Por
años estuvo preparándose para ese momento. Era un aventajado estudiante de
violín, y sus maestros le auguraban un gran futuro. La sala de conciertos del
conservatorio estaba llena –familiares de alumnos fundamentalmente– y el
"Capriccio" que iba a interpretar podría promoverlo a ganar una beca
para viajar a Europa.
Pero
él prefería el bajo eléctrico. Secretamente había formado un grupo con algunos
amigos: "Los desaforados", aunque aún nunca habían actuado en
público.
Cuando
salió a escena lo decidió, no antes. Su profesor quedó estupefacto. La
sonoridad era magnífica; la técnica, impecable. Pero nadie se esperaba un rock
and roll fogoso allí donde debía sonar Paganini. Terminada la improvisación,
rompió el violín.
Sus
padres hablaron de internarlo en un psiquiátrico, mientras los de la revista de
arte "Nuevas tendencias" propusieron que se le entregara el Premio
Nacional de Música de ese año.
Ahora
Ramiro toca el charango en un conjunto de latinoamericanos en una estación de
metro en París. Por cierto, ya no se habló más con sus progenitores.
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