El sistema capitalista tiene la virtud de convertir todo, absolutamente todo, en mercadería. De cualquier cosa, incluso de elementos que podrían ser anti-sistema, hace un producto comercial. Así, cualquier intento de transformación, de rebeldía, de contestación, pasa a ser un bien económico que genera ganancias para algunos, quitándosele su potencial transformador.
El
movimiento hippie, por ejemplo, que llamaba al no consumo, terminó consumiendo
“sus” mercaderías distintivas: las drogas. La cara del “guerrillero heroico”,
el Che Guevara, terminó siendo un ícono en las camisetas de moda. Los tatuajes,
anteriormente patrimonio cultural de marginales, ahora son objeto casi obligado
para ser “alternativo”. Igual que el consumo recreativo y ocasional de
sustancias psicotrópicas. O el arete en la nariz, o en el ombligo.
Y
para ser un “alternativo” en moto de alta cilindrada hay que llevar chaqueta de
cuero y casco bacinica (¿no se puede manejarlas en chancletas, o con saco y
corbata? ¿Y cómo tienen que vestirse las mujeres alternativas que van en esas
motos? ¿Hay ya una moda fijada para ello?). ¿Para ser “revolucionario” hay que
ponerse sandalias y llevar morral de tejido “típico”?
Parece
que el sistema sabe hacerlo bien: de todo genera negocio… y se las ingenia para
frenar los impulsos transformadores.
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