Roxana era tremendamente celosa. Siempre lo había sido, desde el noviazgo; ahora, con casi veinte años de casada, su desconfianza hacia la conducta de su marido había crecido en forma exponencial.
Alejandro alimentaba esa paranoia. Mujeriego
incorregible, continuamente andaba a la caza de alguna presa. Así había sido
desde el noviazgo también. Con el tiempo, su capacidad para ocultar pistas se
había perfeccionado. Nunca, en todo el tiempo de casados, su esposa pudo
descubrir algo, más allá de las razonables sospechas.
Desde dos meses atrás tenía nueva secretaria: Ingrid,
una simpática veinteañera que no disimulaba su coquetería. Sus atrevidas
minifaldas tenían loco a su jefe. Las insinuaciones no faltaban, pero la joven
sabía esquivarlas muy bien. Ella era monogámica, sintiéndose profundamente
enamorada de su novio.
Como una forma de ir ganándose la confianza de la
muchacha para poder acceder a algo más -así fantaseaba él, al menos-, Alejandro
le había dicho que podía utilizar su baño privado cuando lo deseara. Ingrid,
por pura comodidad para no ir hasta el baño común de la oficina que quedaba
bastante más retirado de su escritorio y solía estar ocupado, aceptó. Fue así
que se le hizo común entrar un par de veces al día a ese sagrado recinto.
Ingrid tenía una obsesión culinaria: le gustaba la
comida con excesivo picante. Eso, y la falta de fibra, hacía que sus heces
fueran especialmente duras. El taponamiento del baño, por tanto, le era
frecuente. Un par de veces le había sucedido en la oficina del jefe, lo que la
llenó de una culpa indecible, aunque siempre pudo lograr destapar el inodoro
después de echar agua innúmeras veces. Se había prometido comer mucha avena
para evitar esto, pero nunca recordaba hacerlo.
Aquel miércoles por la tarde, sucedió una vez más. El
día anterior había sido el cumpleaños de su hermana, y el festín de pizza con
muchísimo chile picante fue casi orgiástico, desenfrenado. Alrededor de las tres
de la tarde, nuevamente el baño se tapó. En los intentos de destaparlo estaba
cuando, inesperadamente, llegó Roxana. Su jefe se dio cuenta que algo estaba
pasando, porque Ingrid se demoraba demasiado, y ya había hecho correr el agua
del depósito no menos de diez veces.
Alejandro temblaba por dentro por esta inoportuna
visita, pero no quería hacerlo evidente ante su esposa. Que la secretaria
utilizara su baño privado podía ser motivo para una escena tormentosa, y si las
cosas no se detenían a tiempo, Roxana podría pedir el divorcio por infidelidad
a partir de ese nimio detalle. No había ninguna prueba pero, como diría Goya: “el
sueño de la razón produce monstruos”. Ingrid, al escuchar la voz de la
esposa, de quien conocía sus celos exorbitantes por boca de su jefe, comenzó a
temblar más que Alejandro.
Roxana dijo que iba al baño. Jefe y secretaria
perdieron el aliento. No había en absoluto algo de malo en que se le pudiera
decir a la señora que había habido un percance, y que el baño ahora estaba
ocupado. Pero en la situación presente, dadas las circunstancias, eso podía
terminar en tragedia.
Y así terminó. La secretaria quiso escapar por una
pequeña ventana, pero quedó atascada, porque el tamaño no permitía el paso del
cuerpo de un adulto. Los bomberos, que llegaron en un momento, demoraron más de
una hora en poder destrabarla. Alejandro sufrió un paro cardíaco que lo llevó
al hospital -tuvo que llegar otra ambulancia para asistirlo-. Y Roxana pidió el
divorcio -que ningún juez quiso otorgar, pues no había ninguna evidencia sólida
que pudiera sustentarlo-.
Cosa curiosa, o si se quiere, tragicómica: nadie se
acordó del inodoro tapado, y así quedó por espacio de más de una semana. Los
fétidos olores que inundaban toda la oficina hicieron que uno de los quince
empleados que allí laboraban, buscara solucionar el problema. Ingrid se sintió
tan avergonzada que al día siguiente presentó su renuncia con carácter de
indeclinable. El vicepresidente de la compañía, que sustituía temporalmente al
convaleciente Alejandro, no tuvo mejor idea que colocar varios cartelitos en la
oficina con la inscripción: “Hay que
comer mucha fibra y aguacate”.
Ah, me olvidaba: el baño siguió tapado casi un mes,
pese a los intentos que realizaron con soda cáustica, detergente, bicarbonato de sodio,
vinagre, gaseosas y sopapas. Fue necesario llamar una vez más a los bomberos,
quienes encontraron el feto que obstruía el paso. Como la situación no dejaba
de ser confusa, el juez interviniente se apuró a dar lugar al juicio de
divorcio, con lo que el hecho pasó a ser la comidilla nacional por más de una
semana -los medios hacen fanfarria, y negocio, de cualquier cosa- hasta que se
declaró la guerra con el país vecino. Fue ahí que se comenzaron a tapar muchos
más inodoros.
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