Hoy se libra una caliente disputa entre quienes adversan la corrupción y la impunidad y entre quienes viven de ella. De hecho, existe un pacto tácito entre varios sectores que tienen que ver con esto último, es decir: que viven y se aprovechan de la corrupción y la impunidad. El llamado Pacto de Corruptos en Guatemala.
Pero hay que tener
cuidado: corrupción e impunidad no son la causa última de los males que aquejan
a las mayorías, sino una consecuencia, un derivado del sistema
económico-político-social que las permite: el capitalismo. O más aún: es una
constante humana. Todo el mundo, en mayor o menor medida, se salta las normas,
transgrede, todas y todos: un semáforo en rojo, copiar en un examen, no pagar
un impuesto, quedarse con un vuelto, una canita al aire, y un sinnúmero de
etcéteras. También en la izquierda hay corrupción (¿por qué no la habría, si
son humanos?). Por lo pronto, Fidel Castro dijo alguna vez que si algo podía
tumbar la Revolución en Cuba era no el imperialismo, sino la corrupción. La
corrupción es un fenómeno humano: ¡no nos hagamos las santas palomas, porque
nadie lo es, ni siquiera la Madre Teresa de Calcuta!
Pero el sistema
capitalista es, intrínsecamente, corrupto, y se asienta en la impunidad.
Siempre y en todas partes. Se declara una cosa y se hace exactamente lo
opuesto.
¿Qué diferencia
existe entre el ladrón de celulares o billeteras (pobre, proveniente de los
estratos más bajos de la sociedad, crecido en todo tipo de carencias y sin
mayor proyecto de futuro que la pura sobrevivencia) y los ladrones de cuello
blanco? Que estos últimos tienen una mayor (infinitamente mayor) cuota de poder
(y quizá alguna maestría o doctorado). Pero, en esencia, no hay diferencias.
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