Ya es hora de dejar de creernos que somos "buena gente". O, al menos, empezar a ver a este ser humano que conocemos ahora, producto de una sociedad basada en la propiedad privada y la explotación de una clase social sobre otra, como irremediablemente hijo de puta, individualista y falto de solidaridad.
Más allá
de esas pomposas, pero vacías, declaraciones de amor al prójimo y búsqueda de
la paz (u otras tonteras por el estilo), la realidad nos confronta con un
sujeto con olor fétido. Queda la esperanza de un mundo nuevo, el comunismo,
basado en otra matriz social, donde probablemente el sujeto que surja de allí
no sea tan macabro como lo que conocemos ahora (no se equivocaba Freud cuando
habló de una pulsión de muerte).
¿Por qué
decir todo esto? Porque la observación de la realidad actual con el tema de la
vacunación anti COVID-19, nos lo evidencia en forma descarnada.
El
llamado Norte próspero (Estados Unidos y Canadá, Europa Occidental, Japón)
monopoliza el 90% de las vacunas existentes. El Sur empobrecido.... ¡se jode!
Pero peor
aún: la vacuna desarrollada por el consorcio Oxford-AstraZeneca salió
defectuosa: puede producir coágulos, que llevan a la muerte con trombosis. ¿Qué
hace el "desarrollado" y "culto" Primer Mundo? No la
utiliza con su gente, las prohíbe... ¡y las manda para el Sur!
Insistamos:
anida la esperanza que en un mundo de iguales (¡eso es el comunismo!) no seamos
tan hijos de puta.
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