La visión mágico-animista del mundo todavía persiste. Va decayendo gradualmente, pero aún está ahí, y por cómo van las cosas, probablemente tiene para algún siglo más. Ejemplo:
Mi
hermanita quinceañera salió embarazada. Ella dice que fue por obra y gracia del
espíritu santo. En casa nadie se lo creyó. ¿Por qué la tradición cristiana
afirma que una mujer hace dos mil años resultó en estado de gravidez sin
intervención masculino-genital, manteniendo intacto su himen? A mi hermanita
nadie le tomó en serio su “explicación”. Finalmente reveló que fue un desliz
(había tenido sexo sin protección). De haber insistido en su relato mítico, se
la hubiera llevado a un hospital psiquiátrico. ¿Por qué millones de personas hoy
creen (o hacen como que creen) que aquella humilde campesina en algún lugar de lo
que actualmente es Palestina entró al período gestacional por un efluvio
divino?
El
teólogo cristiano Tertuliano, en el siglo II, lo dijo claramente, y eso sigue
presente todavía, pese a todo el pensamiento científico-racional moderno: “Creo porque es absurdo” (Credo quia
absurdum est).
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