Documento
de una doctora argentina, absolutamente válido también en Guatemala
En
una cruda carta, una ginecóloga católica argumenta a favor de la legalización
del aborto
08/06/2018
– Diario Clarín, Buenos Aires, Argentina
La
médica, de Tucumán, publicó el texto en su muro de Facebook. El post fue
compartido más de 50.000 veces en menos de 48 horas.
Una
médica ginecóloga de San Miguel de Tucumán publicó este miércoles en su muro de
Facebook un texto en el que argumenta —con una crudeza que eriza la piel— por
qué, a pesar de ser católica practicante, tiene una posición favorable a la
despenalización del aborto. Con mínimos ajustes para mejorar su legibilidad, se
reproduce aquí el texto completo, que en menos de 48 horas fue compartido más
de 51.000 veces.
No soy neutral
Mi
nombre es Cecilia Ousset. Soy católica, médica, especialista en
tocoginecología, madre de cuatros hijos. Trabajo actualmente en el sistema de
salud privado, aunque me formé y trabajé en el Sistema Público en la Ciudad de
Mendoza.
Mi
récord personal son dieciocho legrados en una guardia. Vi morir mujeres (a
veces madres de varios chicos), que pasaron lamentablemente sus últimos minutos
lúcidas conmigo.
Nunca
estuve y tal vez no estaré de acuerdo con el aborto en sí; es por esa razón que
nunca me hice un aborto y tampoco se lo hice a nadie; a pesar de conocer la
técnica perfectamente y ser muy buena (perdón por no ser modesta), en la
realización de legrados.
Muchísimas
veces tuve que hacer legrados en el Hospital para “terminar” abortos
clandestinos. Mi récord personal son dieciocho legrados en una guardia. Vi
morir mujeres (a veces madres de varios chicos), que pasaron lamentablemente
sus últimos minutos lúcidas conmigo y una policía preguntándole “quién le había
realizado el aborto porque era un delito”. Sinceramente, nunca jamás escuché a
alguna decir el nombre del que o la que había cobrado por sus inexpertos
servicios.
Recuerdo
esas guardias donde armábamos las partes fetales en la mesita quirúrgica para
asegurarnos de que no le quede nada adentro a la madre. Siempre la parte más
difícil de sacar del útero era la cabeza, porque al ser redonda, rodaba cada
vez que la quería “atrapar” con la pinza. Estas mujeres se enteraban tarde del
embarazo e intentaban el aborto con más de doce semanas de gestación. Muchas
veces esas chicas estaban en mal estado clínico y con el útero o el intestino
destrozado.
La
mayoría eran mujeres jóvenes, pobres, algunas con otros hijos; que llevaron el
dolor, la fiebre, el olor a podrido y el secreto del nombre del “abortero”
hasta la tumba.
Esas
mujeres que ingresaban mintiendo que “habían levantado un fuentón con la ropa
de los chicos” y habían empezado a sangrar, eran para mí y mis compañeros de
guardia, el inicio de una jornada violenta, y la suma de esas jornadas deben
haber herido mi alma profundamente: abortos con perejil, con agujas de tejer,
con permanganato de potasio, con oxaprost en cantidades insuficientes. Todos
servicios pagados en la medida de las paupérrimas posibilidades al inexperto o
inexperta del barrio.
La
mayoría eran mujeres jóvenes, pobres, algunas con otros hijos; que llevaron el
dolor, la fiebre, el olor a podrido y el secreto del nombre del “abortero”
hasta la tumba.
Estoy
segura de que es la primera vez que me expreso sobre todo esto. Creo que
algunas veces lloré en la intimidad de mi casa y en los brazos de mi esposo.
Pero no por el dolor de esas chicas, sino por la impresión que me había dejado el
hecho de haber terminado esos “trabajos” con la mayor objetividad y pericia
posible.
Esas
chicas fueron objeto. En todo momento fueron deshumanizadas y juzgadas. Como lo
que habían hecho era ilegal, eran repudiadas desde que entraban al hospital
hasta que se iban (muertas o vivas con una causa judicial). ¡Estoy tan
arrepentida de no haberlas comprendido, de no haberlas amado, de no haberlas
acompañado amorosamente en un momento tan terrible!. Estoy tan arrepentida de
haber tenido mi cerebro y mi alma tan limitada decidiendo quién tenía más o
menos moral y quién merecía más o menos mi respeto!. Estoy tan arrepentida que
siento que las palabras para expresarme todavía no se inventaron.
Después
comencé mi práctica privada. Y ahí empecé a ver la otra cara de la moneda. Las
chicas que me pedían un aborto “porque mi mamá me va a matar”, “porque quiero
terminar mis estudios”, “porque se borró mi novio”, “porque me van a correr del
trabajo y mi marido se fue de casa”, "porque soy catequista y esto es
inadmisible”...
Me
repugna un país donde después de un aborto las ricas se confiesen y las pobres
se mueran
Siempre
intenté con la palabra y el respeto de que sigan con su embarazo, buscando
alguna salida. Porque muchísimas veces después de un aborto, hay arrepentimiento
y dolor. Pero claro, cada uno tiene sus momentos de desesperación y
sencillamente se iban (y se siguen yendo), a cualquier otro médico que les
practique un aborto seguro en una clínica que les permite después seguir vivas
para llorar, confesarse, y tener más hijos con una pareja continente o en una
mejor situación emocional o económica.
Lo
sé porque a esos partos yo misma los asisto. Lo sé porque vuelven conmigo a los
controles porque aprendí a no juzgar sino a acompañar. Por todo eso, por
dieciocho años en la práctica ginecológica, por mujer, por católica, por
trabajar permanentemente mi interior para lograr la coherencia y abandonar en
la mayor medida posible la hipocresía, digo: QUIERO ABORTO LEGAL, SEGURO Y
GRATUITO para todas las mujeres que se encuentren en una situación desesperante
e íntima.
La
discusión en el Congreso de la Nación es si esta sociedad desea que entre las
mujeres que indefectiblemente se van a practicar un aborto, se pueden lograr
las mismas seguridades clínicas para hacerlo.
Me
repugna un país donde después de un aborto las ricas se confiesen y las pobres
se mueran, donde las ricas sigan estudiando y las pobres queden con una bolsa
de colostomía, donde las ricas hayan tapado la vergüenza de su embarazo en una
clínica y las pobres queden expuestas en un prontuario policial. La discusión
no es aborto sí o aborto no. Eso lo dejemos para las discusiones de los
creyentes y para tomar nuestras decisiones personales.
La
discusión en el Congreso de la Nación es si esta sociedad desea que entre las
mujeres que indefectiblemente se van a practicar un aborto, se pueden lograr
las mismas seguridades clínicas para hacerlo. Para que las pobres no sean
mujeres de segunda o tercera categoría. Para que las pobres también sigan vivas
para arrepentirse, confesarse, tener un hijo con una pareja continente o en una
mejor situación económica o emocional. Para que la sociedad sea menos hipócrita
y haya en la realidad de la muerte, un poco más de amor.
"La
esperanza tiene un corazón generoso, es una respuesta en la oscuridad y puede
nacer cuando todo parece perdido".
El panorama que describe la ginecóloga es actual. Ella comenzó a
percibirlo hace 18 años. Los ginecólogos de nuestra generación podemos asegurar
que es idéntico al que vivimos hace 60 años, cuando comenzamos. Puedo dar
testimonio muy fundamentado de lo que estoy diciendo. Una tragedia social. Una
lacra de la que son responsables los sucesivos gobiernos de todos los colores
que tuvieron la oportunidad de dar una respuesta y evidentemente, no hicieron
nada. R.B.
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