“Actuar con el optimismo del corazón y con
el pesimismo de la razón”
La pandemia de COVID-19 que se desplegó por
todo el mundo nos ha dejado o sin palabras, por un lado, o con la imperiosa
necesidad de hablar y hablar para encontrarle sentido, por otro. Ambas
reacciones son tan normales como esperables: no sabemos bien qué decir, o
hablamos infinitamente para tratar de entender lo que está sucediendo. ¿Qué
debemos hacer entonces? ¿Qué es lo “correcto”? No hay corrección a la vista.
Hay preguntas abiertas, solo eso. Y bastante ansiedad.
En medio de ese cúmulo infinito de preguntas y
decires surge de todo un poco: desde intentos serios y profundos de escudriñar
la situación a repeticiones mecánicas de lo dicho desde el discurso oficial
dominante, desde visiones apocalípticas a lecturas en clave de conspiración,
desde memes y chistes para descomprimir la angustia a lúgubres percepciones
agoreras. En verdad, nadie tiene “la” explicación, simplemente porque no la
hay. Estamos ante un sinnúmero de factores complejos que muestran lo
tremendamente intrincado del mundo actual (¿presencia y efectividad del “efecto
mariposa”?)
Con un mínimo de seriedad y aplomo científico,
es imposible decir que todo esto estuvo pergeñado por alguien, el cual se
beneficiará a mediano plazo. Lo que sí es cierto, es que habrá quien sí saque
más provecho de la situación, y quien se verá más perjudicado. Como van las
cosas de momento, asumiendo que esto es un fenómeno natural que tocó a toda la
Humanidad y que no hay mano criminal en el asunto, ciertos grupos de poder
(digamos: muchos de los de siempre) saldrán ampliamente beneficiados. En
términos generales, desde una lectura clasista del proceso en juego, está más
que claro que pequeños grupos de poder harán su negocio, mientras que las
grandes masas populares de todo el planeta retrocederán. Eso ya está
sucediendo.
Algunos grandes conglomerados económicos
(aquellos ligados a las tecnologías digitales, la gran banca internacional, las
farmacéuticas, la narcoactividad) siguen intocables sus negocios. En este nuevo
capitalismo renovado que
estamos viviendo, cada vez más centrado en lo que ahora se llama “cuarta
revolución industrial” (primera revolución: máquina a vapor, luego la electricidad,
posteriormente computación, ahora la digitalización), nos todos pierden. Al
contrario: la pandemia está sirviendo para expandir ciertas actividades
comerciales al máximo, de un modo superlativo. No todos se perjudican con el
cierre de la economía. Por ejemplo: mientras las empresas petroleras están
trabajando a pérdida, las empresas ligadas al mundo digital están más robustas
que nunca. Para la clase trabajadora mundial, para los pueblos de a pie que no
tienen cómo responder a la crisis socio-económica, sí es pura pérdida.
Si bien estamos aún en medio de la pandemia con
más de 600,000 muertos en todo el planeta, la misma terminará en algún momento.
En algunos lugares, la curva se aplanó en parte. Solo Cuba socialista, con un
modelo de salud realmente centrado en la población, pudo salir airosa de la
situación (¡cosa que jamás menciona la prensa comercial!). La crisis sanitaria
golpea duro. Los confinamientos no terminan, y los sistemas de salud,
debilitados al máximo por los programas de privatización neoliberal habidos en
las últimas décadas, están colapsados en prácticamente todos los países. Todo
el mundo está esperando ansioso la post pandemia. ¿Y qué sucederá cuando
salgamos de esta sombría noche y aparezca nuevamente el sol?
Las opiniones se dividen. Insistamos en esto:
nadie sabe con seguridad qué pasará, pero sí se pueden ver tendencias, y en
muchos casos, esas tendencias ya son realidades concretas que han tomado forma
y no parecen poder desactivarse. ¿Será un mundo mejor? La pregunta puede ser
ingenua, o mal formulada. ¿Por qué sería “mejor”? No falta quien, desde un
optimismo desbordante, así lo cree: “Otro mundo emergerá de los escombros que deja
la pandemia. Tenemos que trabajar para que sea un mundo no solamente otro, sino
un mundo donde quepamos todos, sin exclusiones, con dignidad, sin injusticias,
con igualdad, sin opresores, con libertad, sin egoísmos, con convivencia en
comunidad, sin una voz única, con coros plurilingües de esperanzadora utopía.
Está en nuestros corazones concebirlo y en nuestras manos diseñarlo,
construirlo y habitarlo. (…) Los siglos contados del capitalismo parecen estar
abriendo las compuertas de otro modo de producción y de vida, en la conclusión
inexcusable de su fase neoliberal”, como, por ejemplo, puede expresar Adalid Contreras. O, como dice un
comunicado de la Conferencia Episcopal de Guatemala: “Contemplar esta
realidad [patética del país, profundizada ahora por la crisis sanitaria] puede
desanimarnos pero al mismo tiempo nos ofrece la oportunidad de vivir una real y
genuina solidaridad”.
Por supuesto que sería deseable un mundo más
equitativo, más balanceado y solidario, libre de tantas injusticias y
asimetrías indefendibles (24,000 muertos de hambre DIARIOS en un mundo donde
sobran alimentos), pero sabemos que las cosas no son simplemente como las
deseamos. Los paraísos son siempre “paraísos perdidos” (a no ser los paraísos
fiscales, donde los humanos de a pie no cabemos, donde solo caben dineros de
dudosa procedencia, y para algunos “elegidos” no están perdidos). ¿No es un
tanto quimérico pensar que terminada una enfermedad la realidad social mundial
va a cambiar como por arte de magia? Las luchas de clases, la extracción de
plusvalor, la guerra como negocio de algunos… ¿terminarán porque se extinga ese
agente etiopatogénico surgido en China?
Otros, por el contrario, con un análisis más exhaustivo del panorama,
con un criterio más crítico, pueden entrever otra realidad post pandemia como,
por ejemplo, el economista William Robinson: “Estimulado por la pandemia de coronavirus, el capitalismo
global está al borde de una nueva ronda de reestructuración a nivel mundial
basándose en una digitalización mucho mayor de toda la economía y sociedad
global. Esta reestructuración empezó tras la Gran Recesión de 2008 pero las
condiciones sociales y económicas cambiantes propiciadas por la pandemia
acelerarán enormemente el proceso. Probablemente aumentará la concentración del
capital a nivel mundial y empeorará la desigualdad social. Habilitados por las
aplicaciones digitales, los grupos dominantes -a menos que sean obligados a
cambiar de rumbo por la presión de masas desde abajo- recurrirán al aumento del
Estado policial global para contener los próximos levantamientos sociales”.
O Santiago Alba, quien
considera que (El) “estado superior del capitalismo es el feudalismo mafioso
tecnologizado. Este es el peligro que nos espera en ese planeta desconocido,
frente al cual tenemos pocos recursos”.
Hoy día, hablando de lo que vendrá luego de la pandemia de
coronavirus, se ha popularizado el término “la nueva normalidad”. ¿Qué
significa eso exactamente? Entra a tallar aquí, de un modo decisorio, la nueva
modalidad productiva y de relacionamiento social dada por la tecnología
dominante: la revolución digital, la que dio un salto impresionante en estos
últimos años, pero que con la pandemia se profundizó en forma espectacular.
Definitivamente, estamos ante un hecho civilizatorio de proporciones
gigantescas, quizá aún no considerado en toda su dimensión. “Nunca ha habido un momento de mayor promesa, o
mayor peligro”, lo define Klaus
Schwab, fundador del Foro Económico Mundial. ¿Qué mundo sigue entonces,
teniendo en cuanta que la vida de todo el planeta se va “digitalizando”? ¿Qué
es esa “nueva normalidad” de la que tanto se habla? ¿Es una promesa de cambio
o, por el contrario, es más de lo mismo, o peor aún: lo mismo con más?
Según la UNESCO, el órgano especializado del
Sistema de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura
-organización que promociona la campaña “La nueva normalidad”-, lo que
vendrá cuando se haya aplanado completamente la curva epidemiológica del
COVID-19 (la de los muertos por inanición no se aplana nunca, ¡no olvidarlo!),
invita “a
reflexionar sobre lo que es normal, sugiriendo que hemos aceptado lo
inaceptable durante demasiado tiempo. Nuestra realidad anterior ya no puede ser
aceptada como normal. Ahora es el momento de cambiar”.
¿La “hemos aceptado”, o se nos ha impuesto? “Los desastres
y las emergencias no solo arrojan luz sobre el mundo tal como es. También abren
el tejido de la normalidad. A través del agujero que se abre, vislumbramos las
posibilidades de otros mundos”, agrega Peter Baker en el marco de la
referida campaña. Las cosas no surgen simplemente porque las deseemos, por un
acto de buena voluntad, por apelación a un “abracadabra” fantástico y
todopoderoso. Tal como va el mundo, todo indica que la normalidad a la que
volveremos luego de la pandemia podrá ser distinta en determinados puntos:
habrá que usar mascarillas, lavarse continuamente las manos, distanciarse del
prójimo, no darse un beso en la mejilla, desinfectar la suela de los zapatos.
Pero en cuanto a lo que decide nuestras vidas (que tiene que ver más que nada
con los paraísos fiscales, que no con nuestras muy honestas y apreciables
apetencias): ¿más de lo mismo o lo mismo con más?
Trabajar por un mundo donde quepamos todos, tal
como lo pide el arriba citado Adalid Contreras, y tantos otros también, es algo
que va más allá de la pandemia. ¿Solo una enfermedad esparcida globalmente nos
puede movilizar en tal sentido? Suena raro. Quizá ante el trauma de un evento
con algo de catastrófico por lo ahora vivido (en muy buena medida, exagerado
convenientemente por los medios comerciales de comunicación), puedan surgir
estas aspiraciones “bondadosas”, de llamados a un nuevo modo de
relacionamiento. Pero siendo crudamente realistas, todo indica que quienes
marcan el rumbo no son los “empleados asalariados” sino sus jefes: “Hay mucha
gente que ya le encontró el gusto por trabajar desde la casa, y las empresas ya
se encontraron el gusto de que la totalidad de la gente no vaya a las oficinas”,
como dijo Franco Uccelli, alto directivo del JPMorgan Chase & Co,
uno de los bancos más grandes del mundo (estadounidense), de esos que sí,
efectivamente, marcan lo que es “normal”.
¿Hemos “aceptado” la normalidad donde mueren diariamente 24,000 personas
por hambre o por causas ligadas a la desnutrición? Si es cierto que “Ahora es el momento de cambiar”, como pide muy esperanzadoramente
la UNESCO, queda por verse cómo hacer ese cambio. ¿Es un acto de corazón? ¿Se
“abuenarán” los malos que nos matan de hambre? Todo indica que lo dicho por
este funcionario de uno de los bancos más poderosos del mundo marca la “nueva
normalidad”. El mundo digital que ya se abrió, de momento no parece favorecer a
las grandes mayorías. Trabajar desde casa ¿es un triunfo popular? ¿Cómo se
formarán los sindicatos entonces? ¿O en la “nueva normalidad” eso ya no cabe?
“El capitalismo no caerá si no
existen las fuerzas sociales y políticas que lo hagan caer”, dijo
certeramente Vladimir Lenin. Y reafirmó el Che Guevara años después: “La revolución no es una manzana que cae cuando
está podrida. La tienes que hacer caer”.
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