lunes, 16 de septiembre de 2019

HERENCIA





John fue destacado combatiente en la Guerra de Korea. De ahí le había quedado su afición por las armas de fuego, de las que ahora era un reputado coleccionista. En el momento en que John Jr. entró a su despacho, se encontraba terminando de limpiar un viejo trabuco valorado en más de 20.000 dólares. La ostentación, obviamente, era parte vital de sus actuales atributos: de sargento del ejército había llegado a ser –mejor ni enterarse cómo– uno de los grandes millonarios del país, con avión privado y dos limusinas blindadas, entre otras cosas. 

Hasta los cuarenta años, junto a su esposa Liza, no habían podido concebir descendencia. De ahí que adoptaron a Pedro, hijo no deseado de una mexicana inmigrante ilegal. Esa adopción disparó la maternidad, por lo que la pareja pudo tener un hijo biológico al año siguiente, al que llamaron John Jr.

Ambos hijos –adoptivo y biológico– fueron criados en absoluta igualdad: mismas atenciones, mismo afecto, mismos valores. Pedro resultó un amor, una suma de virtudes. Sabiendo de su oscuro pasado, siempre estuvo agradecido a la vida por ese regalo. John Jr., por el contrario, era una colección de problemas: violento, abusivo, cocainómano, dilapidador de la fortuna paterna, continuamente endeudado. Los negocios, de más está decir, los fue comenzando a llevar Pedro, con un doctorado en Administración de Empresas de Harvard. 

Fallecida la madre, John preparó el testamento dejando –aunque dudando al momento de redactarlo– igual cantidad a cada hijo. La herencia era especialmente cuantiosa.

La muerte de Pedro siempre fue un misterio: los yates no explotan de la nada. Curioso también fue que la policía no profundizara las investigaciones. 

En el momento que John Jr. entró al despacho, botella de vino en mano, John padre tuvo la intuición, por lo que terminó de armar rápidamente el trabuco. 

“Quería que probaras este vino griego que me acaban de regalar. ¡Dicen que es el mejor tinto del mundo!”, sentenció el hijo. “Tiene un gusto algo amargo”, alcanzó a decir el viejo antes del primer vómito. “Pero… ¿qué me diste?”, alcanzó a proferir con los ojos desencajados. “¡Veneno!”, fue la sarcástica respuesta del hijo. 

El balazo certero impactó en la frente de John Jr. 

Buena parte de la herencia sirvió para financiar obras con niños desamparados en los barrios latinos de Nueva York y de Los Ángeles. El resto se usó en campañas de sensibilización para terminar con las armas de fuego personales.


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