Estamos viviendo una pandemia que, según informan los entendidos, se
podrá prolongar aún un par de meses. O incluso, según anuncian voces que se
dicen autorizadas, no se extinguirá hasta que aparezca la ansiada vacuna. La
diseminación del virus sigue en ascenso en ciertas regiones del planeta, así
como las muertes, mientras en otras ya parece haber pasado lo peor. Pero el
pánico se mantiene. El miedo se apoderó de toda la humanidad, y las medidas de
contención sanitaria coercitivas se tornaron normales: cuarentenas con
confinamientos, toques de queda, ley marcial marcan el paisaje mundial. Se
prioriza esa militarización de la vida cotidiana sobre, por ejemplo, el uso de
un medicamento (https://www.facebook.com/watch/?v=213106633125810) de demostrada
efectividad, como el cubano Interferón alfa 2b recombinante. Sin dudas, esa es
una expresión más de una lucha de clases que no ha terminado -ni va a terminar-
con la infección: medidas punitivas (contención/represión con fuerzas armadas
en las calles) sí; productos del socialismo cubano, no. ¿Alguien conoce en
detalle sobre este medicamento que sirvió para detener la epidemia en Wuhan,
China, sus propiedades bioquímicas, su acción terapéutica? Seguramente no.
Pero, o no se le conoce, o sin conocimiento técnico del asunto, se le degrada
(actitud que no se guarda hacia la vacuna que estaría por venir: ¿alguien se
pregunta acaso sobre su posible iatrogenia?). ¿No es eso significativo? ¿Por
qué tanta, pero tanta insistencia en negar este hecho clínico del fármaco
cubano y, por el contrario, promover tanto una vacuna que aparece como
“salvación” de la humanidad? Abre preguntas, sin dudas.
¿Qué queremos significar con esto? Que la dinámica que motoriza el
mundo, el conflicto económico-social inmanente, la lucha a muerte de clases
enfrentadas, sigue presente. El imperialismo estadounidense, expresión máxima
del sistema capitalista global, no puede aceptar bajo ningún punto de vista que
un país socialista -para el caso, una pequeña isla caribeña sin mayores
recursos: Cuba- muestre un logro tan elocuente de su desarrollo científico como
ese medicamento; de hecho, prohibió taxativamente la comercialización del
Interferón a todos los países -más de 30 lo hicieron subrepticiamente- bajo
pena de sanciones. La pugna entre sistemas, entre ideologías enfrentadas, que
no es sino la expresión del enfrentamiento social que mueve la historia humana:
la lucha de clases, sigue tan al rojo vivo como siempre. La emergencia
sanitaria que vive hoy el planeta no puede acabar con eso. ¿Por qué habría de
terminarlo acaso? Más aún: sería ingenuo -¡o terriblemente peligroso!- pensar
que automáticamente vamos a despertar a un “mundo nuevo” post-pandemia, un
mundo de mayor solidaridad y unión fraterna. No olvidar que la deuda externa la
seguimos pagando religiosamente, y cada niña o niña que nace en Latinoamérica
ya debe, desde ese momento inaugural, 2,500 dólares a la banca internacional
(Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial), con o sin coronavirus.
En esa lógica, solo para graficarlo con un par de ejemplos, en medio de
la pandemia Estados Unidos amenaza fuertemente con una invasión militar a la
República Bolivariana de Venezuela (siguen las agresiones solapadas), principal
reserva petrolífera del mundo (la hegemonía planetaria se asegura con fuentes
energéticas), amenaza peligrosa que puede desatar un conflicto de proporciones
inimaginables (Venezuela es apoyada por Rusia y China, y cuenta en su arsenal
con aviones bombarderos rusos -Túpolev Tu-160 “Cisne blanco”- con capacidad de
portar armamento nuclear). O lo sucedido recientemente en Guatemala, donde una
oligarquía retrógrada y conservadora -asistida de modo genuflexo por unos
legisladores vergonzosos- intentó pasar una ley que, aprovechando la crisis
sanitaria, la eximiera de impuestos por ¡cien años!, sin dejar de considerar
que ese empresariado (“empresaurios”, para algunos) paga el raquítico
salario mínimo (que cubre apenas un tercio de la canasta básica) solo al 40% de
los trabajadores, evadiendo impuestos en forma escandalosa.
Es importante
puntualizar esto porque, junto a esta nueva “plaga bíblica” que parece haber
caído sobre la humanidad (según la catarata interminable de los medios masivos
de comunicación que han logrado expandir este pánico universal), las
contradicciones de base no se alteraron ni un milímetro. Asistimos,
definitivamente, a una crisis sistémica monumental (financiera y del aparato
productivo) más profunda aún que la del 2008, similar a la de la Gran Depresión
de 1930, que algunos han querido atribuir a la aparición de la pandemia (lo
cual no es cierto), pero que en realidad muestra las insalvables falencias de
un sistema injusto, despiadado, que produce más de lo necesario, pero que por
sus mismos límites intrínsecos no puede satisfacer necesidades básicas de la
población mundial. “El
hambre continúa expandiéndose año a año, cada día mueren 24,000 personas de
hambre y por causas relacionadas con la
desnutrición son 100,000, lo que da un total de 35 millones de muertes al año”,
expresó Jean Ziegler, consultor de organismos internacionales. “Cuando según
datos de la FAO (Fondo para la Agricultura y la Alimentación de la ONU) en el
mundo se producen alimentos para alimentar a 12,000 millones de personas [actualmente
somos casi 8,000 millones] (…), cada niño que muere de hambre es un
asesinato”. El COVID-19, con una letalidad de alrededor del 4% (o menos,
según los últimos estudios), está matando, en promedio, alrededor de 2,000
personas diarias (con una curva epidemiológica que hoy tiende a aplanarse),
junto a muertes (¡cuya curva no se aplana!, por favor: no olvidar nunca eso en
los análisis) que bien podrían evitarse con los cuidados respectivos de otras
afecciones: los 3,014 que mata cada día la tuberculosis (y, como van las cosas,
seguirá matando), o los 2,430 de la hepatitis B, los 2,216 de la neumonía, los
2,110 del VIH-SIDA o los 2,002 de la malaria, de acuerdo a datos de la
Organización Mundial de la Salud, en muchos casos “enfermedades de la pobreza”,
enfermedades que denotan la falta de atención para las poblaciones. La
diferencia de clases, con una clase que lo posee todo (porque explota) y otra
que vive en la indigencia (porque es explotada), sigue siendo el núcleo de
nuestra organización social. ¿Podría cambiar esa estructura este germen
patógeno que ha matado ya más de 350,000 personas al momento de escribir estas
líneas, un 95% de los cuales son seres humanos mayores de 65 años? ¿Por qué lo
cambiaría? Para el fin de la pandemia habrán muerto quizá 700 u 800 mil
personas; en el mismo período de tiempo, por hambre o por causas ligadas al
hambre: no menos de 15 millones. ¿Desde cuándo los gobiernos de derecha,
conservadores y neoliberales, que inundan el planeta, se preocupan tanto, pero
tanto y tan insistentemente, de la salud de sus poblaciones? Algo huele raro. ¿Se
sacarán ejércitos a las calles para detener el hambre? Obviamente no.
La actual pandemia de coronavirus puede marcar un parteaguas en la
historia. No está totalmente claro eso, no se sabe cómo seguirán luego las
cosas, pero todo indica que este evento no es un elemento menor. Sin dudas, por
la magnitud que ha cobrado, tendrá repercusiones grandes y duraderas. Todavía
no está claro cuáles, pero vale la pena estudiar el panorama en profundidad -no
solo desde el imprescindible punto de vista virológico o socio-epidemiológico
sino, para el caso: histórico-político- para entender dónde estamos, qué
podemos esperar de lo que vendrá, y qué hacer para promover efectivamente el
cambio de ese sistema económico-político y social que mata más que cualquier
enfermedad: el capitalismo.
Seguramente
cambiarán cosas, porque terminada que fuera la pandemia habrá más muertos y más
pobreza. O, al menos, más pobreza para las clases subalternas, eterna e
históricamente olvidadas. Tengamos cuidado con las informaciones que circulan y
muestran el caos económico generado. Sin dudas, para la clase trabajadora
mundial todo esto es una pésima noticia, y para muchas pequeñas y medianas
empresas también. Ahora bien, de las megaempresas que manejaban el mundo hasta
antes de la explosión de la crisis sanitaria, no todas saldrán golpeadas. Las
petroleras, por ejemplo,
probablemente sí (curiosamente la familia Rockefeller, ícono de la riqueza
estadounidense, salió del negocio del oro negro en el 2017. ¿Vamos hacia las
energías renovables?). Las de alta tecnología, los “Silicon Six”, como se conoce a Microsoft,
Google, Apple, Facebook, Netflix y Amazon, no. Al contrario: en este
momento, con el encierro forzado, el consumo de estos productos se disparó
sideralmente. Nunca habían ganado tanto dinero como ahora con la pandemia. Las
fortunas más grandes se van acumulando en estos últimos años en las empresas
ligadas a la cibernética, la inteligencia artificial, la informática, la
robótica (de las que China, pareciera, ha tomado la delantera sobre el resto
del mundo. Evidentemente, la imagen de fabricante de “juguetitos de mala
calidad” quedó totalmente atrás). Como ejemplo representativo, el cambio que se
ha venido dando en la dinámica económica de la principal potencia capitalista,
Estados Unidos: para 1979, una de sus grandes empresas icónicas, la General
Motors Company, fabricante de ocho marcas de vehículos, tenía un millón de
trabajadores -daba trabajo a la mitad de la ciudad de Detroit, de tres millones
de habitantes-, con ganancias anuales de 11,000 millones de dólares. Hoy día
Microsoft, en Silicon Valley, mientras Detroit languidece como ciudad fantasma
con apenas 300 mil pobladores, ocupa 35 mil trabajadores, con ganancias anuales
de 14,000 millones de dólares. El capitalismo está cambiando.
“Se
ha creado una simbiosis entre algunas de las mayores empresas tecnológicas y el
aparato político del capitalismo”,
expresan Daniele Burgio et alia. En 1998, el entonces director de la CIA, George
Tenet, afirmó que “las nuevas tecnologías darán a Estados Unidos una
importante ventaja estratégica. Nuestra Dirección de Ciencia y Tecnología ha
elaborado un plan para crear una nueva estructura empresarial con la tarea de
obtener acceso a la innovación del sector privado” (léase: participación en
las Silicon Six, las empresas más rentables de la actualidad). El capitalismo
más desarrollado va presentando nuevas modalidades: las más refinadas
tecnologías de la información y la comunicación marcan el rumbo hoy (ahí están
las fortunas más grandes), y los servicios de inteligencia de las grandes
potencias marchan de la mano con ellas.
Aunque hay cambios en su forma de
actuar, en su dinámica visible, el capitalismo estructural persiste: la
extracción de plusvalía sigue siendo su savia vital. Y la lucha de clases,
naturalmente, también persiste. Warren Buffett, uno de los
grandes magnates actuales (estadounidense, financista con 90,000 millones de
dólares de patrimonio), lo dijo sin cortapisas: “Por supuesto que hay
luchas de clase, pero es mi clase, la clase rica, que está haciendo la guerra,
y la estamos ganando”.
El capitalismo cambia en su cosmética, pero no en su base. “Para salvar al capitalismo hay que modificarlo”, dijo un alto
directivo de una corporación multinacional. Es decir, gatopardismo: cambiar
algo para que no cambie nada. La enorme clase obrera
industrial urbana de las principales potencias está en vías de extinción: la
robótica y el traslado de fábricas hacia el Tercer Mundo -donde se prohíben los
sindicatos y la mano de obra es infinitamente más barata- la ha adelgazado y
quebrado en las metrópolis. Nuevos negocios van apareciendo, ligados a las
nuevas tecnologías. Quizá deba incluirse también en los business del
futuro (además de los arriba señalados. ¿El petróleo dejará de serlo?) a la gran
corporación farmacéutica (https://correspondenciadeprensa.com/2020/04/28/estados-unidos-el-mundo-de-la-big-pharma-y-las-investigaciones-sobre-vacunas-y-antivirales/), la Big Pharma, con se le conoce (o “farmamafia”, como
elocuentemente se la ha llamado). Según datos dispersos (dada la secretividad
con que se mueven), representantes de la GAVI, la Global Alliance for Vaccines
and Immunization, y su fundador y principal financista, Bill Gates con su
benemérita Fundación, insisten cada vez más en la necesidad de una inmunización
universal. Como todo esto de la pandemia está aún muy confuso, nadie puede
asegurar categóricamente nada. Pero pensar que allí se juegan agendas
desconocidas por la opinión pública mundial no parece paranoico. Por ejemplo,
esa corporación farmacéutica llegó a hablar del “drogado preventivo” en el ámbito
de la salud mental; o sea: consumir fármacos antes que aparezcan los síntomas. ¿Quién
lo decide: los usuarios o los fabricantes? Eso, por supuesto, si a alguien
beneficia, es a las grandes corporaciones (la gente no necesita vivir drogada,
obviamente. Para eso ya tiene la televisión y las redes sociales).
Numerosas son las voces que dicen que este sistema no va más, que tiene
que caer, que hay que reemplazarlo. Estamos absolutamente de acuerdo. Las
esperanzas de una transformación se han disparado. Para tomar alguna entre
tantas de esas voces: “Otro mundo emergerá de los escombros que deja la
pandemia. Tenemos que trabajar para que sea un mundo no solamente otro, sino un
mundo donde quepamos todos, sin exclusiones, con dignidad, sin injusticias, con
igualdad, sin opresores, con libertad, sin egoísmos, con convivencia en
comunidad, sin una voz única, con coros plurilingües de esperanzadora utopía.
Está en nuestros corazones concebirlo y en nuestras manos diseñarlo,
construirlo y habitarlo. (…) Los siglos
contados del capitalismo parecen estar abriendo las compuertas de otro modo de
producción y de vida, en la conclusión inexcusable de su fase neoliberal”, expresa, por ejemplo, Adalid Contreras. Loable, sin dudas.
Pero ¿emergerá? ¿Solo porque el neoliberalismo está agotado?
A decir verdad, no está claro cómo empezó todo esto del virus, si
efectivamente hay agenda oculta, si hay fuerzas que se benefician de la crisis.
Si las hubiera, con seguridad no es el campo popular. Que esto abra
posibilidades de cambio, de transformación social real: quizá -lo cual no
parece inmediato, en absoluto-. Pero que necesariamente hará emerger un nuevo
orden mundial más solidario, justo y equitativo: ¿no suena a puro deseo?
Recuerda lo dicho por Freud en relación a la ilusión de las religiones: “Sería muy simpático que existiera dios, que hubiese creado el mundo
y fuese una benevolente providencia; que existieran un orden moral en el
universo y una vida futura; pero es un hecho muy sorprendente el que todo esto
sea exactamente lo que nosotros nos sentimos obligados a desear que exista”. En ese sentido: sería hermoso que terminara la explotación
capitalista y surgiera ese mundo solidario, justo y sin exclusiones ni egoísmos
(algo así como un paraíso). Pero eso no pasa de formulación de un deseo. La pandemia
de esta afección, ¿por qué traería ese cambio? “El capitalismo no caerá si no existen las fuerzas sociales y políticas
que lo hagan caer”, decía con
exactitud el dirigente de la Revolución Rusa Vladimir Lenin. Por tanto, como
expresara el argentino Atilio
Borón (https://www.clacso.org/la-pandemia-y-el-fin-de-la-era-neoliberal/), “la consigna de la hora para todas las fuerzas
anticapitalistas del planeta es: concientizar, organizar y luchar; luchar hasta
el fin”.
Que vamos hacia una
superación de la globalización neoliberal y un fin del capitalismo financiero
por efecto de la pandemia como más de algunos han dicho, no es seguro. Es,
igualmente, una expresión de deseos. ¡Qué bueno si fuera cierto!, pero… ¿por
qué sería así? Además -y esto es lo más importante-: ¿a qué nuevo orden social
pasaríamos? Los megacapitales que, de momento, manejan el mundo -que no son
chinos-, si bien están en crisis ahora, no parecen derrotados. El capitalismo
sabe recomponerse. Los Estados nacionales ya están saliendo a rescatarlos. El
campo popular, como siempre, es el más dañado.
La patética evidencia que los Estados
nacionales, luego del vaciamiento que significaran décadas de esquemas neoliberales,
no pueden atender a su población en aspectos fundamentales, es un hecho.
Estados Unidos y los países europeos, exponentes por antonomasia del “libre
mercado”, no pueden gestionar la emergencia sanitaria. Mientras tanto, países
donde el Estado sigue siendo rector (socialismo o socialismo de mercado, como
Cuba o Vietnam, o China, respectivamente), manejaron mucho más efectivamente la
epidemia. Este agotamiento del neoliberalismo y de la globalización (¿se
empobrecieron esos capitales?), según cierta visión, hará resurgir los Estados
nacionales en una suerte de neo-keynesianismo. Es una hipótesis, pero surge una
vez más la pregunta: ¿qué fuerza popular impulsará ese cambio? Las banderas
blancas de la desesperada población hambreada que inundan la geografía de
Guatemala hoy no parece un fermento de cambio (hablan de la desesperación, no
de la revolución). Y la explosión monumental de furia popular que se está dando
ahora, básicamente de afroamericanos, en Estados Unidos, habla de un odio
visceral acumulado durante siglos que puede estallar en cualquier momento, pero
que no es, necesariamente, un fermento de transformación revolucionaria de la
sociedad.
Los cambios histórico-políticos se logran
solamente a base de luchas (“La violencia es la partera de la historia”,
decía Marx), no en mesas de negociaciones. Hoy, más allá del miedo monumental
que se ha inoculado en las poblaciones con el interminable bombardeo mediático
sobre el virus, no se ve una organización de masas lista para dar el asalto
revolucionario. Las izquierdas permanecen un tanto (o bastante) descolocadas, y
la post-pandemia no augura necesariamente un aumento del fervor popular
transformador. Las ollas populares, comedores solidarios y redes locales de
apoyo muestran que la gente sigue teniendo valores comunitarios, de auto-ayuda;
pero eso no es el cambio social hacia un mundo de equidad y justica para todos.
Si hoy hay crisis, no es solo por la pandemia; además, las crisis la pagan los
de abajo. ¿Se expropiaron esos megacapitales y los manejan ahora las capas
populares? Por supuesto que no.
Lo
que sí puede entreverse como una tendencia a futuro (futuro muy cercano, que ya
comenzó con este manejo de la crisis) es un hiper control poblacional con
confinamientos obligados, leyes marciales, esquemas autoritarios y manejo
discrecional de toda la información, con mayor y cada vez más sofisticada
censura. La digitalización de la vida cotidiana ya comenzó. En China, con un
Estado hiper centralizado manejado con mano de hierro por el Partido Comunista,
ese control parece haber servido para frenar efectivamente la epidemia en la
ciudad de Wuhan. ¿Servirá también, recordando la elucubración de Orwell, para
hiper-controlar toda la población global? ¿Dónde estará la cabeza de todo ese
control? Recordemos lo dicho en su momento por el espía Edward Snowden (https://firmas.prensa-latina.cu/index.php?opcion=ver-article&cat=C&authorID=241&articleID=2809&SEO=colussi-marcelo-todos-somos-sospechosos-el-espionaje-de-estados-unidos):
lo que años atrás parecían relatos de ciencia ficción, son hoy verdades
concretas. En China, cada ciudadano es monitoreado a diario por esa maquinaria;
ello fue, junto con el uso del medicamento cubano, lo que sirvió para derrotar
la epidemia. No está de más recordar que más allá de todas las críticas que se
puedan -y deban- hacer al modelo chino, a su burocracia y a la explotación de
su clase trabajadora, el gobernante Partido Comunista guarda ideales
socialistas. El Estado allí dio una respuesta efectiva a su población, y la
epidemia desapareció. En Europa y en Estados Unidos la situación es deplorable,
y la apelación al libre mercado parece un sarcástico chiste de humor negro. A
no ser que se piense en planes secretos donde la aniquilación de “viejitos”
estaba preparada. “Vivir hoy más años es un hecho muy positivo que ha
mejorado el bienestar individual. Pero la prolongación de la esperanza de vida
acarrea costos financieros, para los gobiernos a través de los planes de
jubilación del personal y los sistemas de seguridad social, para las empresas
con planes de prestaciones jubilatorias definidas, para las compañías de
seguros que venden rentas vitalicias y para los particulares que carecen de
prestaciones jubilatorias garantizadas. Las implicaciones financieras de que la
gente viva más de lo esperado (el llamado riesgo de longevidad) son muy
grandes. Si el promedio de vida aumentara para el año 2050 tres años más de lo
previsto hoy, los costos del envejecimiento -que ya son enormes- aumentarían
50%. (…) Para neutralizar los efectos financieros del riesgo de
longevidad, es necesario combinar aumentos de la edad de jubilación
(obligatoria o voluntaria) y de las contribuciones a los planes de jubilación
con recortes de las prestaciones futuras”, anunciaba el “Informe sobre la
estabilidad financiera global” del Fondo Monetario Internacional, Capítulo 4,
en abril de 2012. ¿Premonitorio? Repitamos: 95% de las víctimas de la pandemia
son gente mayor de 65 años.
¿Qué sigue a la pandemia? Si se trata de
Estados fuertes, hegemónicos, el Estado policial parece verse al final del
túnel, lo cual ya comenzó con este ejercicio de reclusión mundial forzosa. Como
dijo Camilo Jiménez: “Disolvieron todas las protestas del mundo sin un solo
policía. ¡Brillante!”. ¿Qué sigue: el modelo chino, el control que
denunciara Snowden? En esa lógica puede inscribirse la idea de vacunación
universal obligatoria que ronda en más de algún ambiente.
En el año 2015, Bill
Gates (https://www.ultimahora.es/noticias/internacional/2020/03/21/1150493/coronavirus-prediccion-bill-gates-sobre-coronavirus-hace-cinco-anos.html) uno de los personajes
más ricos del mundo y de los principales patrocinadores de la OMS, dijo públicamente:
“Si algo ha de matar a más de diez millones de personas en las próximas
décadas, probablemente será un virus muy infeccioso más que una guerra. No
misiles, sino microbios”. ¿Premonitorio? Ahora tanto Estados Unidos como
China están buscando denodadamente la vacuna contra el coronavirus, mientras
Rusia parece ya haberla obtenido, según se informara recientemente. El
laboratorio estadounidense Johnson y Johnson anunció que para inicios del 2021
probablemente la tendría. Y el gobierno chino aprobó el 27 de julio de 2019 una
ley que establece la vacunación obligatoria para toda su población. No faltó quien, (https://www.globalizacion.ca/simulacro-nueva-york-pandemia-coronavirus-prediccion-bill-gates/?fbclid=IwAR1rsu46VstnFCYcCzP9EdevszSORwCOcq-8Y1AhSMFqTVxhZVT4rdi3U-4) quizá paranoicamente -quizá no- se preguntó qué
se inocularía en esa vacuna. Se especuló con la posibilidad de introducción de
nano-chips, más pequeños que un virus, capaces de terminar de digitalizar toda
la vida humana. ¿Quién leería esos datos, de ser así la agenda en juego? ¿Qué
haría con ellos? Por supuesto que eso es una hipótesis, pero ¿acaso la masa
poblacional humana sabe los planes secretos de las potencias? (No olvidemos que,
en Guatemala, tristemente, se supo de los planes ultrasecretos del gobierno de
Estados Unidos desarrollados en la década de 1950 con estudios sobre la
sífilis. Es decir: se usó a la población como conejillo de India. ¿Sabemos
acaso de los planes que cursan actualmente? Si son planes “ultrasecretos”, no
los sabemos. Pensar que con la obligada inmunización que se promueve hay “gato
encerrado” no es quimérico: es realista.
Quizá la búsqueda de la vacuna “salvadora” es solo un gran
negocio de los laboratorios para venderlas a una población cautiva a nivel
planetario. [Debemos] “Prepararnos ante una segunda o
tercera ola, particularmente si no hay vacuna”, afirmó Hans Kluge, director
para Europa de la Organización Mundial de la Salud -OMS-. No sabemos con exactitud de qué se trata, pero vale
plantearse esas interrogantes. En realidad, la población de a pie nunca sabe
nada (solo la alineación de los equipos de fútbol y las telenovelas de moda). ¿A
alguien le preguntan sobre la marcha del mundo, o eso lo deciden unos cuantos
magnates -y sus servidores: los presidentes de los países más ricos- en un
cuarto a puertas herméticamente cerradas? ¿Por qué no abrirse preguntas sobre
este manejo militarizado de una crisis sanitaria?
Más allá de posibles elucubraciones atrevidas y
teorías conspirativas, no está claro qué es lo que sigue. Como van las cosas,
todo indicaría que en la gigantomaquia actual que dinamiza el mundo entre
Estados Unidos y China (y ésta, aliada con Rusia), el bloque euroasiático
parece mejor plantado. Bloque, valga aclarar, que no es “socialista” en sentido
estricto. El proyecto de la Nueva Ruda de la Seda promovido por Pekín, y
secundado por Moscú, habrá que ver hasta qué punto es una iniciativa
liberadora. ¿Salen de pobres los pobres del mundo con eso? ¿Se consuman
revoluciones socialistas en algún rincón del planeta con este nuevo
planteamiento? ¿Cómo ayuda eso a las luchas emancipatorias de los diversos
pueblos del mundo, y a otras luchas igualmente reivindicativas, como el combate
al patriarcado o al racismo? Lo que puede verse claro es que la Unión Europea
va hacia su posible desintegración (el Brexit ya lo preanuncia, y la desilusión
de muchos en el manejo de la pandemia que hizo Bruselas probablemente la
acelere). Y el Tercer Mundo (Latinoamérica, África, zonas de Asia) sigue siendo
el reservorio de materia prima barata y población empobrecida (¿cada vez más
controlada, obligada a vacunarse, “sobrante” para la lógica capitalista?)
No se ve cómo ni por qué el final de esta crisis
traería un cambio en las relaciones de clases. Puede traer, muy probablemente,
un reacomodo en las fuerzas dominantes, con un China más fortalecida y un
Estados Unidos acelerando su caída de super potencia hegemónica en solitario. El
manejo que Washington hizo de la crisis (desastroso, por cierto: 100,000
muertos), y el actual levantamiento popular espontáneo denunciando el racismo
reinante, ponen en evidencia que la potencia no está pasando su mejor momento.
Quizá ya comenzó la inexorable caída. El dólar, todo indicaría, próximamente
dejará de ser moneda dominante. Posiblemente también habrá un efectivo
corrimiento de la primacía global de Occidente hacia Eurasia, con nuevos
actores más preponderantes, como la India, que pronto igualará a China en su
número de pobladores, y con una pujante economía en ascenso. Todo lo cual,
desde una perspectiva de materialismo histórico, obliga a pensar qué mundo
viene ahora. O, dicho de otra manera: ¿se acerca la humanidad a una
transformación que termine con la injusticia? No pareciera, por lo que la
agenda de cambio revolucionario sigue esperando. ¿O con ese control hiper
monumental -y la posible vacunación que, eventualmente, nos inoculará quién
sabe qué, además de miedo- ya no será posible aspirar a cambios (https://solidaria.info/reflexiones-sobre-el-mundo-marxismo-psicoanalisis-socialismo/)?
Recordemos a Neruda: “Podrán cortar todas las
flores, pero no detendrán la primavera”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario