jueves, 2 de julio de 2020

PORNOGRAFÍA


La sexualidad es nuestro talón de Aquiles. No hay sexualidad “normal”; ella es siempre problemática. ¿Por qué esconder los órganos genitales externos si no? ¿Por qué la prohibición del incesto? Es evidente que la sexualidad, distinto a lo que sucede en el orden animal, no se corresponde con la reproducción. Hay un plus más allá de lo biológico-instintivo: el goce.

La pornografía (“presentación abierta y cruda del sexo que busca producir excitación”) es eminentemente humana (ningún animal la desarrolla). Y vieja como el mundo. Pero el capitalismo, que todo transforma en negocio, también hizo de ella una fabulosa industria. En estas últimas décadas, con el primado de la cultura audiovisual que inunda todo, alcanzó cotas increíbles.

Como industria audiovisual, la pornografía es hoy una muy redituable actividad económica. La producción de películas y videos porno viene creciendo a ritmo vertiginoso en estas últimas décadas. El internet ha disparado tanto esa producción como ese consumo. Pero dado que la pornografía, al igual que todo lo ligado al campo de la sexualidad, comporta un cierto halo de “prohibido”, algo estigmatizado, no hay datos totalmente confiables en su ámbito. Nadie habla abiertamente de esto, como sí sucede en otros rubros comerciales. Muy poca gente reconoce abiertamente ser usuaria de estos materiales, pero, si es un negocio en crecimiento, es porque existe una enorme masa de consumidores –en las sombras en la mayoría de los casos. ¿Quiénes de los que están leyendo el presente texto reconocen abiertamente ver porno?–.

No existen registros oficiales fiables del negocio, habiendo, en todo caso, algunas aproximaciones socio-estadísticas. A partir de ellas, se puede calcular que todo el rubro comercial de la pornografía en los medios audiovisuales actualmente mueve unos 50,000 millones de dólares anuales, colocándola entre los grandes negocios (armas, petróleo, drogas ilegales, farmacéuticas, comunicaciones). Estados Unidos es el principal productor de material audiovisual porno, básicamente en el estado de California.

Según los datos disponibles hoy, 12 % de los sitios web ofrecidos en la red de redes son pornográficos. De acuerdo a un estudio de la española Universidad de Navarra del 2015, “en la actualidad existen más de 500 millones de páginas web de acceso a material pornográfico”. A partir de las estimaciones realizadas, 25 % de todas las solicitudes de motores de búsqueda están relacionadas con la pornografía. Cada segundo, hay 30 millones de personas viendo porno en internet. El consumo está más inclinado hacia los varones, pero también las mujeres acceden a él: entre 25 a 30 % son visitas de mujeres a las páginas porno.

Hay producción porno para todos los gustos, presentando las combinaciones más audaces, esotéricas, simpáticas o bizarras. Ciertamente, ninguna de esas producciones muestra nada que en la realidad efectiva no suceda; o, en todo caso, ponen en acción fantasías que todos los seres humanos (varones y mujeres, más toda la combinación LGTBIQ que se desee) parecen tener en mayor o menor medida. Puede incluirse en esa diversísima producción, pornografía que entra en el ámbito de lo delictivo: torturas, violaciones, utilización de menores de edad. Pero dejando de lado esas prácticas a todas luces ilegales, delictivas (de las que la industria capitalista hace negocio, como lo hace con cualquier esfera humana), todo lo que se ofrece a los ojos son cosas que pueden suceder en la intimidad, aquellas de las que no se habla… ¡pero se hacen! (parafernalia de juguetes eróticos, posiciones insólitas, prácticas sadomasoquistas, prácticas bisexuales, “cochinadas” varias y un largo, interminable etcétera. Nos preguntamos una vez más: ¿cuál es la sexualidad normal? ¿Dónde podrá leérsela: en un libro de psiquiatría, en algún documento del Vaticano?). El goce no tiene forma “normal”, enseña el Psicoanálisis.

Sin dudas, los mitos y prejuicios prevalecen, están muy arraigados (“Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”, dirá Einstein). Se sigue pensando –y por tanto, pontificando, dando directivas y regañando– en nombre de una pretendida sexualidad normal (¿cuál sería?). Si la pornografía existe, ello debería abrir un análisis exhaustivo no moralizante de por qué se repite y tiende a ampliarse. Entiéndase que pornografía no es sinónimo de delito sexual. Esto último está claramente tipificado en las distintas constituciones nacionales, existiendo un cierto consenso generalizado de cuáles serían sus notas distintivas. La violación, las prácticas que dañan la integridad del otro, el ejercicio sexual con menores de edad están normados como delitos. De ahí en más, es imposible reglar lo que se hace (o fantasea).

Hoy por hoy, toda la producción audiovisual pornográfica ratifica patrones machistas-patriarcales. La mujer es habitualmente cosificada, puesta como objeto a disposición de un pretendido inacabable, insaciable deseo masculino. Las relaciones sexuales tienen un sesgo de ejercicio masculino de poder: los hombres “le hacen” cosas a las mujeres, las toman (las “cogen”), en tanto que las mujeres hacen cosas por y para los hombres (¿no hay misoginia escondida en eso?)

 



No hay comentarios.:

Publicar un comentario