Ayer se cumplieron 24 años de la Firma de la Paz Firme y Duradera en Guatemala. ¡Estalló la paz!, se dijo…, pero la paz nunca ha llegado.
“Cuando terminó la guerra
volvió el soldado a casa.
Pero no tenía ni un
mendrugo.
Vio a alguien con pan
y lo mató.
No debes matar,
dijo el juez.
¿Por qué no?
preguntó el soldado”.
Esta poesía de Wolfgang
Borchert pinta cabalmente la dificultad de pasar de un momento guerra a la vida
sin guerra. Quienes participan en los conflictos bélicos deben hacer un
profundo cambio psicológico para readecuarse a los nuevos tiempos. En guerra se
premia “matar” al enemigo. Cuantos más enemigos se maten: mejor. ¡Es un héroe
de la patria! Al pasar a la paz, matar se transforma en un delito. Proceso difícil,
sin dudas.
Siempre, en todo el mundo,
terminado un enfrentamiento militar, quienes “trabajaron” en ese duro oficio de
empuñar armas, sufren el cambio de “pacificar sus corazones”. Y siempre se
registra un alza en conductas delictivas ya en tiempos de pacificación. Es una
constante.
Pero en Guatemala, luego
de los primeros tiempos de la Firma de la Paz donde la “mano de obra” bélica desmovilizada
tuvo que reacomodarse, la violencia generalizada continúa. Más aún: se vive un
clima de zozobra que recuerda exactamente la época del conflicto armado. “Salimos
de casa a la mañana y no sabemos si regresamos vivos a la noche”.
En otros términos: se
firmó una paz formal, pero la paz nunca llegó. Las causas que motivaron el
inicio de la guerra en la década de 1960 se mantienen: pobreza estructural y
exclusión social. Y la explosión imparable de violencia que nos azota (crimen
organizado, narcoactividad, maras, extorsiones, robos callejeros diarios,
femicidio, secuestros de personas, corrupción generalizada e imparable) no
tiende a bajar. Lo que lleva a pensar que allí se juegan otras agendas
interesadas.
¿PARA CUÁNDO LA PAZ
ENTONCES?
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