Durante el 2015 se dieron acontecimientos novedosos: apareció un despertar ciudadano que ponía en jaque la corrupción. Esa movilización fue una conmoción para la estructura político-social del país. Infinitas explicaciones surgieron en ese momento tratando de entender/analizar el fenómeno. Se llegó a decir, por ejemplo, que Guatemala “daba un ejemplo al mundo en el combate a la corrupción”.
Era lindo creérselo marchando a la plaza a protestar. La valoración de lo
que allí pasó dio lugar a interpretaciones diversas. En su momento pudo verse
como una auténtica reacción cívica a un estado calamitoso en orden a la
corrupción. Así, se formaron diversos grupos con proyectos políticos que
comenzaban a proponer una nueva ética ciudadana. Cosa insólita: estudiantes de
universidades históricamente opuestas en términos ideológicos marchaban unidos
con consignas anticorrupción. En la universidad pública, ese estado de
movilización sirvió para remover una delincuencial mafia instalada en la
histórica Asociación de Estudiantes Universitarios.
Analizado ahora fríamente, puede verse que esas movilizaciones -urbanas y
sabatinas- tuvieron mucho de preparado, de plan urdido. ¿Por quién? Todo
indicaría que, montándose en un real descontento de la población, se fabricaron
esas protestas. Si bien no hay documentos que, al día de hoy, puedan exhibirse
claramente como prueba, parece que se trató de otro “laboratorio” de manejo
social de masas, similar a las revoluciones de colores que implementó
Washington estos últimos años en diversos puntos del planeta.
Por sus características, todo pareciera un ensayo en relación al tema de la
corrupción, probado aquí para luego desarrollarlo en países de mayor
importancia geoestrategia para la política continental de Estados Unidos:
Argentina y Brasil. Definitivamente, sin tocar las estructuras de base (propiedad
privada de los medios de producción, explotación del trabajo asalariado,
trabajo doméstico no remunerado), el tema de la corrupción, con un marcado
contenido moral, es siempre algo bochornoso que lleva a golpearse el pecho
(aunque la misma no está solo en los funcionarios públicos: está extendida en
la sociedad). De esa cuenta, se pudo movilizar a parte de la ciudadanía (clase
media urbana en lo fundamental) con actos “cívicos” -no protestas obreras ni
campesinas-, pidiendo la destitución de los administradores de turno: un
binomio tan corrupto como todos (¡¡todos!!). El resultado fue la salida del
gobierno de los por entonces presidente y vice. La sensación fue de triunfo
ciudadano.
Curiosamente, nunca se habló de “triunfo popular”, sino “ciudadano”, acto
cívico, ciudadanía responsable. La ilusión transmitida hasta el hartazgo por
aquel entonces fue de “triunfo” ante la corrupción. Se lo pudo creer, un poco
al menos. Pero rápidamente, al ver cómo siguieron las cosas, comenzó a
entenderse que, aprovechando un real descontento de la población, no había
ninguna lucha real contra ese flagelo social. Fue una bien urdida maniobra de
la administración demócrata estadounidense, con Obama en la presidencia, para
intentar fortalecer los Estados nacionales del área centroamericana, evitando
así la llegada masiva de migrantes irregulares a territorio norteamericano.
Salido Obama, con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, las cosas
cambiaron.
Definitivamente, nunca hubo una intención real en los círculos de poder (ni
en Washington ni en Guatemala) de atacar de raíz corrupción e impunidad. Por
eso, en nuestro país, la corrupción siguió su curso “normal”. Es decir:
continuó siendo la forma cotidiana de hacer política y de hacer negocios. Ya
fuera de la presidencia Pérez Molina de la presidencia, lo que siguió, más allá
de la mascarada en juego, fue exactamente igual. Con Jimmy Morales o con
Alejandro Giammattei las cosas no cambiaron… ¡ni podrían cambiar! El Pacto de
Corruptos que tiene secuestrado el Estado es una inextricable fusión de
políticos, empresarios, militares y crimen organizado que maneja los hilos del
poder de manera impune. Solo para un ejemplo actual: la ejecución del presupuesto (https://draft.blogger.com/blog/post/edit/8331066382103162907/345507595600291482?pli=1)
para atender la pandemia. Pero ejemplos sobran, en todos
los campos. En otros términos: la corrupción, y junto a ella la impunidad,
siguen siendo el pan nuestro de cada día en la forma de hacer negocios y hacer
política.
Ese Pacto de corrupción respiró tranquilo cuando se fue la CICIG, que había
terminado siendo su principal molestia. La actual lucha de poderes palaciegos,
con el Ministerio Público en total silencio (con Thelma Aldana, impulsado por
la mano gringa, era más agresivo en sus investigaciones), evidencia que las
mafias siguen tan enseñoreadas como siempre, intentando quitar del camino a los
pocos escollos que encuentran, como la Corte de Constitucionalidad, el
Procurador de Derechos Humanos o algunos jueces no corruptos que siguen
defendiendo con hidalguía el estado de derecho.
¿Habrá que ir más allá de las vuvuzelas entonces?
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