viernes, 25 de junio de 2021

COITUS INTERRUPTUS

Don Ricardo era un mujeriego incorregible. En una libreta -se ufanaba de eso- llevaba anotada la cantidad de mujeres con las que había tenido contacto sexual. Pero no sólo apuntaba los nombres: llevaba un pormenorizado detalle de lo hecho en cada aventura amorosa. Así, las tenía clasificadas, según su antojadizo orden, en: con sexo oral, servicio completo, por atrás, aburrida, gritona, con glamour. 

 

Su empresa iba viento en popa. De joven, cuando la fundó, él mismo se ocupaba de las fumigaciones. Tanta matanza de ratas y cucarachas le habían permitido crecer; ahora manejaba más de 30 empleados, dedicándose sólo a administrar. Aunque no paraba de buscar mujeres, paradójicamente se sentía un buen católico. Defendía siempre la familia monogámica, y religiosamente todos los domingos asistía a misa con su esposa, doña Carlota.

 

Marta fue por el puesto de secretaria que se ofrecía. El propio Ricardo se encargó de entrevistarla. Sólo fue verla y quedó hipnotizado. 

 

La joven, de familia humilde, ya había trabajado anteriormente como recepcionista en una vulcanizadora. El sueldo ofrecido en la empresa de desinfecciones le resultó atractivo. 

 

Sabía lidiar con varones. Había tenido ya varias parejas, y desde unos cuantos años atrás llevaba una exuberante vida sexual. A don Ricardo, que casi le triplicaba la edad, no lo vio nunca como posible objeto de sus preferencias. Era su jefe y nada más. Viejo, gordo, arrugado, calvo (sin contar las várices, juanetes y la diabetes que le aquejaban), no tenía ningún atributo que despertara pasiones eróticas. 

 

Pero para él, ella era algo más que una secretaria. La joven veinteañera le encendió sus más fogosos deseos desde el primer día. Por cierto, no lo ocultó. 

 

Se estableció así una rara situación: un acosador desesperado (y desesperante) y una víctima perseguida. Marta, de todos modos, nunca se sintió hostigada, nunca se vio como víctima. En todo caso, se divertía con el hecho, jugaba (muy hábilmente) con la escena.

 

No contó a nadie la dinámica establecida. Como lo mantuvo en secreto, llegado a un punto pensó en sacarle provecho a la situación. Luego de varios días de insinuársele provocativamente con atrevidas minifaldas y escotes, se lo hizo saber (aunque, por supuesto, era mentira): trabajaba de "pre pago".

 

Don Ricardo estaba que se salía de sí. Doña Carlota no tenía por qué enterarse (él manejaba muy discrecionalmente sus fondos), y el "regalito" para Marta iba a ser considerable.

 

La joven, estudiante de Trabajo Social, nunca había hecho algo así. En parte por divertirse a costillas de ese acosador insufrible, y en parte (esto era lo más importante) para juntar los dineros necesarios para la operación de corazón de su hermanito menor, quien había nacido con un problema cardíaco, puso una cifra verdaderamente alta. Y en dólares. Don Ricardo, que sentía una vez más que sus deseos siempre se cumplían (pese a tener que pagar muy caro por ello), rebosante de alegría llevó los dos mil dólares solicitados. Marta no podía creer que el viejo ("el adefesio", como lo había bautizado) aceptara la suma pedida. Pero como lo hizo, había que seguir el juego. 

 

"Una cogidita nunca viene mal", pensó. Y si con eso ayudaba a su adorado hermano menor, no encontraba traba moral alguna que se lo impidiera.

 

El martes a media tarde, según lo pactado, fueron al motel (el de mayor lujo de la ciudad).

 

Primer final

 

La escena se desarrolló sin sobresaltos. Luego de hacer el amor dos veces (con fingido orgasmo por parte de Marta, de lo que se percató don Ricardo, pero que dejó pasar queriéndose convencer que los gritos de goce eran producto de su virilidad), terminaron la botella de champagne que habían ordenado. Tal como habían pactado, saldrían juntos en su vehículo y él la dejaría luego en una parada de taxi cercana, así no se levantaba ninguna sospecha. Cumplieron lo establecido. Marta abordó su auto de alquiler, pero para su sorpresa mayúscula, un par de cuadras después el chofer se detuvo y la encañonó, pidiéndole todas sus pertenencias. El hombre había sido contratado por don Ricardo, con lo que el empresario recobraría el dinero (el pago al chofer por el "trabajito sucio" era infinitamente más bajo que los honorarios de Marta). La jugada, sin embargo, no salió como estaba prevista.

 

La muchacha, valiente como era, forcejeó con el taxista. En la escaramuza se disparó la pistola.

 

Final 1 a

 

Marta murió de un balazo en el vientre. El chofer escapó y luego se deshizo del cuerpo. Los 1,900 dólares volvieron a don Ricardo. Bueno... en realidad 1,800, porque el matón cobró 100 dólares más por el extra.

 

Final 1 b

 

El taxista quedó malherido, y forzado por Marta con la pistola en la cabeza, confesó todo el plan. La joven, con esa confesión, chantajeó a don Ricardo amenazándolo con contar todo si no recibía diez mil dólares. El pusilánime matador de cucarachas y ratones lo hizo.

 

Segundo Final

 

Si bien se protegieron debidamente, algo inesperado sucedió, pues Marta resultó embarazada. Don Ricardo, buen católico como era, no estuvo de acuerdo con el aborto, por lo que se comprometió a pagar todo: gastos del parto y crianza del futuro niño. 

 

Así fue. Incluso, sin que de esto se enterara doña Carlota, le dio su apellido al niño. Al día de hoy Manuelito, fuerte y robusto, ya tiene casi tres años. Ve a don Ricardo ocasionalmente, pero con regularidad cada mes Marta recibe su pago. Detalle curioso: Manuel tiene terror pánico a las cucarachas.

 

Tercer final

 

En medio del segundo coito, don Ricardo cayó fulminado por un paro cardíaco masivo. Fue terminante. Marta, que tenía algunas vagas nociones de primeros auxilios, constató que su amante furtivo ya era cadáver. No había nada que hacer. 

 

Con increíble tranquilidad se vistió, hurgó entre las ropas del malogrado empresario (se quedó con algunas pertenencias, algo de efectivo y sus tres tarjetas de crédito) y buscó la forma de salir. No era fácil, porque un motel de lujo como ese no permitiría un escándalo. Con los dos guardias que terminaron enterándose de la situación, negoció cómo proceder. El reloj de oro, un teléfono celular de los más caros, 200 dólares en efectivo y algo de sexo oral fueron el pago con que la joven pudo salir del embarazo. Pactaron que ella se llevaría el automóvil con el cadáver dentro y se desharía de ambos, cuerpo y vehículo, del modo más discreto. 

 

Con una sangre fría que la misma Marta no se imaginaba tener, cumplió con todo lo planeado. Una semana después del forzado coitus interruptus, la policía hallaba la camioneta BMW con su propietario dentro en un recóndito paraje cerca de la ciudad. Marta asistió al funeral, dándole una histriónica condolencia a doña Carlota.

 

Post scriptum

 

Ninguno de los tres finales anteriores es cierto, porque esas cosas nunca suceden en la realidad.



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