miércoles, 18 de septiembre de 2019

LEGALIZACIÓN DE LAS DROGAS: ÚNICO CAMINO PARA DETENER SU USO MASIVO




El uso de sustancias que nos permiten alejarnos temporalmente de la realidad (alcohol etílico, plantas con propiedades narcóticas o alucinógenas, sustancias químicas artificiales) no es nuevo en la historia; desde siempre se utilizan para evadir la dureza de la vida. No hay cultura que no las tenga. Hoy, sin embargo, el consumo de esos productos, de eso que comúnmente denominamos “drogas”, tomó características que lo transforman en un problema de salud pública a escala planetaria.

En términos generales, excluidas todas las bebidas que contienen alcohol etílico, en prácticamente todos los países del mundo esos productos son ilegales. Entra allí un abanico interminable de sustancias, desde la marihuana o los psicofármacos legales consumidos en grandes dosis hasta las drogas de última generación terriblemente letales como las “sales de baño”, la whoonga o el krokodil, pasando por las de “buena” calidad (cocaína de 100 dólares el gramo) hasta las “drogas para pobres”, elaboradas con materia prima de segunda (crack), o lo que se puede usar como psicoactivos, siendo de terribles efectos: thinner, gasolina. Todo se comercializa, y todo mueve dinero, muchísimo dinero. Y salvo excepciones, todo ese mundo de los evasivos (no otra cosa son) se mueve en la ilegalidad.


La cantidad de muertos y discapacitados que produce esta faceta de lo humano, la criminalidad conexa, el fomento de una cultura marginal, hacen del consumo de drogas un problema en el que todos estamos implicados. El uso de narcóticos se expandió mundialmente como problema por todos los estratos sociales, golpeando a niños de la calle y multimillonarios, en países pobres y ricos.

En realidad, el problema básico no es el consumidor sino el hecho que exista la oferta, cada vez más desarrollada, más atractiva. Hoy día, en casi cualquier lugar del globo, es posible encontrar un vendedor callejero de drogas al por menor. Las mismas dejaron de ser hace mucho tiempo un producto exótico, reservado a grupos minoritarios, excentricidades de las estrellas de Hollywood o cosa por el estilo. Hoy hacen parte del consumo diario de muchísima gente, joven fundamentalmente (el mercadeo ha funcionado a la perfección, sin dudas). El problema, entonces, no es el consumo (flaquezas humanas ha habido siempre, y seguirá habiéndolas), sino la producción y su distribución.

Todo esto se sabe, hay acciones para enfrentarlo, pero el problema sigue creciendo. Si se dispone de tanto conocimiento al respecto, ¿por qué no vemos una tendencia a la baja? ¿Hay grandes poderes planetarios que no desean que esto termine?

Observada la magnitud global del negocio se comienza a tener una dimensión distinta del problema. Todo el circuito mueve unos 350 mil millones de dólares anuales -tercer gran negocio detrás de las armas y del petróleo-. Eso es más que un problema sanitario: esa monumental cifra de dinero se traduce en poder, y por tanto en influencia política. De hecho, en Guatemala ese negocio supera el 5% del Producto Bruto Interno, lo cual permite entender el auge monumental de construcciones de lujo, centros comerciales y edificios de oficina (todas vacías). ¿Narcolavado?

¿Qué pasa si se despenaliza el consumo de estas sustancias? Recordemos que, mundialmente, provocan más daños el alcohol y el tabaco -negocios enormes, pero que no alcanzan el volumen de los tóxicos prohibidos-. Vetar el acceso legal a las drogas, en vez de promover su rechazo, lo alienta (lo prohibido atrae).

Se hace mucho contra las drogas ilegales, pero el consumo no baja, lo que puede llevar a pensar que hay intereses ocultos que así se benefician. Si preocupa tanto este flagelo, ¿por qué no se despenaliza el consumo? Eso acabaría con innumerables penurias: bajaría la criminalidad, la violencia que acompaña a cualquier actividad prohibida, embarazos no deseados, propagación de enfermedades de transmisión sexual incluido el VIH-Sida. Incluso bajaría el nivel de consumo al dejar de presentar el atractivo de lo vedado. Países que han optado por la despenalización (Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Holanda, Uruguay, Portugal, algunos estados de Estados Unidos), contrariamente al mito en juego que ve un crecimiento desenfrenado, no registraron un aumento del consumo sino, por el contrario, los beneficios sociales arriba indicados.

Sin embargo estamos lejos de la despenalización. Crece el perfil de lo punitivo: el combate al narcotráfico pasó a ser prioridad de los Estados en cuestión de seguridad. Se movilizan ejércitos monumentales, se hacen gastos multimillonarios en equipos de guerra (el Plan Colombia gastó 20,000 millones de dólares, ganados -obviamente- por los fabricantes de armas), se militarizan las sociedades… pero el consumo no baja. Esto abre dudas: ¿será que la pasada Guerra Fría se trocó ahora en persecución a este nuevo demonio? El interés de los poderes hegemónicos, liderados por Washington, encuentra en este campo un buen motivo para prolongar/readecuar su estrategia de control universal, igual a como sucede con el “combate al terrorismo” (que, curiosamente, provoca un promedio diario de 11 muertos en el mundo, contra 1,400 que provocan las drogas ilegales).

Si se le quiere entrar realmente al problema hay que luchar por la legalización. Quemar sembradíos en el Sur del mundo movilizando ejércitos, o meter preso al consumidor, evidentemente no soluciona nada. Pero da muchísimo dinero a ciertos grupos, y permite el control planetario en nombre de una causa justa.


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