Es una creencia repetida hasta el cansancio que los presidentes, los mandatarios en sentido amplio, en este engendro confuso y perverso que se nos muestra como “democracia” en el marco de los sistemas capitalistas (pretendidamente gobierno del pueblo), son los que mandan. Eso es lo que machaconamente nos reitera la ideología dominante, repetida hasta la saciedad a través de todos sus mecanismos de aculturación: escuela, medios masivos de difusión, iglesias, sentido común.
Esta idea, absolutamente cargada de una ideología antipopular,
mezquina y entronizadora del individualismo, ve la historia como producto de
los llamados “grandes hombres”. Vale la pena, al respecto, repasar esa
maravillosa poesía del dramaturgo alemán Bertolt Brecht “Preguntas de un
obrero que lee”. Allí, mofándose de esa creencia centrada en los
“grandes” personajes, entre otras cosas, se pregunta: “César derrotó a los
galos. ¿No llevaba siquiera cocinero?”
La historia es una muy compleja concatenación de
hechos, siempre en movimiento, donde el conflicto, el choque de elementos
contrarios es lo que la dinamiza. De ahí que un pensador decimonónico -hoy
tratado (infructuosamente) como “pasado de moda” y en realidad más vivo que
nunca, Carlos Marx, pudo decir: “la lucha de clases es el motor de la
historia”.
Aunque cierto pensamiento conservador, de derecha,
pueda horrorizarse ante esa formulación y pretenda seguir viendo en esos
“grandes hombres” (¿no hay grandes mujeres también?) los factores que mueven la
humanidad, el financista estadounidense Warren Buffet (alrededor de 100,000
millones de dólares de patrimonio), dijo sin tapujos:
“Por supuesto que hay luchas de clase, pero es mi
clase, la clase rica, la que está haciendo la guerra, y la estamos ganando.” Y que no anide la más mínima duda: ¡Warren Buffet
es de derecha! Pregunta complementaria, que se debe articular con el título de
este escrito: ¿son los millonarios quienes producen sus millones, o son las
grandes masas trabajadoras quienes lo hacen?
Debe quedar claro, de una buena vez por todas, que
la historia no la hacen los personajes, no depende de “una persona” en
particular; la historia la hacen las grandes mayorías en su dinámica social.
Los personajes, como diría Hegel, son parte de un infinito teatro de
marionetas. Los personajes pueden contar: no es lo mismo un pusilánime pelele
como George Bush hijo (marioneta de otros poderes), que un estadista como
Vladimir Putin (con el que se podrá coincidir o no, no importa, pero que tiene
un peso decisivo en la Rusia post soviética; o que Fidel Castro, por ejemplo, o
un líder carismático como Mahatma Ghandi.
Alvaro Arzú, hombre fuerte de la política guatemalteca
durante varias décadas y conspicuo exponente de la oligarquía nacional, no es
lo mismo que el ex presidente, Jimmy Morales, comediante de segunda devenido
presidente por avatares del destino. Pero esos “hombres” no deciden todo, en
absoluto. Los mandatarios, en las democracias capitalistas, son una expresión
de los verdaderos factores de poder, quienes detentan la propiedad de los
medios de producción: tierras, empresas, banca. ¿Quién da las órdenes a quién?
Si nos quedamos con la idea -falsa y equivocada- de “grandes hombres”, o de que
los presidentes son, efectivamente quienes mandan no entendemos lo que es la
marcha de la historia.
Veamos un par de ejemplos para graficarlo: un país
pobre como Guatemala, una potencia económico-político-militar como Estados
Unidos, o un país socialista como Cuba.
En Guatemala regresó, luego de años de sangrientas
dictaduras militares, esto que se llama democracia en el año 1986. Ya han
pasado numerosos gobernantes desde entonces, “elegidos democráticamente”: Vinicio
Cerezo, Jorge Serrano Elías, Álvaro Arzú, Alfonso Portillo, Oscar Berger,
Álvaro Colom, Otto Pérez Molina, Jimmy Morales, más dos que llegaron por
mecanismos administrativos: Ramiro de León Carpio y Alejandro Maldonado. ¿Algún
cambio para las grandes mayorías populares? ¡Ninguno!
Ahora llegó uno nuevo, encontrándose con la
pandemia al poco tiempo de asumir: Alejandro Giammattei; ¿puede esperarse algo
nuevo con él? Más allá de la esperanza, sana y razonable, que se puede tener
ante cualquier cambio de cara, la realidad lo indica: siguió la pobreza, la
exclusión de los pueblos originarios, el patriarcado, la corrupción y la
impunidad. El manejo que está haciendo de la actual crisis sanitaria lo deja
ver: los que se beneficinan, como siempre, son los grandes capitales (no se
pagará Bono 14); los que reciben los golpes, como siempre también, son los más
humildes, la clase trabajadora, las amas de casa, las capas populares. El 60%
de población está en situación de pobreza; el 50% de niñez desnutrida o el 20%
de analfabetismo no lo corrige “una” persona, más allá de la buena voluntad que
pueda tener (y parece que no la tienen).
Son los detentadores de otros poderes, que no
necesitan sentarse en la silla presidencial, quienes deciden: la rancia
oligarquía “de linaje”, heredera de los privilegios coloniales, más un
empresariado moderno surgido en el siglo XX y, sobre ellos, el representante
del gobierno imperial de Estados Unidos, que hace del subcontinente
latinoamericano su zona de influencia “natural”.
Veamos otro ejemplo: Estados Unidos. Tomemos a los
últimos presidentes de estas décadas: John Kennedy, Lyndon Johnson, Richard
Nixon, Gerald Ford, James Carter, Ronald Reagan, George Bush padre, Bill
Clinton, George Bush hijo, Barack Obama, Donald Trump. ¿Qué cambió en lo
sustancial para el ciudadano estadounidense medio (Homero Simpson), o para
nosotros en Latinoamérica, su virtual patio trasero? Nada.
Estados Unidos, no importa con qué gerente, siguió
siendo una potencia rapaz, belicista, imperialista. Quien toma las decisiones
finales -en general, en las sombras- sin que el gran público lo sepa, y mucho
menos pudiendo incidir en ello. Son las grandes corporaciones ligadas a los
principales rubros económicos: el complejo militar-industrial (que inventa guerras
a su conveniencia: 2,000 dólares por minuto de ganancia), las compañías
petroleras, los megabancos, la industria química, la narcoactividad (que no es
cierto que sea un negocio solo de narcotraficantes latinoamericanos: ¿quién la
distribuye y lava los activos en el Norte?) Y ahora, en forma creciente, la
industria ligada a tecnologías digitales.
Cuba socialista: murió el dirigente histórico de la
revolución, el Comandante Fidel Castro, y ya consolidado el proceso socialista,
es el pueblo cubano, defensor de su revolución, quien mantiene altivo el
proceso.
Conclusión: pese a lo que la ideología
individualista presenta, debe quedar claro que la historia la hacen las masas,
las grandes mayorías, los pueblos en su movimiento. Los conductores son una expresión
de ese movimiento. En el capitalismo, el presidente de turno (¿gerente?,
¿administrador?, ¿capataz?) no es sino un mandatario de los grandes poderes
económicos. Si lo olvidamos, olvidamos que la historia es la dinámica de luchas
de clases sociales enfrentadas y chocando continuamente.
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