en Irán e Italia -dos de los
países con mayor número de infectados- fueron secuenciados, concluyéndose que no
pertenecen a la misma cepa de virus que infectó a la ciudad china de Wuhan. Llamativamente,
ambas naciones están enfrentadas -en diverso grado- a la geoestrategia de
Washington: Irán, por su Revolución Islámica anti-estadounidense, e Italia, por
ser el único país de la Unión Europea que firmó convenios con China para
participar en la Nueva Ruta de la Seda.
Del mismo modo, abre
interrogantes el llamado Evento 201 (https://kaosenlared.net/el-coronavirus-se-ensayo-mediante-un-simulacro-de-pandemia-en-septiembre-de-2019-en-un-hotel-de-nueva-york/) que tuvo lugar en la ciudad de Nueva
York el 18 de octubre de 2019, patrocinado por la Fundación Bill y Melinda
Gates -principales financistas de la Organización Mundial de la Salud, la
OMS-, donde participaron el Foro Económico Mundial, la CIA, Bloomberg, la
Fundación John Hopkins y la ONU. Tal evento, llamativamente, consistió en un
ensayo de simulacro de una pandemia mundial causada por un supuesto virus
mortal. Dicho encuentro ocurrió un mes antes del inicio del brote en China.
Quizá pura coincidencia…, pero no deja de ser significativo. El analista
político dijo del
evento haciendo su lectura crítica: “Hay quien instruyó la idea de una pandemia mundial,
alguien que la ejecutó y alguien que vio una oportunidad. Probablemente sean
las mismas personas”.
Los mortales de a pie, quienes no tenemos la mayor parte de la
información y solo podemos manejarnos con las noticias oficiales -que,
felizmente, podemos intentar leer críticamente- sabemos solo lo que los medios
de comunicación comercial nos transmiten. Y ahí se encuentra, básicamente, este
mensaje casi apocalíptico de esta nueva enfermedad. Si es realmente una
pandemia tan mortífera o no, nosotros, los mortales comunes, no lo sabemos. Si
hay agenda oculta tras todo esto, no lo sabemos, y probablemente no lo sepamos
nunca. Es probable que pueda ser una mutación natural de un virus que dio como
resultado un agente patógeno altamente transmisible, y que las medidas de
aislamiento tan drásticas que se están tomando sean las necesarias. Las
preguntas esbozadas más arriba, amén de poder ser vistas como de talante
paranoico, no deberían dejar de plantearse, porque hay cosas que no cuadran. Si
eventualmente hubiera agenda oculta, ¿a quién conviene? Según algunas posturas,
la mega-industria farmacéutica
(https://www.youtube.com/watch?v=8XEmiXPtUd4)
estaría detrás, preparando la vacuna contra la temible plaga. ¿Cómo saberlo? Insisto:
los mortales de a pie repetimos lo que nos dicen los medios masivos de
comunicación. Lecturas críticas de estos fenómenos, como la propuesta por Peter
Koenig (https://es.news-front.info/2020/03/13/la-pandemia-del-coronavirus-covid-19-el-verdadero-peligro-es-la-agenda-id2020/?fbclid=IwAR2T7QkzX598D62Wd_W1GAxbD_cmOdU-5d2q_sJDkjc6jgB4HYOCLdU-Zdc),
nos recuerdan que las cosas no solo son como nos dice la corporación mediática
mundial. Si el medicamento cubano utilizado en China fue efectivo, pero no se
usa masivamente (los capitales occidentales lo impiden, aunque ya 15 países lo
están solicitando), ¿será que realmente se está esperando la vacuna que traerán
las multinacionales presentes en el Evento 201? Imposible decirlo con
exactitud. Si corporaciones de Estados Unidos tienen que ver con todo esto, no
estaría claro por qué en ese país la infección se disparó tan letalmente, lo
cual echaría por tierra la hipótesis conspirativa. ¿O no? Si pensamos en
eventos que han ocurrido (Pearl Harbor, caída de las Torres Gemelas), no
podríamos estar tan seguros de desecharla. El COVID-19 existe y mata gente. De
eso no caben dudas. Pero… ¿y después?
No es ninguna novedad que los grandes acontecimientos de la humanidad
son decididos a puerta cerrada por pequeños, muy pequeños grupos detentadores
de enormes poderes. Las grandes masas vivimos desconocedoras de todo ello. En
abril, por ejemplo, debían comenzar los ejercicios militares Defender
Europe 20 (https://www.iniseg.es/blog/seguridad/defender-europe-20-ejercicio-militar-transnacional/),
llevados adelante por Estados Unidos y las fuerzas de la OTAN. Esa era la
maniobra militar más grande y provocativa de las últimas décadas, comenzando la
movilización de 37.000 elementos con el más sofisticado armamento pesado de
última tecnología por varios países europeos en marzo, preparatoria de una
respuesta ante una “eventual amenaza” (¿rusa?), prolongándose desde abril a
junio. Lo llamativo era que toda esa masa humana movilizada, en medio de la
epidemia de coronavirus ya desatada en Europa, no portaba mascarillas ni
ninguna medida de protección. La población, por supuesto, no fue informada de nada
de esto. Finalmente, por presiones políticas diversas, el ejercicio se
suspendió. Prácticamente nadie estuvo enterado del evento (¿preparativos para
un ataque contra Rusia?). De esa manera se manejan los acontecimientos que
conmueven al mundo y marcan la historia. Las poblaciones, desde ya, siempre al
margen.
Lo que sí está claro es que la aparición del COVID-19 marcó un punto
especialmente tenso de la relación entra las dos actuales potencias mundiales:
Estados Unidos y China. Las acusaciones mutuas no faltaron ante la aparición
del nuevo virus: que fue un arma bacteriológica desarrollada por el Pentágono
para frenar el ascenso chino en el mundo, por un lado…, que fue un arma
biológica de China escapada de control en un laboratorio en la ciudad de Wuhan,
por otro. Aunque ninguna hipótesis pudo ser claramente demostrada, y las
evidencias científicas indican -al menos de momento- la mutación de un virus
que se volvió especialmente peligroso, no tanto por su letalidad sino por su
rapidez de propagación, toda la parafernalia creada en torno al COVID-19 es un
claro indicativo de la situación de tensión que se vive entre las actuales
potencias. El enfrentamiento chino-estadounidense está marcando, cada vez más,
las primeras décadas del actual siglo. La guerra comercial ¿inexorablemente terminará
en guerra militar?
Como hipótesis muy fuerte en cuanto a la aparición del nuevo virus se
encuentra la cría industrializada de animales hasta hace poco silvestres, lo
cual se da en China. Si bien tampoco eso explica terminantemente la aparición
de tantos nuevos virus que en estas últimas décadas vienen dándose (gripe
aviar, SARS, MERS), habría allí un campo propicio para esas mutaciones que
luego llegarían a la especie humana.
Algo que igualmente sí está por demás de claro es que el sistema
capitalista global, liderado hoy por Estados Unidos, está en una situación de
profunda recesión, de “enfermedad” peligrosa. Quizá no mortal (siempre quedan
las guerras como “válvula de escape”), pero sí sumamente grave. “Si algo con
una tasa de mortandad relativamente baja como el coronavirus, de entre un 1 y
un 4%, en comparación con el 50% del ébola, puede ocasionar semejante daño a la
economía global, quizá es que el paciente estaba sufriendo ya de algún tipo de
dolencia previa”, expresó John Feffer, director de la revista especializada
Foreign Policy In Focus.
Efectivamente, el sistema capitalista está gravemente enfermo. Pero
en realidad, es una enfermedad crónica, incurable, congénita, que afecta su ADN
constitutivo. Como sistema, beneficia a muy pocos a partir de la explotación -y
el consiguiente sufrimiento- de muchos. Además de la más que minúscula cantidad
de super ricos que manejan el mundo (el 0.0001% de la población global), el
considerado 15% de población planetaria que goza los beneficios de ser “clase
media” asienta en la pobreza del 85% restante a escala mundial. Sin ningún
lugar a dudas, ese sistema está estructuralmente enfermo. Prefiere matar gente
antes que perder ganancias empresariales; prefiere sacrificar la naturaleza, la
casa común de la humanidad toda, en nombre del lucro, contaminando y haciendo
cada vez más difícil la vida de todas las especies. Prefiere arrojar comida a
la basura (mientras el hambre sigue siendo el principal flagelo, ¡infinitamente
mayor que el coronavirus!: 113 millones de personas murieron de hambre y 143
millones de personas estaban cerca de perecer por este motivo en 2018, según
informa Naciones Unidas), que dejar que bajen los precios de las mercancías. Como
sin ninguna vergüenza lo dijo el presidente Donald Trump: “Nuestro país no
está diseñado para cerrar, no podemos dejar que el remedio sea peor que la
enfermedad”, llamando a terminar rápidamente las medidas de contención
de la actual epidemia como el confinamiento forzoso, promoviendo así la
economía sobre la humanidad, beneficiando la ganancia empresarial sobre la
seguridad humana. O, como sin el menor descaro lo expresara Dan Patrick,
vicegobernador del Estado de Texas: “Los abuelos deberían sacrificarse y dejarse morir para
salvar la economía”. El presidente de Brasil, Jaïr Bolsonaro -buen aliado
(¿perro faldero?) de Washington- va por la misma senda, pidiendo ir a trabajar
a la masa asalariada carioca abandonando el encierro.
Las usinas mediáticas
del sistema pretenden mostrar la crisis económica actual -de la que casi no se
habla en los medios- como una consecuencia de la pandemia que golpea a la
población mundial. Pero, más allá de la descarada mentira urdida, lo que queda
claro es que el capitalismo está haciendo agua. Y, como siempre, quienes pagan
las consecuencias, son las grandes mayorías más desprotegidas, las clases
trabajadoras (asalariados varios, campesinos, amas de casa, sub-ocupados). La
actual crisis financiera -peor que la del 2008- pasa algo desapercibida por la
emergencia sanitaria que se vive; pero ahí está, golpeando inmisericorde. El
prestigioso politólogo belga Eric
Toussaint (http://www.cadtm.org/La-pandemia-del-capitalismo-el-coronavirus-y-la-crisis-economica)
lo expresa sin cortapisas: “Aunque haya una
relación innegable entre los dos fenómenos (la crisis bursátil y la pandemia
del coronavirus), eso no significa que no es necesario denunciar las
explicaciones simplistas y manipuladoras que declaran que la causa es el
coronavirus. Esa explicación mistificadora es una trampa destinada a desviar la
atención de la opinión pública, del 99 %, del rol que tuvieron las
políticas llevadas a cabo a favor del Gran Capital a escala planetaria y de la
complicidad de los gobiernos actuales”.
“Esta crisis es el enésimo ejemplo del fracaso del
mercado, al igual que lo es la amenaza de una catástrofe medioambiental. El
gobierno y las multinacionales farmacéuticas saben desde hace años que existe
una gran probabilidad de que se produzca una grave pandemia, pero como no es
bueno para los beneficios prepararse para ello, no se ha hecho nada”, expresó recientemente Noam Chomsky a un medio alternativo italiano.
Aunque haya intereses en ocultarlo, la
crisis sistémica del gran capital occidental (estadounidense, británico,
europeo en su conjunto) es innegable. “Declaramos oficialmente que la
economía estadounidense ha caído en recesión, uniéndose al resto del mundo, y
esta es una reducción muy profunda”, dijo la funcionaria del Bank of
America -uno de los más grandes del mundo, de origen estadounidense- Michelle Meyer. “Se perderán empleos, se destruirá
la riqueza y se deprimirá la confianza”, sentenció. Es ampliamente probable
que ahora sí los Estados -debilitados hasta el cansancio por los planes
neoliberales de las últimas décadas- salgan al rescate de los grandes capitales
(se socializan las pérdidas y se privatizan las ganancias). Según los cálculos econométricos que llegan de Wall Street, “de
acuerdo con los resultados del segundo trimestre de 2020, la economía de Estados
Unidos colapsará en un 12% del PIB trimestralmente, y para fines de año
disminuirá en un 0,8%”. El panorama, como queda claro, se evidencia
sumamente complejo, y según son las cosas en el capitalismo, los que siempre
pagan las crisis son los pobres.
Junto a este descalabro bursátil de un capitalismo cada vez más centrado
en las finanzas y la especulación, viene a darse esta fenomenal pandemia. Una
cosa potencia la otra. La principal economía mundial, Estados Unidos, por su
misma composición estructural de paraíso del libre mercado, ha ido adelgazando
cada vez más su Estado nacional. La salud de su población no es un derecho
humano, una necesidad básica, sino una mercancía más. Por eso la actual
pandemia golpea con la fuerza que lo está haciendo. Evidentemente la República
Popular China, con un Estado manejado por el Partido Comunista, con un ideario socialista,
aún con su compleja formulación de “socialismo de mercado”, ha dado una
respuesta infinitamente superior a la estadounidense o europea.
No solo a lo interno de su país China ha estado a la altura de las
circunstancias, sino que ha demostrado -junto con Cuba socialista y Rusia- una
actitud muchísimo más solidaria que la frialdad del capital dominante en el
mundo del “libre mercado”. Cuando el primer caso de coronavirus aparecido en la
ciudad china de Wuhan se hizo público -por cierto, no sin demoras, lo cual
evidencia que allí la democracia popular no está aún desarrollada-, en el
gobierno de Estados Unidos se vivió una cierta alegría -no hecha manifiesta
públicamente, claro- por esa desgracia. Algo así como la “alegría” -nunca
expresada abiertamente- de buena parte de la humanidad cuando cayeron las
Torres Gemelas en Nueva York en el 2001. En otros términos: alegría por la
desgracia ajena, para el caso norteamericano, desgracia de los siempre
agraciados. En Estados Unidos ahora se llegó a decir el “Chernobyl chino” (y
seguramente más de uno se habrá frotado las manos con una sonrisa de oreja a
oreja).
Pero China reaccionó -luego de un primer momento de
cavilaciones- de un modo ejemplar. El Partido Comunista habló abiertamente
-cosa que jamás se dijo por los medios comerciales capitalistas- de una “guerra
popular” contra el virus. Y la guerra popular -que recuerda la Larga Marcha con
que Mao Tse Tung triunfara en la Revolución Socialista de 1949- dio frutos. En
un relativamente corto tiempo, con una movilización espectacular de toda la
población -medidas super estrictas de aislamiento, seguimiento con las más
modernas tecnologías comunicacionales de toda la población, vigilancia
epidemiológica a la más alta escuela, construcción de tres ¡tres, no solo uno,
como se dijo en Occidente! hospitales de alta complejidad en un escalofriante
tiempo récord- las autoridades chinas superaron el brote. Cosa que no pudieron
hacer ni en Europa ni en Estados Unidos.
Más allá de las acusaciones
estadounidenses de “irresponsabilidad” a los chinos, de “haber puesto en riesgo al mundo con su incompetencia”, y descalificaciones
de bajeza moral (“China es atrasada porque consume carne de animales silvestres
de donde provendría el virus”), el país asiático no solo superó la crisis, sino que se permitió
ayudar magnánimamente a buena parte del mundo ante la pandemia. Mientras clausuraba 16 hospitales de emergencia en Wuhan,
enviaba 250.000 mascarillas y cuatro
expertos en control epidemiológico a Irán -golpeado no solo por el coronavirus
sino, fundamentalmente, por las sanciones económicas de Washington-, más 1.000 ventiladores
pulmonares, dos millones de mascarillas ordinarias y 100.000 mascarillas de
alta tecnología a Italia.
“Italia
ya ha pedido que se active el Mecanismo de Protección de la Unión Europea para
el suministro de equipos médicos para protección individual, pero por desgracia
ni un solo país europeo ha respondido a la llamada de la Comisión, únicamente
China ha respondido bilateralmente”, dijo el representante permanente de
Italia ante la Unión Europea, Maurizio Massari. “Ciertamente, esto no es un
buen signo de solidaridad europea”, agregó. El presidente serbio Aleksandar
Vucic también lo expresó: “El único país que puede ayudarnos es China. Hasta
ahora, todos ustedes han entendido que la solidaridad europea no existe. Nunca
ha sido más que un cuento de hadas en papel”.
En estos tiempos de crisis,
mientras el presidente Trump pide terminar rápidamente la cuarentena y volver a
producir (¿qué pensará hacer con los 28 millones de personas sin seguro médico que viven en el
país?), China ha donado más de un
millón de máscaras y otro material médico a Corea del Sur, 5.000 trajes
protectores y 100.000 máscaras a Japón y 12.000 kits de detección a Pakistán,
mientras ponía a disposición de la población mundial un pormenorizado manual (http://mppre.gob.ve/etiqueta/the-coronavirus-prevention-handbook/), traducido a numerosas lenguas, para la atención
del COVID-19.
En este escenario, la presencia mundial de China se agiganta.
Mientras la Casa Blanca intentaba sobornar a científicos germanos que trabajan en la empresa de
biotecnología Curevac, con sede en Turingia, Alemania, ofreciendo 1.000
millones de dólares para desarrollar la vacuna anti COVID-19, contando con
“reservar” la misma para ser utilizada “sólo en los Estados Unidos”, o mientras
reelegía en medio de la crisis a Luis Almagro como Secretario General de la OEA
-su buen “perrito faldero”-, o mientras declaraba “narcotraficante
internacional” al presidente venezolano Nicolás Maduro en un intento más por desestabilizar la Revolución Bolivariana-,
China -y en menor medida Cuba socialista facilitando el medicamento antiviral
Interferón Alfa 2B, de probada eficacia, y Rusia ofreciendo personal médico y
logística ¡y no 37.000 soldados como en las maniobras militares de marras!- mostraban
otra cara: una cara de solidaridad. “Somos olas del mismo mar, hojas del mismo árbol, flores
del mismo jardín”, se puede leer como inscripción en las cajas con material
médico que China donó a Italia.
Después de todo esto, la alianza chino-rusa se fortalece más que
nunca. En medio de la formidable crisis bursátil que golpea al capitalismo
global y la fenomenal caída de los precios del petróleo que incide negativamente
ante todo en las empresas estadounidenses, productoras de un petróleo más caro
como es el de esquisto, la Federación Rusa -uno de los principales países
petroleros del mundo- sale victoriosa, y China se favorece de ese precio
abaratado, en tanto es su principal comprador. De este modo, el mundo parece
comenzar a escribirse en clave chino-rusa y no tanto en inglés. ¿Caerá
prontamente el dólar? Se entiende así por qué en Estados Unidos más de alguno
se alegraba con el inicio de la infección en China.
Fuera de toda la interminable parafernalia que acompaña esta pandemia
de coronavirus (miles y miles de memes, recetas caseras, pronósticos agoreros,
predicciones varias, chistes, oraciones, pedidos de perdón y supuestos leones
lanzados por Vladimir Putin a las calles de las ciudades rusas para forzar el
encierro), la misma pasará. Aún no está claro cómo evolucionará, cuántos
muertos dejará y qué seguirá después. Sin dudas, habrá cambios en el panorama
geopolítico y en la cotidianeidad de la vida en cada rincón del planeta. Como
van las cosas, nadie puede asegurar que esto estuvo planificado. De igual modo,
nadie puede vaticinar qué seguirá. Se habló de un Nuevo Orden Mundial (https://www.youtube.com/watch?v=d1kfZ9n-XyA&feature=youtu.be)
post
pandemia; una nueva configuración ya no basada en la globalización neoliberal
sino en un mayor proteccionismo nacionalista. Es probable. La fortaleza de
China, en este momento, en buena medida se debe justamente a esa globalización.
Difícil,
cuando no imposible, predecir lo que vendrá. ¿Una población más disciplinada,
controlada, maniatada? ¿Es esta encerrona universal, toque de queda incluido,
un ensayo de cómo se mantendrá a la población de aquí en más? ¿Teletrabajo para
todos? ¿Hiper-control a través de medios digitales que saben en detalle cada
cosa de nuestras vidas? Hay voces que, viendo el desastre del neoliberalismo
(es decir: la entronización absoluta del libre mercado sobre la intervención
estatal) piden -esperan, anhelan- un nuevo orden más solidario, no centrado
tanto en los negocios sino en lo humano (¿Estado de bienestar keynesiano?,
¿socialdemocracia?) Sin dudas, la fuerza con que golpea la epidemia muestra que
solo los Estados fuertes (socialistas, como China, Cuba, Norcorea, o con
capitalismo de Estado, como Rusia) pueden afrontar exitosamente desastres
sanitarios como el presente. Los países del Tercer Mundo, que de momento no
muestran cifras alarmantes de infección y/o decesos, en todo caso dejan ver que
ni siquiera un conteo exhaustivo de la situación pueden presentar. Lo cual abre
la pregunta de cuánto golpeará allí (África, Latinoamérica) efectivamente la
pandemia, considerando que tienen carencias crónicas y Estados raquíticos
faltos de recursos, problemas inconmensurablemente potenciados por las
políticas fondomonetaristas de estos últimos 40 años. Dicho de otro modo:
¿cuántos muertos habrá en esas áreas con esta crisis?
El
mundo seguirá, por supuesto, porque esta pandemia no terminará con la especie
humana. ¿O será, como dice esa visión “conspiranoica” presentada más arriba,
que ya hay poderes que están preparando la vacuna? (con la que podrán meternos
cualquier cosa, eventualmente). ¿Terminará el capitalismo con todo esto? ¿Terminan
las luchas de clases? ¡¡Ni remotamente!! En todo caso, se reconfigura el mundo.
Probablemente China se alce como la potencia dominante, con una economía más
sólida no basada en la especulación financiera sino en la producción de bienes
reales, con una sólida y efectiva reserva monetaria fijada en toneladas de oro
y no en papeles bursátiles, y el dólar vaya perdiendo su hegemonía. ¿El mundo
mirará con cariño las posturas socialistas, la solidaridad que mostraron China
y Cuba en la oportunidad? Es probable, pero ello no pasará de una cuota de
cariño/admiración que no logrará cambiar ideológicamente aquello para lo que
está preparada la población mundial: trabajar sin protestar, consumir lo que el
mercado impone, no organizarse, no pensar en cambios radicales, no sentirse
dueña del poder. La ideología sigue siendo la misma. Eso no lo cambia un virus.
Como bien dice Michele Nobile: “el resultado final más probable es el regreso a la normalidad [es
decir: todo lo indicado más arriba], no sin haber integrado la experiencia
del estado de emergencia en el arsenal de políticas públicas”.
¿Servirá
todo esto para denunciar a la oprobiosa serpiente viperina que es el
capitalismo, o hay en juego una jugada maquiavélica que traerá más capitalismo
todavía, quizá menos gente en el mundo (“¡que mueran los viejitos!”,
pedía el funcionario estadounidense), y poderes hiper-dominantes que digitarán
nuestras vidas haciendo pensar con sus maquinaciones actuales en películas de
ciencia ficción? (el “Gran Hermano” orwelliano pareciera ya un hecho). Por
supuesto que la actual es una ocasión maravillosa para hacer aquella denuncia y
profundizarla. La privatización inmisericorde de todo, el negocio antepuesto a
lo humano (business is business), el lucro individual como baluarte
fundamental de la vida, ahora más que nunca -viendo las consecuencias
espantosas que pueden acarrear- pueden ser cuestionadas. ¿Puede servir la
pandemia quizá para acercar a un cambio revolucionario de paradigmas? De
nosotros depende.
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