“Si quieres
la paz, prepárate para la guerra”, decían los romanos. El mundo actual
parece que se lo tomó en serio, porque la actividad humana más desarrollada es,
justamente, la industria bélica.
¿Se puede
vivir en paz?, es decir: ¿sin conflicto? Pregunta mal formulada, sin dudas. El
conflicto -el choque, la confrontación, la polémica- es nuestra razón de ser.
Punto.
¡Paz!
¿Paz?...
Palabra tan
manoseada.
En tu nombre
se cometen todos los días los peores atropellos.
¿Estás en
algún lado?
No lo sé.
No lo sé, y
poco importa, pues parece que a nadie le preocupa
realmente
mucho tu situación.
La paz está en
los cementerios… De eso no caben dudas.
¡pero allí hay
solo cadáveres!
¿Podrá estar
la paz entre los vivos?
Lo que
palpamos a diario,
lo que nos duele
cada día,
cada hora,
cada minuto,
es tu
ausencia. O si se quiere: tu lejanía.
¿Dónde estás,
Paz?
¿Quién te
hirió de muerte?
¿Tal vez estés
muerta? (Entre nosotros: ¿viviste alguna vez?)
Lo que
conozco,
lo que
conocemos y nos golpea,
nos humilla como
Humanidad, nos escupe en la cara,
lo que nos
sacude dondequiera,
no tiene nada
que ver con la paz.
¿O todo eso es
la paz? (humillaciones, afrentas, soportar con estoicismo, cerrar la boca).
Te emparentan
con el Amor.
En tu nombre,
y con amorosas palabras
nos
desfiguramos,
somos una
grotesca caricatura
de aquello que
levantamos como lo más sublime.
¿Somos
mentirosos entonces?
¿Por qué
necesitamos invocarte a cada rato para hacer siempre lo contrario?
¿Por qué en
nombre de la paz matamos, denigramos, torturamos,
podemos
sentimos superiores?
Se habla de
progreso, pero eso es siempre el sacrificio de muchos
para el
bienestar de pocos.
Con una cruz
cristiana y la Biblia bajo el brazo
Se masacró
todo un continente…
Se aniquila,
se tortura, se denigra…
¿Paz?
Se habla de
bien común,
pero son
pocos, muy pocos los invitados al festín
de los
poderosos.
Con los
símbolos de la paz y del amor
nos confinan a
los mendrugos,
a las sobras,
a la resignación.
Si se
protesta, nos condenan.
Si no se
protesta, nos matan.
Quienes somos
víctimas –y la gran mayoría lo somos–
difícilmente
podemos alzar la voz.
¿Acaso la paz
es aguantar?
¿Es soportar
con estoicismo? ¿Es apretar los dientes y sobrellevar las penas?
Nos enseñaron
que ser pacíficos es tolerar, tener paciencia, sonreír siempre.
¿Realmente eso
es la paz?
¿Quién dijo
que a las mujeres les gusta ser sumisas,
que a los
niños les gusta callarse ante los mayores
o que a los
negros les gusta imitar a los ganadores blancos?
¿Quién formuló
aquello que los trabajadores trabajan felices para su amo?
Con la mayor
de las violencias nos obligaron
a creer en los
dioses (¿amorosos y pacíficos?).
Quien se
resiste a creer, puede ser condenado a la pira, al suplicio, al escarnio.
¿Paz?
Con la más
grande ausencia de paz (¡sí, sí: de paz!)
nos obligan a
uniformarnos,
a seguir la
caravana,
a no abandonar
el redil.
¿Y si
reaccionamos?
¿Somos
violentos si no usamos corbata,
si no estamos
a la moda
o no saludamos
cortésmente a nuestros explotadores?
¿Somos
violentas (o locas) las mujeres si no queremos tener sexo un día?
¿Somos
violentos si nos rebelamos contra el mundo?
Con la furia
visceral más grande que exista
¿no podemos
decir que no?
¿Quién dijo
que la paz es quedarse sentado, mudo,
aterrorizado
ante el que manda,
regocijándonos
con las mezquindades y mediocridades
que ya
aceptamos como normales?
¿Somos
pacíficos si nos vamos tranquilos a dormir sin
indignarnos
por lo que debe indignarse?
¿Dejamos de
ser pacíficos si echamos a la hoguera del odio ancestral,
amasado en
milenios de sometimiento,
todas nuestras
opresiones?
¿Dejamos de
fomentar la paz si nos levantamos contra esas opresiones?
Si “la
violencia es la partera de la Historia”, ¿somos violentos
si abrimos los
ojos algún día?
Paz, paz… ¿La
de los cementerios entonces?
Si es cierto
que la paz es la ausencia de guerra, ¿podemos quedarnos tranquilos
pensando que
vivimos pacíficamente porque no suenan balas ni cañones?
La mujer
golpeada,
el esclavo
explotado,
el “inferior”
despreciado,
el loco encerrado
en su manicomio,
el engañado en
cualquiera de las infinitas formas del engaño,
el despreciado
por no ser del grupo dominante,
el que sufre
hambre,
la que sufre
violencia sexual,
el
incomprendido que disiente siendo señalado,
el que sigue
al rebaño porque no puede permitirse ser diferente,
el despreciado
por ser diferente
¿viven en paz?
Quizá la paz
es una aspiración.
Quizá no más -¡ni
nada menos!- que eso.
Se busca, pero
nunca se llega a tenerla…
porque los
vivos no habitamos cementerios.
Quizá haya que
apretar los dientes y destruir muchas cosas
para
acercarnos a ella.
Con las tripas
del último burgués
ahorcaremos al
último burócrata.
Con las tripas
del último papa
ahorcaremos al
último rey.
Con las
cenizas humeantes de lo viejo aborrecido
modelaremos la
utopía.
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