La pandemia existe, los
muertos ahí están, pero algo no termina de estar claro. En estas semanas se ha
desatado una alarma monumental a escala planetaria, una psicosis colectiva que
ha orillado a buena parte de la población mundial a un estado verdaderamente de
pánico irracional, de terror. Primero fueron las compras enloquecidas (el papel
higiénico, por ejemplo), luego las mascarillas, que en algunos casos hasta decuplicaron
sus precios (y en algunas circunstancias, se vendieron recicladas). Tampoco faltaron
agresiones contra portadores del virus en distintas partes del mundo, o contra sospechosos
de serlo. Incluso se llegó a la aberración de atacar a personal de salud
(médicos/enfermeros) por ser posibles agentes transmisores. A partir de la
declaración del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de “virus chino”,
no faltaron tampoco agresiones y discriminaciones contra población con rasgos
orientales en cualquier parte del orbe.
En otros términos:
estamos viviendo un clima absolutamente enrarecido, inusual, enfermizo. Vivimos
una prisión forzada, en algunos casos con toque de queda, y un 50% de la
población planetaria sigue encerrada, ya sin saber qué hacer durante este
confinamiento. Haciendo evidente lo que ya es más que sabido, pero en general
silenciado (el 80% de las violaciones sexuales suceden en los hogares y las
perpetran varones conocidos por las víctimas), la violencia contra las mujeres
se disparó en forma exponencial durante la cuarentena. Las consecuencias de
este clima enrarecido, inusual, son patéticas.
Como tan inusual es el
clima, inusual también es la interminable profusión de cosas que se dicen al
respecto de la pandemia (el presente texto es una más de tantas tonteras que
circulan por allí), desde análisis sesudos hasta visiones apocalípticas, desde chistes
sobre la situación para descomprimir la angustia hasta visiones
conspirativo-paranoicas. Está claro que nadie tiene el conocimiento total de lo
que está sucediendo (nunca, en ningún campo, se puede tener el conocimiento
total). Quizá la complejidad del momento actual nos rebase a todos (¿habrá
alguien que sabe lo que va a suceder?), por eso esta apremiante búsqueda de
respuestas, comentarios, aseveraciones, chistes, modos diversos de encontrar
sentido a este fenómeno que nos convoca y nos golpea. Lo que sí está
definitivamente claro es que el pánico, la zozobra, la manipulación mediática
intencionada que hay en todo esto, obliga a hablar. Y hablamos, por supuesto, a
partir de la poca confiable (o muchísima, pero confusa) información que circula. ¿Cómo
saber dónde está lo confiable?
¿Por qué este pánico
irracional? Algo hay tras todo ello, pero los ciudadanos comunes no podemos
saberlo. Como siempre, la historia se mueve de espaldas a las masas. Las
grandes decisiones son tomadas en secreto por pequeñísimos grupos de poder, en
las sombras; los colectivos las padecemos. Hasta que alguna vez reaccionamos. Las
revoluciones son posibles, y la historia de la humanidad, en definitiva, es una
historia de revoluciones, de violentos choques sociales. Sigamos albergando la
esperanza en cambios: el capitalismo, por ejemplo, no es eterno. Pero solo no
caerá; habrá que hacer algo al respecto. Lo cierto es que las líneas maestras
de la historia no las decidimos en asamblea popular. Al menos hasta ahora (el
socialismo es la esperanza de que así comience a suceder).
¿Por qué decir todo
esto? Porque la actual pandemia que se abate sobre el mundo tiene aspectos poco
claros que abren interrogantes. Definitivamente la enfermedad denominada
COVID-19 existe. Y como toda enfermedad, tiene un grado de peligrosidad. Pero
justamente aquí se abren las dudas. Según un reciente estudio realizado por el Imperial College de Londres su grado
de letalidad es de 1,38%. No hay que minimizarla; es más que una gripe común,
pero no es una patología especialmente dañina, porque todo indica que muchísima
gente la cursa asintomáticamente (se dijo que por cada infectado con síntomas
podría haber hasta 10 infectados asintomáticos). Su desarrollo es relativamente
corto: desde el inicio de los síntomas hasta el alta hospitalaria es de
aproximadamente 25 días.
No es letal en toda la población, sino que el índice de mortalidad muestra que
entre el 95 y 97% de las muertes ocurre en la llamada Cuarta edad (mayores de
80 años). Es altamente contagiosa, eso está claro (un infectado puede trasmitir
el virus a 3 o 5 personas más). Pero si no es tan letal, ¿por qué tamaño
revuelo global, que llega a alterar la economía -el dios intocable del sistema
capitalista- y la psicología cotidiana de prácticamente la totalidad de la
población mundial?
Insistamos: los mortales comunes, los que no decidimos
las alzas y bajas en las Bolsas de Valores, los que no somos tenidos en cuenta
para decidir las políticas que afectan a grandes mayorías sino a través de esa
pantomima ridícula de emitir un sufragio cada cierto tiempo, quienes no
decidimos las guerras, es decir: la prácticamente totalidad de la población
mundial, manejada de un modo artero a través de los medios de comunicación (“Una
mentira repetida mil veces se transforma en una verdad”, enseñó Goebbels), nunca
sabemos bien de qué se tratan estos fenómenos que dominan nuestras vidas. Ahora
llegó la pandemia y hay que guardar cuarentena porque, según se nos dijo,
“estamos ante una enfermedad terrible”. “Los
resultados preliminares sugieren que un porcentaje relativamente pequeño de la
población puede haber resultado infectado, incluso en áreas fuertemente
afectadas”, dijo recientemente el director de la OMS, Tedros Adhanom
Ghebreyesus. Entonces, ¿qué creer?
Hemos sido llevados a
un grado de desesperación llamativo. ¿No es llamativo, justamente, que otras
afecciones infinitamente más peligrosas, u otras catástrofes humanas como el
hambre o la catástrofe medioambiental, flagelos realmente preocupantes, pasen
desapercibidos, no se combatan con toques de queda ni ejércitos en las calles
ni siquiera figuren, o lo hagan muy tibiamente, en las agendas mediáticas?
¿Será que estamos ante este “fin del mundo” porque las víctimas son ciudadanos
del mal llamado Primer Mundo (Estados Unidos y Europa Occidental)?
Un
brillante intelectual de izquierda, latinoamericano, ahora residente en Europa,
me decía en un correo privado (que, por tanto, no permite revelar su
identidad): “El virus no mata a nadie, pero a nadie, con menos de 40 años:
es un hecho. Bueno, a no ser que estés en contacto diario con enfermos (léase
sanitarios), pero incluso así la mortalidad es de cero coma. Ahora, a los
viejecitos sí se los come con patatas. Y eso para el Estado es una buenísima
noticia, no nos engañemos. Y está claro: todo este bombo es porque padecen los
WASP y sus acólitos, así ha sido siempre (solo que antes fueron los
protestantes del norte de Europa, antes todavía los que vivían en el
Mediterráneo, antes los griegos, antes los babilonios, antes... los que dominan
y escriben la historia). ¿Pero a quién le importa África, etc.? ¿A quién le
importa el noma, por ejemplo, esa terrible enfermedad?” [¿Alguien sabe qué
es el noma? ¿A alguien le importa? Según la Organización Panamericana de la Salud
-OPS/OMS- “el noma, o cancrum oris, es una infección de
gangrena de acción rápida que destruye las membranas de moco de los tejidos
orales y faciales. Se desconoce la etiología exacta de ello, pero con mayor
frecuencia ocurre en los niños “malnutridos” que viven en las áreas con el
saneamiento deficiente. El noma no se ha notificado ampliamente en la América
Latina y el Caribe, pero aproximadamente 140,000 nuevos casos se diagnostican
anualmente. La tasa de mortalidad es cerca de 8.5%. Es sumamente prevalente en
África subsahariana”.]
Efectivamente, si se
contrastan cifras -esas a las que son tan afectos quienes manejan el mundo y fijan
las políticas que las mayorías sufrimos: “Un muerto es una tragedia, un
millón de muertos una estadística”- vemos que hay 24,000 personas muertas
al día por hambre o por afecciones ligadas a la malnutrición -como el noma, por
ejemplo-, o que 11,000 seres humanos mueren al día de diarrea por falta de agua
potable, o 2,000 mueren de malaria, pero eso pasa en los países tropicales
donde no hay WASP (o están, a lo sumo, en alguna ONG caritativa que “ayuda” en
esos países “salvajes”). ¿Habrá que tomar en consideración lo dicho por este
analista respecto a la situación, tomar en serio su pregunta por ese “bombo”,
por ese estruendo mediático? ¿Será por los WASP, como decía nuestro amigo?
Todas las personas
valen por igual, pero evidentemente, algunos son más “iguales” que otros. No
hay ni cuarentenas, ni medidas militares, ni pánico mediático por los muertos
diarios del Tercer Mundo (por hambre, de sed, por las guerras), pero sí
-curiosamente- por los ancianos de los países “desarrollados”. Algo no encaja.
Si se llegó a este
llamativo estado de psicosis generalizada (tenemos miedo y desconfianza del
vecino) por una enfermedad que realmente no es tan peligrosa, ¿qué hay detrás?
¿Solo sacrosanto interés por la salud de la población? No parece ser cierto.
Se podrían pensar
varias cosas para entender esta monumental alarma y pánico inducido, este clima
de fin del mundo que se nos hace vivir.
1)
El
sistema capitalista está haciendo agua; la crisis financiera global de los
capitales parásitos ha reventado. Se está ante una situación igual o peor que
la Gran Depresión de 1930. El “Armagedón” de la pandemia sirve como “elegante”
salida a la crisis. Los recortes presupuestarios y el empobrecimiento
generalizado de las poblaciones que podrán seguir a la alarma sanitaria global
seguramente serán terribles, pagadas -naturalmente- por el campo popular. Los
capitales, los grandes megacapitales, muy probablemente saldrán indemnes,
incluso fortalecidos. En tal sentido, la pandemia le sirve al sistema (¿se
sacarán de encima, de paso, unos cuantos ancianos evitando pagar pensiones, ese
“riesgo de longevidad” del que habla la gran banca mundial?)
2)
Sirve
también para disciplinar a las poblaciones. Quizá, como efecto secundario de la
enfermedad, esta llamativa militarización de los espacios sociales es un
preámbulo de lo que podrá seguir en un capitalismo post-pandemia (porque
socialismo, evidentemente, no habrá): poblaciones hiper controladas, con “distanciamiento”
social, con trabajo desde la casa, sin aglomeraciones (siempre peligrosas para
el statu quo).
3)
Como
los sistemas de salud pública (en el Norte y en el Sur) están tremendamente
debilitados por los años de neoliberalismo que destruyeron a los Estados
privatizando todo, una emergencia sanitaria de alto calibre puede resultar
catastrófica. Para evitar el colapso de lo poco que queda de los sistemas
públicos (¿y posibles estallidos sociales concomitantes?), y dado que el virus
es altamente contagioso (aunque no muera mucha gente, hay que hospitalizarla,
ancianos básicamente) la orden es evitar a toda costa las transmisiones. De ahí
estas políticas de confinamiento tan llamativas, cosa que no sucede con las afecciones
de los no-WASP (¿que se mueran los pobres del Tercer Mundo? Eso no importa
tanto).
4)
Quizá
desde una lectura conspirativa de los hechos, puede preguntarse por qué tanto
interés en la futura vacunación. La enfermedad no es especialmente letal,
aunque muy contagiosa. Lo increíble es que sí existe cura (cosa de lo que la
corporación mediática capitalista no habla). Un medicamento generado en Cuba,
ahora producido industrialmente en China, el Interferón alfa 2B, y prohibido
por Estados Unidos, se mostró efectivo para detener la epidemia en Wuhan. Valga
decir que 45 países lo han solicitado, pero Estados Unidos
tiene prohibida su comercialización, y la corporación mediática comercial ni
menciona el tema. ¿Por qué este interés tan exacerbado en la vacuna preventiva?
Obviamente eso da para conjeturar variedad de hipótesis, tal como se ha dicho,
que la pandemia está inducida para realizar la vacunación masiva posteriormente.
¿Qué se inocularía allí? Más allá del posible tenor paranoico en juego, tiene
sentido abrirse esa pregunta.
Lo
que está claro es que el sistema capitalista se movió, como lo hace siempre,
como no puede hacerlo de otro modo, muy hipócritamente. Sin querer en absoluto
hacer una entronización del actual modelo chino, no puede dejar de reconocerse
que su manejo de la epidemia fue más exitoso que el llevado adelante en Estados
Unidos o en Europa. Pekín informó, con el último conteo realizado al alza, de 4,642
fallecidos. En territorio estadounidense ya van 30,000. “En esta economía
global -se pregunta Sara Flounders en
su texto “La planificación socialista de China y Covid-19”- ¿por qué
la administración de Trump rechazó las ofertas de equipos de prueba esenciales
y suministros médicos de China, e incluso de la Organización Mundial de la
Salud? No se debe solo a la creciente hostilidad de EEUU hacia el sorprendente
nivel de desarrollo de China. Tampoco está impulsado solo por ideólogos de
derecha. La atención médica existe con fines de lucro. Los kits de prueba y
suministros médicos gratuitos o de bajo costo amenazan el impulso capitalista
de sacar provecho de cada transacción humana. Las compañías farmacéuticas,
médicas y de seguros son las corporaciones más rentables en EEUU en la
actualidad. Junto con el petróleo y las llamadas corporaciones de defensa,
dominan el capital financiero. (…) La naturaleza no planificada y
competitiva de la producción capitalista distorsiona toda interacción social.
La especulación salvaje y las burbujas de ganancias rápidas son la norma.”
Definitivamente, una economía planificada, con un Estado que brinda los
servicios básicos, está en mejores condiciones de afrontar estas crisis que un
modelo de feroz libre mercado.
Lo
cierto es que países que han mantenido Estados sin los recortes impuestos por
el neoliberalismo, como Corea del Sur por ejemplo (que ya sufrió otras
epidemias hace poco tiempo), nación eminentemente capitalista, o Vietnam, con
un socialismo sui generis, o la República Popular China, con su
particular modelo de “socialismo de mercado”, pudieron gestionar mucho mejor la
crisis que los Estados debilitados. En el Norte próspero (Estados Unidos y
Europa Occidental) las muertes se dispararon tan espectacularmente porque 1)
tienen poblaciones más longevas que el Tercer Mundo, y es allí donde más golpea
la enfermedad, y 2) porque allí las poblaciones, por su poder económico, viaja
mucho más, con lo que es más fácil esparcir el virus.
En estos tiempos de crisis, mientras el presidente Donald
Trump, pensando en su reelección de noviembre próximo, y con un ánimo
hipócritamente oportunista, ataca a China por su “criminal” papel al “haber
difundido la afección por el mundo”, el gigante asiático, en una muestra de
solidaridad sin par, ha donado más de un millón de máscaras y otro material
médico a Corea del Sur, 5,000 trajes protectores y 100,000 máscaras a Japón y
12,000 kits de detección a Pakistán, llevado personal y equipo sanitario a
Italia (junto con Cuba y Rusia), mientras ponía a disposición de la población
mundial un pormenorizado manual, traducido a numerosas lenguas, para la atención
del COVID-19.
Valga
aclarar rápidamente que la República Popular China no es, precisamente, el
paradigma de socialismo al que pueda aspirarse. Sin dudas, ahí pasaron cosas
importantísimas en estos últimos 70 años: la Revolución de 1949 con el
liderazgo de Mao Tse Tung, las reformas de libre mercado con Deng Xiao Ping en
los 80 del pasado siglo, la acumulación de capitales fenomenal que comenzó a
darse a partir de ese entonces, el confuso “socialismo de mercado”
de estos últimos años, el salto científico-técnico espectacular que la pone a
la vanguardia mundial en muchos aspectos (inteligencia artificial,
telecomunicaciones, super computadoras). Estados Unidos, la principal potencia
capitalista, ve en este despertar de China un serio oponente a su hegemonía
mundial. En estos últimos años, con su espectacular avance económico, el país
asiático sacó de la pobreza a 500 millones de habitantes, pero no nos
equivoquemos: China transita un complicado, confuso, quizá engañoso camino que
no es socialista. La clase trabajadora mundial no puede mirarse en ese espejo.
Hay, eso sí, un Estado fuerte manejado férreamente por el Partido Comunista,
con un lenguaje medianamente “socialista”, pero con una inmisericorde
explotación de la fuerza laboral, con una extendida burocracia, premiándose el
enriquecimiento personal: “Ser rico es
glorioso”, pudo decir Deng Xiao Ping
en el auge de las reformas, apelando al más descarnado pragmatismo: “No
importa si el gato es blanco o negro; lo importante es que cace ratones”.
Sin la posibilidad de ampliar ese debate en este mediocre opúsculo, entender el
fenómeno chino y pensar ese “socialismo” es tarea urgente para los
revolucionarios de todas partes del mundo. Lo cierto es que China, sin disparar
un solo tiro, está cada vez mucho más presente en el globo que Estados Unidos,
y su papel (malintencionadamente presentado) de fabricante de “juguetitos
baratos de mala calidad” ha quedado absolutamente atrás. Sus logros científicos
ya superan a Occidente.
Sin embargo “Los
métodos de gobierno de la autocracia de Pekín empiezan a fascinar a una parte
de la opinión pública: los éxitos en la contención de la epidemia demostrarían
la superioridad del autoritarismo asiático, con su avanzada tecnología de
control de masas, sobre las democracias liberales occidentales. Pero hay trampa
en esa aseveración. En realidad, a lo largo de las últimas décadas, el régimen
chino no ha hecho sino facilitar el avance impetuoso del capitalismo. Un
desarrollo que arrasa ecosistemas y propicia la aparición de nuevas epidemias
que se propagan a escala planetaria”, dicen acertadamente Beatriz Silva / Lluís
Rabell. Insistamos: el debate sobre el socialismo chino es
urgente. ¿Es posible el socialismo en un solo país? ¿Cómo avanzar hoy hacia un
planteo socialista con este capitalismo globalizado feroz que aún domina? ¿Qué
puede esperarse de la Nueva Ruta de la Seda?
Lo que está claro es
que la actual pandemia pone al rojo vivo las tensiones geopolíticas de un modo
descomunal. La actual batalla entre Estados Unidos y China por la hegemonía
mundial puede ser -quede claro: “puede”, no es en modo alguna una afirmación categórica-
el paso previo para un enfrentamiento militar, que seguiría a la actual guerra
económica. China, en el aniversario 70 de su Revolución, exhibió un poderío
bélico que dejó asombrado al mundo con su misilística hipersónica, incluso a
Rusia (superando ya a Estados Unidos, y muy cerca técnicamente de la potencia
euroasiática).
La Casa Blanca, muy
hipócritamente, y secundada en la jugada por su acólito (¿perrito faldero?) de
la Unión Europea, alzó sus baterías contra la “irresponsabilidad” china, supuestamente
por no haber denunciado a tiempo la aparición de este nuevo virus en la ciudad
de Wuhan. No se sabe a ciencia cierta cómo comenzó el virus (¿arma
bacteriológica?, pero ¿de cuál de las dos potencias?, ¿mutación natural de un
virus?, ¿accidente o acción premeditada?). Lo cierto es que hoy día mató gente.
No mucha, comparada con otras catástrofes humanas (el hambre, la sed, las
guerras). Pero para el discurso hegemónico del capital (eurocéntrico, blanco,
racista, machista-patriarcal, heteronormativo… ¿lo que decía nuestro amigo en
su correo, sintetizado como WASP?) la llegada del coronavirus, fundamentalmente
por parte de Washington, es la oportunidad de encontrar “chivos expiatorios”. Los
chinos son los “malos”, secundados por la OMS, que supuestamente habría jugado
a favor de Pekín. Siempre hay un “malo” de la película, visión maniquea que
alguna vez tendremos que aprender a desechar. Lo humano es infinitamente más
complejo que “buenos” y “malos” (lucha de clases, dirá el materialismo
histórico, pulsión inconsciente, dirá el psicoanálisis, visiones mucho más
ricas que las mediocres películas de Hollywood, que siguen dominando nuestro
pensamiento, y que incluso están presentes en mucho de la academia capitalista).
Que el gobierno
chino miente, seguramente. Que los gobiernos capitalistas occidentales mienten:
seguro (¿armas de destrucción masiva en Irak?, ¿peligro comunista de Nicaragua
invadiendo Texas?, ¿“defensa de la democracia y la libertad” con toneladas de
bombas, napalm y agente naranja?, ¿terrorismo islámico fundamentalista que
requiere de guerras preventivas?, ¿narcotraficantes latinoamericanos que
quieren desestabilizar el orden mundial?, .... la lista puede ser interminable).
El actual confinamiento global es para evitar que explote el sistema, porque
los servicios públicos de salud están super debilitados por culpa de las mismas
políticas capitalistas. Pero eso no se dice, y se impulsa el espantoso pánico
por este nuevo virus. El medicamento cubano, ahora producido en China, es útil,
pero eso no se dice. La mentira es lo que domina la escena. A la población
jamás, absolutamente nunca jamás los poderes le hablan con honestidad. No se
trata de creer o no ingenuamente lo que dicen los medios o los políticos o las
empresas. Mucho menos, la publicidad. “Usted no es un cliente. ¡Es un amigo!”,
dicen los bancos. ¿Alguien se lo podrá creer? “La política es el arte de impedir
que la gente se entrometa en lo que realmente le atañe, haciéndole creer que
decide algo”,
dijo Paul Valéry. De lo que se trata es de trabajar para construir ese nuevo
mundo que supere al capitalismo, donde la gente de a pie (como quienes están
leyendo esto) sean parte real de las decisiones que le atañen. ¿Llamaremos a
eso democracia socialista? Seguramente. Y aclaremos una vez más: aunque China
tenga un desarrollo económico científico-técnico deslumbrante y una Nueva Ruta
de la Seda, todavía no es el socialismo que buscamos. Pero, sin dudas, con un
Estado que funciona y un Partido Comunista que mantiene un ideario medianamente
socialista, gestionó mejor la pandemia que los países capitalistas centrales
(que siguen siendo, en esencia, WASP… y en el mundo no existen solo los WASP,
no olvidarlo nunca).
¿Qué sigue a la
pandemia? Por como van las cosas, más capitalismo. ¿Por qué habría de cambiar
eso? Y para peor: quizá un capitalismo fortalecido, más autoritario y
controlador. La búsqueda del socialismo, por tanto, sigue vigente.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario