La iglesia católica en el medioevo europeo expresó cabalmente lo que este credo siente en relación a la mujer: un terrible miedo, un terror enfermizo ante lo femenino. Desde el más repulsivo machismo patriarcal misógino, las autoridades eclesiásticas se encargaron de mandar a la hoguera purificadora a medio millón de mujeres acusadas de ser brujas. Curiosamente, casi nunca se quemaban hombres.
“Nadie
es más peligrosa y perniciosa a la Fe Católica que las parteras. (...) Las brujas que lo son matan en variadas
formas el niño concebido en el vientre y procuran un aborto; y ofertan al
recién nacido a los diablos. (…) Las brujas de la clase superior
engullen y devoran a los niños de la propia especie. (…) Esta es la
peor clase de brujas que hay, ya que persigue causarle a sus semejantes daños
inconmensurables. (…) Entre sus artes está la de inspirar odio y amor
desatinados, según su conveniencia”, decía el Malleus Maleficarum (El
martillo de las Brujas).
Y hoy
día, aunque parezca mentira, a las mujeres muchos varones les llaman BRUJAS.
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