Me
lo contó Miguel, gran amigo mío del que no tendría motivo para dudar; sé que la
historia puede resultar insólita, pero todo indica que fue así. Por otro lado,
¿por qué no sería cierto, si he escuchado cosas mucho más descabelladas y que,
finalmente, resultaron reales?
Francisco
era algo raro. Todos lo sabían, pero nadie se atrevía a decirlo en voz alta
porque, además de “algo chifladito”, también era enormemente bueno, siempre
dispuesto a dar una mano, servicial como no había otro.
Desde
hacía tres años estaba casado con Elisa, a quien quería entrañablemente. Bueno,
eso decía al menos. De todos modos, raro como era, la misma Elisa no se atrevía
a contradecirlo mucho. Si él afirmaba que la amaba como a nadie en el mundo,
podía ponerse a llorar si ella le demostraba la más tímida sombra de duda al
respecto. Era raro, pero nunca violento. Sus rarezas iban por el lado de lo
excéntrico, de lo bizarro.
No
tenían hijos. Ya hacía como dos años que lo buscaban, pero sin suerte hasta
ahora.
Francisco,
sin decirlo jamás, sin siquiera atreverse a pensarlo en serio, estaba enamorado
de la hermana de Elisa: Susana. Ella, si bien era tres años mayor que Elisa,
parecía más joven que ésta. Siempre vestía informalmente, con el pelo suelto y
despeinado, sin maquillaje. Elisa, por el contrario, siempre con el uniforme de
la empresa donde trabajaba y el cabello eternamente recogido, parecía una
abuelita con cara de joven amargada. Susana era soltera, y más allá de su
aspecto juvenil, ya pintaba para solterona, pues le escapaba sutilmente a todo
compromiso afectivo. Nunca había tenido pareja, y parecía no preocuparle el
asunto.
Un
día, en un baby shower, las
compañeras de trabajo de Elisa le obsequiaron un osito de peluche. Cuando lo
llevó a la casa, por la noche, fue la sensación para Francisco. Lo primero que
hizo, en colaboración con su esposa, fue bautizarlo. En realidad, fue él quien
eligió el nombre, forzando prácticamente a Elisa que lo acepte. Pero
“oficialmente” para la pareja, quedó establecido que el nombre lo habían
decidido ambos. “Robin Celestino” le pusieron.
La
llegada del osito, aunque aparentemente fue un incidente sin relevancia,
terminó por cambiarles la vida.
Francisco
solía hablarle; y no lo hacía en tren de juego, como un niño que conversa con
su mascota. No, todo lo contrario: le hablaba casi con solemnidad.
Cuando
Susana lo supo, se preocupó y aconsejó a su hermana a que dejara al esposo.
Ella tenía una relación ambivalente con Francisco: lo consideraba un “loquito”
simpático, y al mismo tiempo le resultaba muy placentera su compañía. Nunca
hubiera pensado que podría sentir una atracción sexual por su cuñado, pero se
daba cuenta que le gustaba pasar largos ratos hablando con él, haciendo
chistes, siguiéndole el juego en muchos casos. De ahí a un atractivo que
traspasara los límites, jamás se le hubiera cruzado por la cabeza. Prefería no
darse por enterada de sus ocultos deseos.
Pero
aquella vez algo pasó.
Con
cualquier excusa, incluso sin que se lo hubieran planteado explícitamente,
buscaron la manera de verse; ese día, Francisco volvió a su casa más temprano
que lo habitual y Susana llegó donde su hermana en el transcurso de la tarde,
cosa que nunca hacía. Todo se dio casi azarosamente, a tal punto que se
sorprendieron cuando se encontraron solos en la habitación con el peluche entre
ambos.
-Manda decir Robin
Celestino que te quites la ropa- comenzó diciendo Francisco.
-¿Te parece? ¿No será
que exagera este osito?- preguntó Susana con fingido recato, como jugando.
-No, no; para nada.
Es más: hay que hacerle caso siempre, porque si no puede enojarse, y eso es
¡terrible!-.
Sin
pensarlo mucho, Susana le hizo caso -“al
osito”, quiso quedarse creyendo-, y sin mayores preámbulos se desnudó ante
su cuñado. La escena que siguió tuvo algo de psicótica, porque ni ella tuvo
plena conciencia de lo que estaba haciendo, ni Francisco parecía muy en sus
cabales. Hicieron el amor de un modo mecánico. Para ella, que no era la primera
vez pero que no tenía mayor experiencia en el asunto, no fue placentero; para
él fue bonito sólo porque pudo consumar lo que hacía años anhelaba, pero el
acto en sí mismo no tuvo ningún encanto.
Lo
cierto es que Susana resultó embarazada.
En
su familia hubo reacciones encontradas: algunos -como Elisa, que muy en secreto
la envidió horrores- la apoyaban alentándola a que lo tuviera. Otros, como su
hermano mayor, el camionero Saúl, la condenaban por “pecadora”. En ese fuego
cruzado se vio Susana por espacio de algún tiempo, hasta que decidió seguir
adelante con su embarazo, pero sin decir a nadie quién era el padre. E incluso
para el mismo Francisco tejió una historia queriéndole hacer creer que el hijo
no era suyo, sino de algún furtivo amorío por ahí. Él no lo creyó, y ese
intento de engaño -luego me explicó un psiquiatra- puede haber sido lo que
provocó su posterior reacción.
Nacido
el niño (fue un varoncito rozagante, de casi cinco libras de peso, llegado con
parto normal), la madre le puso de nombre Florencio, como su padre. Y a los dos
meses del alumbramiento vino el incidente. Un jueves por la tarde, con mucho
calor, Francisco se apareció en casa de Susana -vivía sola a una cuadra de la
casa de sus padres- diciéndole que traía “órdenes
explícitas de Robin Celestino”.
Susana no supo bien si reír o temer un ataque de locura de su cuñado. La “orden
explícita” era entregar el bebé a su hermana Elisa para que ésta lo adoptara y
siguiera criando. E incluso, debía cambiarle el nombre.
-“¿Y por qué me daría
una orden tan fea este osito, que parece tan bueno?”- preguntó Susana
tratando de atemperar la situación, poniendo así una nota casi cómica que
descomprimiera el momento.
-“Es bueno pero no es
tonto. Sabe que ese hijo es tuyo sólo a medias, y que no te lo mereces; por eso
te da esa orden, para que arregles tu error de esa forma, dándoselo a quien sí
lo va a saber cuidar”- sentenció Francisco con expresión amenazante.
-“Me parece que se
equivoca ese osito. Además, Francisco: ¡entremos en razones! ¡¡Los ositos de
peluche no hablan!! Y si hablaran, no podrían ser tan malos”-
-“Te repito: es una
orden. ¡Y es terminante!”-, levantó la voz Francisco. -“Si no la cumples, tendrás que atenerte a las consecuencias”-.
-“¿Ah, sí? ¿Y cuáles
serían esas consecuencias?”- lo retó Susana.
Sin
pensarlo, como reacción visceral, la mató con más de una docena de puñaladas.
De todos modos, por ineficiencia o corrupción de la policía, o por una
combinación de ambas, nunca se pudo comprobar su autoría. Lo cierto es que el
pequeño Florencio -rebautizado Francisco José, no en los papeles, pero sí de
hecho- pasó a ser el hijo adoptivo de la pareja.
Cuando
el niño creció, fue su padre quien le hizo saber que él era hijo adoptivo y
que, en realidad, su verdadero progenitor, era un osito de peluche. De más está
decir que al día de hoy el joven Florencio, alias Francisco José, está
internado en el hospital psiquiátrico de L.
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