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“A” 0-27 Zona 1, Tel. 22326269 y 22383739, de lunes a viernes de 8:00 a 17:00
hs.
Presentación
El
Ser Humano vive siempre situado en algún lugar; dicho de otro modo: es siempre,
inexorablemente, un ser social. No existe individuo aislado. Eso es un mito de
las ciencias positivistas. Somos seres en situación, vivimos en relación
social, tenemos historia, identidad sexual, cultura, deseo, ideología. Si eso
falta, no estamos hablando de seres humanos.
Vivimos,
por tanto, en un lugar determinado, en un medio, en un entorno. El mismo está
dado por las significaciones humanas y por la Naturaleza en que nos movemos, de
la que somos parte. El medio ambiente natural es un elemento indisoluble de
nuestra existencia. De ahí que se habla de Ecología, es decir: el ámbito de
nuestra “casa”, el lugar que habitamos, el oîkos
griego (Ecología es: estudio de la casa,
del espacio en que vivimos, del hogar que nos cobija a todos). Nuestra
casa común, igual para todos los habitantes, es el planeta Tierra.
Naturalmente, nadie es dueño del mismo, aunque desde hace unos cuantos miles de
años, propiedad privada mediante, existen quienes detentan su posesión (la
tierra, el producto que de ella sale, el agua, los bosques, los animales de
crianza, los recursos minerales, el petróleo. ¿Próximamente también el aire?)
Se “posee” la naturaleza en virtud de un arreglo simbólico, o mejor aún: a
través de un ejercicio de poder. Los animales no poseen nada, no son
propietarios; simplemente viven en su medio ambiente. Los humanos, no. Nuestra
situación es infinitamente más compleja (conflictiva, problemática); de ahí que
la historia de la humanidad está jalonada interminablemente por choques (“La violencia es la partera de la historia”).
La
relación del sujeto con ese medio ambiente no está falta de tensiones. Hoy por
hoy, sistema capitalista de por medio con su afán insaciable de ganancia, es
una relación tremendamente dificultosa. En nombre de un mal entendido
“progreso” (eufemismo por decir búsqueda voraz de lucro empresarial) se hizo de
esa casa común una “cantera” supuestamente interminable para la obtención de
materia prima para la industria. El medio ambiente dejó de ser nuestro lugar
natural de estar para pasar a ser el negocio de unos pocos.
Si
guardamos una relación tensa, enfermiza, absolutamente cuestionable con ese
medio natural, el desarrollo armónico del sujeto (de las sociedades, para ser
más específicos) está en entredicho. La calidad de vida de la población, su
salud mental (su desarrollo humano integral y sostenible, se podría decir), se
asegura solo si hay una relación equilibrada con su entorno natural. Si no, la
situación se torna absolutamente negativa.
Sucede,
sin embargo, que la actual relación que guarda la gran mayoría de la población
mundial -y Guatemala, por supuesto, no escapa a la regla- es totalmente
problemática, generadora de enfermedades, de nudos sin solución. El medio
ambiente, nuestro oîkos compartido,
en vez de ser la morada que nos cobija a todos por igual, pasa a ser campo de
batalla. No es cierto que nosotros
(la totalidad de seres humanos) lo destruimos. El verdadero responsable es un
sistema de producción y consumo altamente dañino que ve en la naturaleza solo
un recurso a explotar, un negocio. Como dijo el jefe de la etnia suquamish de
lo que hoy es el estado de Washington en Estados Unidos, Noah Sealth: “Sólo cuando el último árbol esté muerto, el
último río envenenado, y el último pez atrapado, te darás cuenta que no puedes
comer dinero.” Nosotros, la amplia mayoría de seres
humanos de a pie, quienes sufrimos los efectos de la catástrofe medioambiental
en curso eufemísticamente llamada “cambio climático” (el clima no cambia solo:
el modo de producción y consumo derrochador lo cambia), nosotros somos víctimas
de ese “desastre social” que es la alocada lógica mercantil: todo es mercadería
para consumir.
En
nombre de ese modelo, la producción que trajo el capitalismo ha ido devastando
nuestra casa común. La solución no es solo “portarnos bien” con la naturaleza y
reciclar, cerrar bien el chorro de agua o no usar bolsas plásticas en el
supermercado. Todo eso no está mal, pero tiene algo (o mucho) de engaño, porque
responsabiliza a todos por igual del desastre ecológico que vivimos. Esa “buena
conducta” para con nuestro medio ambiente (no usar pajilla para las bebidas
gaseosas o clasificar la basura antes de botarla) logra evitar la contaminación
en apenas un 1%. El verdadero problema, que habitualmente se escamotea, es el
paradigma en juego, que prefiere sacrificar medio natural y culturas
ancestrales en nombre de una uniformización globalizante que obliga a consumir
en forma desmedida.
Si
no existe un medio ambiente sano no puede existir un sujeto sano. Si la casa en
que vivimos, si la morada de la sociedad global está deteriorada, sus
habitantes también. Por ello la lucha por el medio ambiente es vital para asegurar
una buena calidad de vida.
Hoy
por hoy, lamentablemente, en Guatemala se juega un tremenda lucha entre las
empresas depredadoras que solo buscan su lucro con proyectos extractivistas
(minería, plantas hidroeléctricas, monocultivos destinados a agrocombustibles)
y las comunidades que se ven directamente afectadas. Son ellas, en general,
comunidades rurales, campesinas, indígenas, que levantan la voz contra la
agresión de que son víctimas. Nunca más acertado que aquí, entonces, aquella
fórmula que reza: “el silencio no es salud”.
La
presenta entrega de la Revista aborda los temas de ecología y su relación con
el estado psicológico de las poblaciones, las luchas por un medio ambiente sano
y las alternativas reales que existen contra el modelo depredador utilitarista.
Esperamos que el aporte contribuya a este debate tan necesario como urgente, y
desde ya estamos abiertos a toda crítica, observación o sugerencia que
quisieran hacernos llegar: ligaghm@gmail.com
Liga
Guatemalteca de Higiene Mental
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