Don
Ricardo era un mujeriego incorregible. En una libreta -se ufanaba de eso-
llevaba anotada la cantidad de mujeres con las que había tenido contacto
sexual. Pero no sólo apuntaba los nombres: llevaba un pormenorizado detalle de
lo hecho en cada aventura amorosa. Así, las tenía clasificadas, según su
antojadizo orden, en: con sexo oral, servicio completo, por atrás, aburrida,
gritona, con glamour.
Su
empresa iba viento en popa. De joven, cuando la fundó, él mismo se ocupaba de
las fumigaciones. Tanta matanza de ratas y cucarachas le habían permitido
crecer; ahora manejaba más de 30 empleados, dedicándose sólo a administrar.
Aunque no paraba de buscar mujeres, paradójicamente se sentía un buen católico.
Defendía siempre la familia monogámica, y religiosamente todos los domingos
asistía a misa con su esposa, doña Carlota.
Marta fue
por el puesto de secretaria que se ofrecía. El propio Ricardo se encargó de
entrevistarla. Sólo fue verla y quedó hipnotizado.
La joven,
de familia humilde, ya había trabajado anteriormente como recepcionista en una
vulcanizadora. El sueldo ofrecido en la empresa de desinfecciones le resultó
atractivo.
Sabía
lidiar con varones. Había tenido ya varias parejas, y desde unos cuantos años
atrás llevaba una exuberante vida sexual. A don Ricardo, que casi le triplicaba
la edad, no lo vio nunca como posible objeto de sus preferencias. Era su jefe y
nada más. Viejo, gordo, arrugado, calvo (sin contar las várices, juanetes y la
diabetes que le aquejaban), no tenía ningún atributo que despertara pasiones
eróticas.
Pero para
él, ella era algo más que una secretaria. La joven veinteañera le encendió sus
más fogosos deseos desde el primer día. Por cierto, no lo ocultó.
Se
estableció así una rara situación: un acosador desesperado (y desesperante) y
una víctima perseguida. Marta, de todos modos, nunca se sintió hostigada, nunca
se vio como víctima. En todo caso, se divertía con el hecho, jugaba (muy
hábilmente) con la escena.
No contó
a nadie la dinámica establecida. Como lo mantuvo en secreto, llegado a un punto
pensó en sacarle provecho a la situación. Luego de varios días de insinuársele
provocativamente con atrevidas minifaldas y escotes, se lo hizo saber (aunque,
por supuesto, era mentira): trabajaba de "pre pago".
Don
Ricardo estaba que se salía de sí. Doña Carlota no tenía por qué enterarse (él
manejaba muy discrecionalmente sus fondos), y el "regalito" para
Marta iba a ser considerable.
La joven,
estudiante de Trabajo Social, nunca había hecho algo así. En parte por
divertirse a costillas de ese acosador insufrible, y en parte (esto era lo más
importante) para juntar los dineros necesarios para la operación de corazón de
su hermanito menor, quien había nacido con un problema cardíaco, puso una cifra
verdaderamente alta. Y en dólares. Don Ricardo, que sentía una vez más que sus
deseos siempre se cumplían (pese a tener que pagar muy caro por ello),
rebosante de alegría llevó los dos mil dólares solicitados. Marta no podía
creer que el viejo ("el adefesio", como lo había bautizado) aceptara
la suma pedida. Pero como lo hizo, había que seguir el juego.
"Una
cogidita nunca viene mal", pensó. Y si con eso ayudaba a su adorado
hermano menor, no encontraba traba moral alguna que se lo impidiera.
El martes
a media tarde, según lo pactado, fueron al motel (el de mayor lujo de la
ciudad).
Primer final
La escena
se desarrolló sin sobresaltos. Luego de hacer el amor dos veces (con fingido
orgasmo por parte de Marta, de lo que se percató don Ricardo, pero que dejó
pasar queriéndose convencer que los gritos de goce eran producto de su
virilidad), terminaron la botella de champagne que habían ordenado. Tal como
habían pactado, saldrían juntos en su vehículo y él la dejaría luego en una
parada de taxi cercana, así no se levantaba ninguna sospecha. Cumplieron lo
establecido. Marta abordó su auto de alquiler, pero para su sorpresa mayúscula,
un par de cuadras después el chofer se detuvo y la encañonó, pidiéndole todas
sus pertenencias. El hombre había sido contratado por don Ricardo, con lo que
el empresario recobraría el dinero (el pago al chofer por el "trabajito
sucio" era infinitamente más bajo que los honorarios de Marta). La jugada,
sin embargo, no salió como estaba prevista.
La muchacha,
valiente como era, forcejeó con el taxista. En la escaramuza se disparó la
pistola.
Final 1 a
Marta
murió de un balazo en el vientre. El chofer escapó y luego se deshizo del
cuerpo. Los 1,900 dólares volvieron a don Ricardo. Bueno... en realidad 1,800,
porque el matón cobró 100 dólares más por el extra.
Final 1 b
El
taxista quedó malherido, y forzado por Marta con la pistola en la cabeza,
confesó todo el plan. La joven, con esa confesión, chantajeó a don Ricardo
amenazándolo con contar todo si no recibía diez mil dólares. El pusilánime
matador de cucarachas y ratones lo hizo.
Segundo Final
Si bien
se protegieron debidamente, algo inesperado sucedió, pues Marta resultó
embarazada. Don Ricardo, buen católico como era, no estuvo de acuerdo con el
aborto, por lo que se comprometió a pagar todo: gastos del parto y crianza del
futuro niño.
Así fue.
Incluso, sin que de esto se enterara doña Carlota, le dio su apellido al niño.
Al día de hoy Manuelito, fuerte y robusto, ya tiene casi tres años. Ve a don
Ricardo ocasionalmente, pero con regularidad cada mes Marta recibe su pago.
Detalle curioso: Manuel tiene terror pánico a las cucarachas.
Tercer final
En medio
del segundo coito, don Ricardo cayó fulminado por un paro cardíaco masivo. Fue
terminante. Marta, que tenía algunas vagas nociones de primeros auxilios,
constató que su amante furtivo ya era cadáver. No había nada que hacer.
Con
increíble tranquilidad se vistió, hurgó entre las ropas del malogrado
empresario (se quedó con algunas pertenencias, algo de efectivo y sus tres
tarjetas de crédito) y buscó la forma de salir. No era fácil, porque un motel
de lujo como ese no permitiría un escándalo. Con los dos guardias que
terminaron enterándose de la situación, negoció cómo proceder. El reloj de oro,
un teléfono celular de los más caros, 200 dólares en efectivo y algo de sexo
oral fueron el pago con que la joven pudo salir del embarazo. Pactaron que ella
se llevaría el automóvil con el cadáver dentro y se desharía de ambos, cuerpo y
vehículo, del modo más discreto.
Con una
sangre fría que la misma Marta no se imaginaba tener, cumplió con todo lo
planeado. Una semana después del forzado coitus interruptus, la policía hallaba
la camioneta BMW con su propietario dentro en un recóndito paraje cerca de la
ciudad. Marta asistió al funeral, dándole una histriónica condolencia a doña
Carlota.
Post scriptum
Ninguno
de los tres finales anteriores es cierto, porque esas cosas nunca suceden en la
realidad.
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