La sexualidad es el Talón de Aquiles de los seres humanos. No
hay sexualidad “normal”; ella es siempre problemática. ¿Por qué tendríamos que
esconder los órganos genitales externos si no? ¿Por qué la prohibición del
incesto? Es por demás de evidente que la sexualidad, distintamente a lo que
sucede en el orden animal, no se corresponde con la reproducción. Hay un plus
más allá de lo biológico-instintivo que inaugura un nuevo orden. Como dijera
Jean Laplanche: “El instinto está
«pervertido» por lo social”. De ahí que en Psicoanálisis, para designar
estos complejos y erráticos entramados, se habla de pulsión (Trieb), en tanto fuerza, energía, deseo
que busca un objeto por siempre evanescente, irremediablemente perdido.
La sexualidad no es nunca “inocente”; nos hace poner
colorados, nos hace sonreír o avergonzar, es tema tabú, no es de “buen gusto”
hablar de ella en público… pero jamás es neutra. La sexualidad no se agota en
el conocimiento anatómico-fisiológico del aparato génito-urinario, ni mucho
menos. Es algo más. Ese es el “plus” al que nos referimos; de ahí que nos
pasamos la vida hablando de ella, haciendo chistes, juegos de palabras con
doble sentido, escribiendo “groserías sexuales” en los baños públicos,
venerándola en definitiva. No hay posibilidad alguna de ser asexuado, se
utilicen o no los órganos genitales (voto de castidad, soltería crónica).
Porque, en definitiva, todo lo humano es sexual, en tanto la sexualidad –al
igual que la muerte– es el recordatorio inapelable de nuestros límites: todos nos
vamos a morir (límite infranqueable), y todos somos o “machos” o “hembras” de
la especie, socializados luego como caballeros o damas, con todas las
combinaciones intermedias posibles que se nos ocurran: LGBTIQ (y algún
etcétera, por lo que pudiera aparecer). Es decir: partimos de una diferencia
anatómica insalvable de la que no queremos saber nada, la que nos aterra (por
eso la cubrimos), y que nos recuerda, inapelablemente, que hay límites, que no
somos “completos” (siempre falta algo, por eso nos pasamos la vida deseando ese
objeto que nos complete. Búsqueda por siempre fallida, por cierto).
La pornografía (“presentación
abierta y cruda del sexo que busca producir excitación”) es eminentemente
humana (ningún animal la ha desarrollado). Y tan vieja como el mundo. Pero
sucede algo especial: el capitalismo, que todo transforma en negocio
redituable, también ha hecho de ella una fabulosa industria. En estas últimas
décadas, con el primado de la cultura audiovisual que ha inundado todo, y ni
decir del ámbito del internet, la pornografía alcanzó cotas como nunca antes en
toda la historia.
De hecho, en tanto industria audiovisual, la pornografía es
hoy una gran actividad económica, produciendo cantidades fabulosas de dinero.
La producción de películas y videos porno viene creciendo a ritmo vertiginoso
en estas últimas décadas. El internet ha venido a disparar tanto esa producción
como ese consumo. Pero en concreto, dado que la pornografía, al igual que todo
lo ligado al campo de la sexualidad, comporta un cierto halo de “prohibido”,
algo estigmatizado, no hay datos totalmente confiables en su ámbito. Nadie
habla abiertamente de esto, como sí sucede en otros rubros comerciales. Muy poca
gente reconoce abiertamente ser usuaria de estos materiales, pero evidentemente
si es un negocio en crecimiento (igual que las drogas ilegales), es porque
existe una enorme masa de consumidores –en las sombras en la mayoría de los
casos. ¿Quiénes de los que están leyendo el presente opúsculo reconoce
abiertamente ver películas/videos porno?–.
No existen registros oficiales fiables del negocio, habiendo,
en todo caso, algunas aproximaciones socio-estadísticas. A partir de ellas, se
puede calcular que todo el rubro comercial de la pornografía en los medios
audiovisuales actualmente mueve unos 50,000 millones de dólares anuales,
colocándola entre los grandes negocios (armas, petróleo, drogas ilegales,
farmacéuticas). Estados Unidos es el principal productor de material
audiovisual porno, básicamente en el estado de California (“el otro Hollywood”,
según la coloquial denominación). De todos modos, a partir del 2014 en Los
Ángeles existe un regulación legal que hace obligatorio el uso de preservativos
por parte de los actores porno; ello generó rechazo entre los productores, que en
muchos casos decidieron mudar la producción a Las Vegas y a Miami, dado que en
esos estados (Nevada y Florida) no rigen este tipo de normativas legales.
Según los datos disponibles hoy, el 12% de los sitios web
ofrecidos en la red de redes son pornográficos. De acuerdo a un estudio de la
española Universidad de Navarra del año 2015, “en la actualidad existen más de 500 millones de páginas web de acceso a
material pornográfico”. A partir de las estimaciones realizadas, el 25% de
todas las solicitudes de motores de búsqueda están relacionadas con la
pornografía. Cada segundo, hay 30 millones de
personas viendo porno en internet. El consumo está más inclinado hacia los
varones, pero también las mujeres acceden a él: entre un 25 a 30% son visitas de mujeres a las páginas
porno. Esos accesos se dan en los hogares, pero también en los centros de
trabajo: el 20% de varones admite que ven algo de porno en sus ámbitos
laborales. Hoy día, los teléfonos celulares inteligentes son el medio más
utilizado para acceder a materiales de esta índole.
Hay producción porno para
todos los gustos, presentando las combinaciones más audaces, esotéricas,
simpáticas o bizarras. En realidad, ninguna de esas producciones muestra nada
que en la realidad efectiva no suceda; o, en todo caso, ponen en acción
fantasías que todos los seres humanos (varones y mujeres) parecen tener en
mayor o menor medida. Puede incluirse en esa diversísima producción,
pornografía que entra en el ámbito de lo delictivo: torturas, violaciones,
utilización de menores de edad. Pero dejando de lado esas prácticas a todas
luces ilegales, delictivas, (de las que la industria capitalista hace negocio,
como lo hace con cualquier esfera humana), todo lo que se ofrece a los ojos son
cosas que pueden suceder en la intimidad, aquellas de las que no se habla…
¡pero se hacen! (parafernalia de juguetes eróticos, posiciones insólitas,
prácticas sado-masoquistas, prácticas bisexuales, “cochinadas” varias y un
largo, interminable etcétera. Nos preguntamos una vez más: ¿cuál es la
sexualidad normal? ¿Dónde podrá leérsela: en un libro de Psiquiatría, en algún
documento del Vaticano?). El goce no tiene forma “normal”, enseña el
Psicoanálisis.
Los principales consumidores
de pornografía son Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, India, Japón,
Francia, Alemania, Australia, Italia y Brasil. Su consumo está difundido por
todos lados, en todos los estamentos socioeconómicos, incluso en los países
socialistas (los que aún se pueden llamar así): en Cuba, por ejemplo, aunque no
es legal la pornografía, la población –joven fundamentalmente– tiene acceso a
ella en buena medida a través de videos caseros realizados en la isla, los
llamados “videos de la UCI”, realizados por estudiantes de la Universidad de
Ciencias Informáticas. En China, el consumo de material audiovisual porno está
castigado con cárcel, pero de todos modos la población se las ingenia para
conseguirlo. Y otro tanto sucede en Norcorea, donde el consumo está castigado
con pena de muerte, pero pese a ello, se burlan las prohibiciones y hay acceso
a materiales audiovisuales de este tipo. De igual manera sucede en los países
islámicos, donde la sexualidad es un tema altamente tabú, y por tanto la
producción y consumo de pornografía; pero “hecha la ley, hecha la trampa”, pues
también allí hay un desarrollado ámbito del porno. De hecho, algunos países
musulmanes producen este tipo de películas y/o videos.
No hay dudas que la sexualidad, y su correspondiente “presentación abierta y cruda que busca
producir excitación”, es una constante por doquier. No hay prohibición
explícita que la detenga. Ello algo indica: que el tema, obviamente, atrae,
atrapa, ¿hipnotiza?
Para
cierta visión moralista del asunto, la pornografía constituye una “entronización de la lujuria, envileciendo a quienes la practican”. En esa línea, puede llegar a decirse que “quienes están expuestos a la pornografía
tienen más probabilidades de desarrollar tendencias sexuales anormales”. Un
catedrático de la Universidad de Utah,
Víctor Cline, puede decir, por ejemplo, que “Si uno vuelve vez tras vez a exponerse a material de naturaleza
pornográfica, poco a poco llegará a tener una biblioteca pornográfica en su mente, de la que no podrá
librarse. Estará ahí, lista para recordarse, aun cuando no lo quiera. Existe
gran cantidad de evidencia que sugiere que los comienzos u orígenes de muchas
desviaciones y perversiones sexuales son aprendidas, y una de las formas de aprendizaje es el exponerse a material pornográfico”.
Sin dudas, los mitos y prejuicios prevalecen, están muy
arraigados (“Es más fácil desintegrar un
átomo que un prejuicio”, dirá Einstein). Se sigue pensando –y por tanto,
pontificando, dando directivas y regañando– en nombre de una pretendida
sexualidad normal (¿cuál sería?). Si la pornografía existe, ello debería abrir
un análisis exhaustivo no moralizante de por qué se repite y tiende a
ampliarse. Entiéndase que pornografía no es sinónimo de delito sexual. Esto
último está claramente tipificado en las distintas constituciones nacionales,
existiendo un cierto consenso generalizado de cuáles serían sus notas
distintivas. La violación, las prácticas que dañan la integridad del otro, el
ejercicio sexual con menores de edad están normadas como delitos. De ahí en
más, es imposible reglar lo que se hace (o fantasea).
¿Cómo considerar
la pornografía? ¿Degeneración? ¿Enfermedad mental? ¿Fenomenal negocio?
¿Picardía de la esfera privada? De hecho, hoy día hay una tendencia en
Psicopatología que habla de una “adicción a la pornografía”, en tanto consumo
insaciable de materiales audiovisuales. ¿Se puede mantener esa aseveración? La
idea de base en esa visión es que la pornografía es “dañina”: “quienes están
expuestos a la pornografía tienen más probabilidades de desarrollar tendencias
sexuales anormales”. Para contraponerse a esa concepción, el criminólogo
de la Universidad de Copenhague Berl
Kutchinsky afirmó que, en realidad, la pornografía “cumple una función positiva al actuar como una "válvula de
escape" para los potenciales agresores sexuales”. En 1970 fundamentó
su aseveración diciendo que “cuando el
gobierno danés levantó las restricciones sobre la pornografía, la cantidad de
crímenes sexuales disminuyó”.
Como sea, parece que los prejuicios siguen rondando en torno
a una pretendida sexualidad “normal”. Ahora bien: si las poblaciones, varones y
mujeres (y todas las combinaciones intermedias que se quieran establecer), en
todos los contextos, con o sin capacidad económica, incluso desde muy tempranas
edades –a partir del despertar genital puberal–, acceden a la pornografía (¡que
no es exactamente un crimen sexual!), habrá que estudiar críticamente el
fenómeno. ¿Hay algo cuestionable en ella? En tal caso: ¿qué es?
Hoy por hoy, toda la producción audiovisual pornográfica
ratifica patrones machistas-patriarcales. La mujer es siempre cosificada,
puesta como objeto a disposición de un pretendido inacabable, insaciable deseo
masculino. Las relaciones sexuales tienen un sesgo de ejercicio masculino de
poder: los hombres “le hacen” cosas a las mujeres, las toman (las “cogen”), en
tanto que las mujeres hacen cosas por y para los
hombres (¿no hay misoginia escondida en eso?).
Además, como cara oculta del
supuesto paraíso que ofrecen estas producciones –al mejor modo hollywoodense–,
hay una realidad espantosa (lo que presenta el epígrafe inicial), que es la
verdadera industria, el verdadero negocio, con actores en muchos casos infectados
con VIH o enfermedades de transmisión sexual por el no-uso de protección, con
un mecanismo comercial triturador de sujetos, con engaños y estafas a la orden
del día (como es Hollywood, como es cualquier negocio en el capitalismo,
manejado siempre con criterios mafiosos, sórdidos. Léase bien: ¡cualquier
negocio!, también las petroleras, las farmacéuticas, las armas). Pero más aún,
la realidad espantosa en juego es que la fantasía presentada por el mundo de la
pornografía es una pura mentira mediática, que hace creer que todas esas
espectaculares aventuras sexuales (entronizando la virilidad masculina en
general) pueden ser posibles. ¡Y no lo son!
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