La ola de protestas
populares que recorrió Latinoamérica en las últimas semanas (Ecuador, Chile,
Haití, Honduras), e incendió también otros países en otras latitudes (Líbano,
Egipto, Irak), hizo creer, entusiastas, que llegaba el fin del neoliberalismo.
Pero más allá de haber conseguido detener momentáneamente el alza de precio de
algunos productos, nada cambió en lo sustancial. Para terminarlo, se necesita
algo más que una protesta callejera: se necesita organización popular y
conducción revolucionaria, que no la hay en este momento.
Lamentablemente, no está
muerto (“Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”). El llamado
neoliberalismo (http://www.iela.ufsc.br/noticia/neoliberalismo-triunfo-del-capital-sobre-el-trabajador), es decir: capitalismo salvaje y brutal, domina
el mundo en este momento. Planteos de capitalismo “suave”, sin derrotar a las
oligarquías y a sus fuerzas armadas, no son sostenibles. El golpe de Estado en
Bolivia muestra que el neoliberalimos no está muerto, para nada.
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