domingo, 19 de julio de 2020

CORRUPCIÓN PARA RATO

Durante el 2015 se dieron acontecimientos novedosos: apareció un despertar ciudadano que ponía en jaque la corrupción. Esa movilización fue una conmoción para la estructura político-social del país. Infinitas explicaciones surgieron en ese momento tratando de entender/analizar el fenómeno. Se llegó a decir, por ejemplo, que Guatemala “daba un ejemplo al mundo en el combate a la corrupción”.

 

Era lindo creérselo marchando a la plaza a protestar. La valoración de lo que allí pasó dio lugar a interpretaciones diversas. En su momento pudo verse como una auténtica reacción cívica a un estado calamitoso en orden a la corrupción. Así, se formaron diversos grupos con proyectos políticos que comenzaban a proponer una nueva ética ciudadana. Cosa insólita: estudiantes de universidades históricamente opuestas en términos ideológicos marchaban unidos con consignas anticorrupción. En la universidad pública, ese estado de movilización sirvió para remover una delincuencial mafia instalada en la histórica Asociación de Estudiantes Universitarios.

 

Analizado ahora fríamente, puede verse que esas movilizaciones -urbanas y sabatinas- tuvieron mucho de preparado, de plan urdido. ¿Por quién? Todo indicaría que, montándose en un real descontento de la población, se fabricaron esas protestas. Si bien no hay documentos que, al día de hoy, puedan exhibirse claramente como prueba, parece que se trató de otro “laboratorio” de manejo social de masas, similar a las revoluciones de colores que implementó Washington estos últimos años en diversos puntos del planeta.

 

Por sus características, todo pareciera un ensayo en relación al tema de la corrupción, probado aquí para luego desarrollarlo en países de mayor importancia geoestrategia para la política continental de Estados Unidos: Argentina y Brasil. Definitivamente, sin tocar las estructuras de base (propiedad privada de los medios de producción, explotación del trabajo asalariado, trabajo doméstico no remunerado), el tema de la corrupción, con un marcado contenido moral, es siempre algo bochornoso que lleva a golpearse el pecho (aunque la misma no está solo en los funcionarios públicos: está extendida en la sociedad). De esa cuenta, se pudo movilizar a parte de la ciudadanía (clase media urbana en lo fundamental) con actos “cívicos” -no protestas obreras ni campesinas-, pidiendo la destitución de los administradores de turno: un binomio tan corrupto como todos (¡¡todos!!). El resultado fue la salida del gobierno de los por entonces presidente y vice. La sensación fue de triunfo ciudadano.

 

Curiosamente, nunca se habló de “triunfo popular”, sino “ciudadano”, acto cívico, ciudadanía responsable. La ilusión transmitida hasta el hartazgo por aquel entonces fue de “triunfo” ante la corrupción. Se lo pudo creer, un poco al menos. Pero rápidamente, al ver cómo siguieron las cosas, comenzó a entenderse que, aprovechando un real descontento de la población, no había ninguna lucha real contra ese flagelo social. Fue una bien urdida maniobra de la administración demócrata estadounidense, con Obama en la presidencia, para intentar fortalecer los Estados nacionales del área centroamericana, evitando así la llegada masiva de migrantes irregulares a territorio norteamericano. Salido Obama, con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, las cosas cambiaron.

 

Definitivamente, nunca hubo una intención real en los círculos de poder (ni en Washington ni en Guatemala) de atacar de raíz corrupción e impunidad. Por eso, en nuestro país, la corrupción siguió su curso “normal”. Es decir: continuó siendo la forma cotidiana de hacer política y de hacer negocios. Ya fuera de la presidencia Pérez Molina de la presidencia, lo que siguió, más allá de la mascarada en juego, fue exactamente igual. Con Jimmy Morales o con Alejandro Giammattei las cosas no cambiaron… ¡ni podrían cambiar! El Pacto de Corruptos que tiene secuestrado el Estado es una inextricable fusión de políticos, empresarios, militares y crimen organizado que maneja los hilos del poder de manera impune. Solo para un ejemplo actual: la ejecución del presupuesto (https://draft.blogger.com/blog/post/edit/8331066382103162907/345507595600291482?pli=1) para atender la pandemia. Pero ejemplos sobran, en todos los campos. En otros términos: la corrupción, y junto a ella la impunidad, siguen siendo el pan nuestro de cada día en la forma de hacer negocios y hacer política.

 

Ese Pacto de corrupción respiró tranquilo cuando se fue la CICIG, que había terminado siendo su principal molestia. La actual lucha de poderes palaciegos, con el Ministerio Público en total silencio (con Thelma Aldana, impulsado por la mano gringa, era más agresivo en sus investigaciones), evidencia que las mafias siguen tan enseñoreadas como siempre, intentando quitar del camino a los pocos escollos que encuentran, como la Corte de Constitucionalidad, el Procurador de Derechos Humanos o algunos jueces no corruptos que siguen defendiendo con hidalguía el estado de derecho.

 

¿Habrá que ir más allá de las vuvuzelas entonces?

 


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