No puedo dar los detalles
precisos, sino simplemente hacer saber que recibí esta carta que me hiciera
llegar Carlos Enrique Marx. Hace allí un balance del mundo con motivo de
conmemorarse el trigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín. Con mi
pobre alemán me permití hacer la traducción, y como creo que esto es muy
importante, hago circular el texto de marras en su versión española.
Trabajadores del mundo:
Las fuerzas de la derecha
internacional festejan alborozadas estos 30 años de la caída del Muro de
Berlín. Pero se equivocan. ¿Qué festejan en realidad? ¿El fin del socialismo?
La historia,
contrariamente a como dijo ese apologista del sistema de apellido Fukuyama hace
algunos años atrás, no ha terminado. ¿De dónde saldría tamaño disparate? La
historia continúa su paso sin que sepamos hacia dónde va. Hoy, sin temor a
equivocarnos, dadas las características que ha tomado el sistema capitalista
internacional, perfectamente podría estar dirigiéndose hacia la aniquilación de
la especie humana, dado el afán de lucro imparable que lo alimenta, y que bien
podría llevar al holocausto termonuclear de activarse todas las armas de destrucción
masiva que existen sobre la faz del planeta. O también, dado ese afán
insaciable de obtención de ganancia que no puede eliminar, a la destrucción del
planeta por el consumo irracional que se está llevando a cabo.
Las fuerzas de la derecha
cantan victoriosas su supuesto triunfo, pero en realidad no hay ningún triunfo.
Como escribí alguna vez en mis años mozos, siendo discípulo del Profesor Hegel:
el amo tiembla aterrorizado delante del esclavo porque sabe que inexorablemente
tiene sus días contados.
¿Qué quise decir en su
momento con esta frase, algo enigmática quizá, antes de ponerme a estudiar
economía política para luego redactar el Tomo I de El Capital? Pues no es nada
complicado: aparentemente el sistema capitalista “triunfó” de manera inexorable
sobre las experiencias socialistas que se estaban construyendo, siendo la
demostración palpable de ello la caída de este muro de la que ahora se cumplen 30
años. Supuestamente, según la fanfarria con que esa derecha presenta las cosas,
la misma población alemana del este, “sojuzgada” por el yugo socialista, habría
derrumbado el tal muro para “liberarse” y acceder a las bondades del
capitalismo. ¡Pamplinas! Puras pamplinas, estupideces con que los actuales
medios masivos de comunicación presentan las cosas.
En realidad lo que esta
derecha, por ahora ganadora, festeja es que el Amo, para tomar la metáfora
hegeliana (léase: la clase capitalista) alejó por un tiempo el fantasma que la
persigue (la clase trabajadora y la posibilidad que alguna vez la misma se
organice, abra los ojos y la expropie, tal como pasó varias veces durante el
siglo XX, en Rusia, en China, en Cuba). Es decir: la clase por ahora dominante
(industriales, banqueros, terratenientes) sabe que está sentada sobre un barril
de pólvora; sabe que los trabajadores del mundo (obreros industriales urbanos
–que fue lo que yo más estudié en su momento–, campesinos, trabajadores
explotados de toda índole, sub-ocupados y desocupados –lo que yo en otro tiempo
llamé Lumpenproletariät, es decir: población excluida y marginalizada) en algún
momento van a explotar.
La historia de la
humanidad, y también la historia del capitalismo, se los muestra. Las clases
oprimidas aguantan (porque no tienen otra alternativa, porque están sojuzgadas,
reprimidas brutalmente a veces, manipuladas en otras ocasiones). Aguantan hasta
que, llegado a un punto de la acumulación de contradicciones, estalla un
período de violencia revolucionaria, transformándose las relaciones de poder,
pasando la propiedad de los medios de producción de una clase a otra. Esto la
derecha lo sabe. Sabe muy claramente que la propiedad privada de esos medios
es un saqueo legalizado; sabe con precisión milimétrica que no puede dejar ni
por un segundo de cuidar esa propiedad, asentado en una explotación inmisericorde.
Sabe que si se descuida, si deja de proteger a capa y espada sus
privilegios, las grandes mayorías excluidas se levantan. Por eso, día a día,
minuto a minuto, no dejan de controlar y evitar que los trabajadores se
organicen, piensen, conozcan la verdadera realidad. Por eso los embrutecen con
dádivas: es decir, el viejo pan y circo de los romanos.
Pero esa derecha sabe que
el barril de pólvora sobre el que está sentada puede explotar, lo cual
significaría perder sus privilegios de clase. De hecho, eso ya sucedió varias
veces el siglo pasado. Por eso mismo, ante el retroceso que sufrió el primer
Estado obrero del mundo, la llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas,
las
fuerzas de la derecha cantaron victoria, mostrando el derribamiento del Muro de
Berlín como la caída de las ideas socialistas. Dicho de otra manera: como están
tan aterrorizados con la posibilidad que los trabajadores reaccionen alguna
vez, se permitieron mostrar ese incidente como el fracaso inexorable de las ideas
socialistas. Pero ello no es sino una demostración del pavor
que sienten a ser expropiados. De ahí que lo presenten como un triunfo
apoteósico y que cierra de una vez la historia.
No hay dudas que con la
involución que sufrieron las primeras experiencias socialistas del mundo (la
Unión Soviética se desintegró, China se abrió al mercado capitalista, Cuba
quedó flotando en el aire como pudo), el capitalismo internacional avanzó
groseramente sobre las conquistas de los trabajadores obtenidas a fuerza de sacrificio
en décadas y décadas de lucha. Por eso ahora ese sistema, que se autopresenta
como ganador y única salida posible, se permite explotar más aún que hace un
siglo atrás. Hoy día se perdieron conquistas sindicales, se hacen contratos sin
prestaciones laborales, no se respeta la jornada laboral de ocho horas, se
expolia sin la menor pudicia y se entroniza la figura del “ganador”.
No hay dudas, para tratar
de concluir la referida cita que hice más arriba, que el sistema sabe que ya le
va a llegar el turno, que su cabeza, igual que la del monarca francés en 1789,
rodará por el polvo. Por eso festeja este triunfo parcial –que, sin dudas, hizo
retroceder mucho al campo popular en estos últimos años– como un triunfo
absoluto, queriendo presentar las cosas como que con el Muro de Berlín
derribado terminó la explotación, y por tanto el ideal revolucionario
socialista de transformación social.
Pero los trabajadores del
mundo siguen siendo explotados, más que antes incluso, apaleados, reprimidos.
¿Por qué no habrían de reaccionar? Tal vez hoy día, hay que reconocerlo, los
partidos comunistas están un tanto despistados. Mis ideas –que, en realidad, no
son mías, sino producto de una reflexión científica (¡no digan “marxismo” sino
materialismo histórico!)– se han querido presentar como anticuadas, fracasadas,
“pasadas de moda”. Nada más contrario a la verdad.
Mientras siga la
explotación en el mundo (y esa es la esencia del sistema capitalista) habrá
quien proteste, quien alce la voz, quien busque organizarse para cambiar la
situación. Que hoy día esa organización y los programas políticos al respecto
estén golpeados, es una cosa. Pero pretender que se esfumaron, que los
explotados quedarán contentos y felices con su condición de tales, que las injusticias
cesaron porque el sistema ganó esta batalla, es un craso error.
No hay que olvidar que el
capitalismo, como proyecto económico-político, comenzó a surgir en los siglos
XII y XIII, allá en la Liga de Hansen, y demoró varias centurias hasta poder tomar
mayoría de edad constituyéndose en sistema dominante, casi a fines del siglo
XVIII, tanto en Francia e Inglaterra como en los nacientes Estados Unidos de
América. Las experiencias socialistas no tienen ni 100 años de vida. ¡No
olvidarlo! Cantar victoria porque se ganó una batalla es de mal guerrero. Lo
único que demuestra es que sí, efectivamente, ese Amo tiembla porque sabe que
ya le va a llegar su guillotina…, aunque en este momento se sienta ganador.
Los 30 años que ahora se
pretenden festejar no son sino una demostración que el sistema capitalista no
tiene salida. Se festeja el triunfo de la explotación y la injusticia. Si el
sistema tuviera “responsabilidad social empresarial”, como parece que ahora se
puso de moda decir, debería echarse a llorar por el descalabro absoluto que ha
creado. Para decirlo sólo con dos ejemplos, lapidarios y terminantes por
cierto: en estos momentos –créanme que sigo muy de cerca estos acontecimientos
y estoy perfectamente informado– la humanidad produce un 45% más de los
alimentos necesarios para nutrir a los 7.800 millones de almas que pueblan el
mundo, y vergonzosamente la principal causa de muerte sigue siendo nada más y
nada menos que ¡el hambre! ¡Infame!, no caben dudas. Y para terminar: la
principal actividad de la especie humana, la que más ganancias genera desde el
punto de vista capitalista, la vanguardia de la ciencia y de la técnica es la
producción de armamentos. Es decir: la defensa a muerte de los privilegios de
algunos. ¡Más patético todavía!
Por tanto, camaradas, los
insto a que no nos dejemos confundir por estos cantos de sirena: la derecha no
festeja un triunfo, sino que sigue estando en guerra, y con miedo, porque sabe
que los trabajadores, tarde o temprano, reaccionaremos.
Hoy, como hace un siglo y
medio, la consigna no es lamentarse por la paliza recibida recientemente ni
quedarse embobados viendo la televisión. Sigue siendo como escribí con Federico
en 1848: “No hay nada que perder más que las cadenas. Por tanto: ¡uníos!”
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