martes, 12 de febrero de 2019

PSICOLOGÍA: UNA DIFICULTOSA PREGUNTA ABIERTA




Material aparecido en la Revista Psicólogos de Guatemala, N° 23, julio/diciembre 2018


Resumen: La Psicología sigue siendo una ciencia en construcción, problemática, algo difusa. Ello se da a nivel mundial, y por cierto, se repite en Guatemala. Aquí asistimos a una proliferación llamativamente amplia de saberes y prácticas, sin mayor -o sin ningún- hilo conductor. Lo que destaca es que prima el conocimiento empírico ante la teoría. Los prejuicios, por tanto, están a la orden del día. Entre otros, pueden indicarse: 1) habría una división entre Psicología individual y Psicología social; 2) se necesita desarrollar una Psicología latinoamericana propia, distinta a las que nos llega desde otras latitudes; 3) la Psicología social se identifica con presencia en las comunidades; 4) se entrecruzan, a punto de perder su especificidad, la Psicología social y la práctica política. El presente escrito pretende abrir el debate ante esta situación para buscar explicaciones.

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Situando el problema: ¿qué teoría?

La Psicología continúa siendo una ciencia en construcción. En tal sentido, definitivamente es problemática. Más aún: quizá nunca deje de serlo, abriendo continuamente complejidades, porque su mismo objeto de estudio es complejo y problemático. ¿Qué estudia la Psicología?: el por siempre problemático y complejo, casi inasible, errático y muchas veces impredecible e irracional comportamiento humano. Que, dicho de otro modo, es el estudio de un eterno malentendido, de un conflicto por siempre actuante, de una dinámica que rebasa absolutamente el instinto biológico, la voluntad y las “buenas intenciones”.

La dificultad del objeto a estudiar hace que su estudio, por eso mismo, implique todas esas dificultades. Las ciencias exactas, o incluso otras ciencias sociales, no parecieran presentar este “desconcierto”. La Psicología no termina nunca de alcanzar la mayoría de edad como ciencia.

“No hay nada más práctico que una buena teoría”, frase atribuida a Einstein. Totalmente cierto; ninguna práctica es ciega. Siempre está regida por un punto de vista, aunque el mismo no sea explícito. La cosmovisión nos trasciende, nos constituye. Esa es, en definitiva, la misión de la teoría: abrir un marco desde el que se ve el mundo. No puede haber práctica sin una teoría que la instaure, aunque la misma no sea explícita.

Cuando se habla del comportamiento humano -al igual que cuando se habla de cualquier cosa- siempre hay una teoría subyacente, un punto de vista, un marco general desde el cual se descubre el mundo. No hay observación en abstracto de “hechos objetivos”. Los supuestos “hechos” -para el caso, el comportamiento humano- son abordados desde una posición forzosamente “pre-juiciosa”, en tanto “juicios previos”, visiones ya coaguladas del mundo. Ahí es donde debe aparecer el saber científico, como ruptura epistemológica, como salto crítico respecto al saber cotidiano ya constituido, que siempre está allí previamente, constituyéndonos, aunque no lo sepamos.

En la Psicología, como intento científico, conviven teorías elaboradas académicamente con saberes que provienen del sentido común. Pero en realidad asistimos más a esto último, explicaciones desde la observación empírica, que a construcción crítica. En todo caso, se está ante una mezcla conceptual difusa, donde la apelación a la “buena voluntad” y a la conciencia tiene tanta importancia como la descripción no problematizante de “hechos”. En otros términos: el sentido común -que es siempre una construcción profundamente ideológica, por tanto acrítica- se impone.

Es por todo lo anterior que la Psicología continúa siendo un campo vago, por no decir confuso, donde se entrecruzan las más antitéticas formulaciones, dando lugar a un abanico de prácticas verdaderamente llamativo. Pueden ofrecerse como acciones psicológicas tanto un test de inteligencia como una dinámica rompehielos, una entrevista con polígrafo para selección de personal como la preparación para el combate de un soldado, una masiva campaña mercadológica como la consejería matrimonial, por mencionar solo algunos de los posibles campos de intervención. No hay dudas que ahí entra de todo un poco; y eso es lo llamativo justamente: se está ante una ciencia que nunca termina de definirse claramente, que permite las actuaciones más diversas, que abre la puerta a todo tipo de acciones, todo lo cual obliga a profundizar sobre la seriedad epistemológica en juego.

Tan variada profusión de escuelas, orientaciones, prácticas y matices genera preguntas o, si se prefiere: dudas. Es evidente que la ciencia en cuestión abre interrogantes: ¿por qué sucede esto en el campo psicológico y no sucede lo mismo con otros saberes? ¿Cuál es el mandato social de un psicólogo profesional? ¿Por qué quienes ostentan un título universitario de esta especialidad pueden hacer cosas tan variadas, o incluso antitéticas, dispares, enfrentadas a veces? ¿Psicología para la liberación o para el mantenimiento del statu quo? ¿Psicología para el fomento del consumo acrítico o para poner en marcha la más severa posición crítica?

Esta cierta dispersión / ambigüedad que se da en la Psicología aparece en distintos países; en Guatemala, naturalmente, se repite. O, incluso, se potencia.

¿Qué teoría sustenta el trabajo psicológico en nuestro país? Como dijo una estudiante en alguna oportunidad: “Lo que se pueda; lo que una se fume”. Desde ya, la expresión puntual y circunscripta de una persona no es sino eso: un punto de vista personal, único. Pero para el caso, y en función de lo que se quiere problematizar en este texto, ello puede ser sintomático de una situación generalizada: en el ejercicio de la Psicología vale todo (aromaterapia, consejos, hipnosis, militancia política entremezclada con trabajos grupales, manejo de personal, motivación de grupos, etc., etc.), lo cual invita a cuestionarse sobre la rigurosidad científica en juego.

Una vez más, entonces: ¿en qué teoría se sustenta el trabajo que hacen los psicólogos? La dispersión, en sí misma, no es la nota preocupante. Lo es, sí, el observar que tras tanta proliferación de acciones puede faltar una teoría justamente. Es decir: se acciona, pero quizá más desde el sentido común (desde el discurso ideológico) que desde articuladores conceptuales realmente científicos.

Cuestionando prejuicios

Todo el ámbito de la Psicología se mueve, en muy buena medida, en el espacio de prejuicios. Sin dudas, los mismos arrancan desde la noción primaria misma que acompaña este saber / hacer: es una actividad que, en términos muy generales, se relaciona con el “comportamiento”, con “lo que se hace cotidianamente”, con la “razón” que guía nuestros actos. Es por ello que el prejuicio primero toca la voluntad misma, la racionalidad, la conciencia: “yo soy dueño de mi vida”, dirá el sentido común. “Nadie es dueño en su propia casa”, retrucará Freud (1915), abriendo un campo aún hoy cuestionado, no del todo digerido. Ser dueño de uno mismo, o esa ilusión, más precisamente dicho, nos aleja de la “locura”, de la sin-razón. El “loco” es el enajenado, no dueño de sí. De ahí que “nadie quiere estar loco” (por eso la Psicología siempre tiene el matiz de mala palabra, ciencia incómoda, porque trata de lo que hacemos, de cómo lo hacemos). La Psicología no trata de “los locos”, sino de aquello por lo que nos movemos de una determinada manera en el mundo, de por qué somos como somos (y a todos aterra no ser dueños de sí mismo… ¡aunque así seamos!).

Desde ese prejuicio inaugural (la Razón al centro de la vida humana, el yo consciente y voluntario como garantía de todo -construcción aristotélico-tomista con 2,500 años de antigüedad que nos sigue definiendo-) se desprenden otros varios. Como mínimo podrían anotarse cuatro:

·         Habría una división entre Psicología individual y Psicología social
·         Se necesita desarrollar una Psicología latinoamericana propia, distinta a las que nos llega desde otras latitudes
·         La Psicología social se identifica con presencia en las comunidades
·         Se entrecruzan, a punto de perder su especificidad, la Psicología social y la práctica política.

Hablando de prejuicios (juicios previos, conocimientos a priori) vale citar una vez más a Einstein, quien sabiamente decía que “es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. La ciencia no puede manejarse prejuiciosamente, con hipótesis que no pasaron la verificación. En ese sentido queda la pregunta de por qué en Psicología asistimos a tanto mito, a tanto prejuicio (que no es, en definitiva, sino reminiscencia de un pensamiento mágico-animista). Ello remite a lo descrito más arriba en cuanto a que no hay teoría consistente o, peor aún, vale todo (“lo que una se fume”). Como se trata de des-obviar lo obvio, pues intentaremos hacerlo.

Psicología individual “versus” Psicología social

La división entre una supuesta “Psicología individual” (¿la clínica?, ¿el psicoanálisis quizá?) y una llamada Psicología social, opuestas entre sí, no existe. O, al menos, debe ser cuestionada en términos conceptuales. Si hablamos de la experiencia humana, de la singularidad psicológica de un sujeto concreto, ahí está presente por entero lo social. Para que un sujeto sea lo que es, tiene que haber medio social; fuera de eso no hay ser humano. El mito de un ser individual independiente del contexto no puede ser sino eso: mito (el caso de Tarzán, por ejemplo: un hombre criado por monos que se comporta como un flemático británico urbano. ¡Imposible!). En ese sentido toda Psicología es siempre, por fuerza, social. Somos lo que somos porque nos construimos en un entramado simbólico, porque accedemos a una cultura, porque somos parte de una cadena humana (hablamos un lenguaje, llevamos un nombre propio, sentimos vergüenza, cumplimos normas). El instinto animal no define nuestro comportamiento, marcado, antes bien, por el conflicto que por la homeostasis. En todo caso, siguiendo a Jean Laplanche, habrá que decir que “el instinto está «pervertido» por lo social” (1971).

El Otro de la cultura está indefectiblemente presente. El individuo aislado no es sino un artificio didáctico, útil, en todo caso, en la mesa de disecciones del anatomista (el Hombre de Vitruvio de Leonardo Da Vinci). La realidad humana es siempre algo infinitamente más complejo que un individuo solitario, por la sencilla razón que no existe -ni puede existir- el individuo solo, aislado. La Psicología, en tanto ciencia social, no puede prescindir de esa visión holística, esa articulación fundante porque, si no, se está haciendo disección en la mesa de anatomía. Y la Psicología no es eso (aunque erróneamente se la puede considerar así, se la haga parte de las Neurociencias).

En tal sentido, no hay Psicología que no sea social. Ahora bien: el quehacer concreto de cada trabajador psicólogo es disímil, y su práctica -eso sí- se inscribe en una perspectiva ideológica que lo puede convertir en profesional liberal autónomo, empleado de una empresa privada a la que defenderá o, quizá, trabajador crítico, con conciencia social. Dicha “preocupación social”, “política” si se prefiere, podrá instrumentalizarse en diversos ámbitos dependiendo del proyecto ideológico en que se inscriba: consulta privada “cara”, instancia pública como agente del Estado, engranaje de una gran empresa, posición pro-sistema o anti-sistémica, abriendo cuestionamientos críticos o manteniendo el estado de cosas.

Lo subversivo, si es que lo hay, la propuesta transformadora no está en la teoría psicológica de marras -si es que hay alguna clara, adoptada como guía orientadora, porque también se puede operar “desde lo que alguien se fuma”- sino en el proyecto político-ideológico que alienta a cada trabajador psicólogo. Cayendo en simplificaciones reduccionistas (¡eso son los prejuicios!) puede llegar a decirse, entonces, que la pretendida “Psicología individual” no tiene “compromiso”, mientras que la nunca claramente definida “Psicología social” sí lo tendría. Sin dudas, anida allí una falacia que es hora de dilucidar.

¿Psicología latinoamericana?

De la mano del anterior prejuicio viene otro, que pretende desarrollar una presunta Psicología de raigambre latinoamericana. La pregunta es si ello es posible y, en todo caso, cómo sería eso en términos conceptuales. ¿Qué hace, en específico, un psicólogo latinoamericanista?

Puede entenderse que allí la idea en juego es poder contar con un marco teórico referencial que ayude a dar cuenta de la realidad de nuestros países latinoamericanos, que no son iguales que los del mal llamado Primer Mundo, de cuya academia proviene el saber científico-técnico aquí consumido. Ello sería loable, por cuanto la realidad tercermundista impone análisis particulares atendiendo a sus peculiares modalidades. Pero ¿cómo es posible una ciencia “nacional” o “regional”?

Si algo tiene el saber científico es, justamente, su pretensión de universalidad; sus formulaciones tienen una validez general. Acaso el deseo, los mecanismos que producen la violencia o las adicciones, los síntomas obsesivos, la eyaculación precoz o la angustia -por nombrar algunos pocos ejemplos- ¿tienen “patria”? ¿Hay histerias latinoamericanas? ¿Son distintas a las africanas? Más aún: fenómenos colectivos complejos como la moda, los linchamientos o la adoración de un líder ¿admiten explicaciones psicológicas distintas según las latitudes? Sin dudas, los contextos histórico-sociales donde todos esos “hechos” se despliegan son diversos; la cuestión se plantea en relación a con qué teoría psicológica los leemos. Y ahí es donde se descubre el prejuicio en juego. Para leer (entender) un proceso físico-químico, la rotación de la Tierra o la extracción de plusvalía, existen conceptos de determinadas ciencias que nos permiten su abordaje (física, química, astronomía o economía política, para el caso). Ninguna de ellas -todas operativas, sin dudas- tiene identidad nacional. No hay, por ejemplo, una matemática latinoamericana o escandinava, ni una ciencia del lenguaje australiana o suiza (siendo su fundador, Ferdinad de Saussure, un suizo). ¿Por qué se pediría eso para la Psicología? ¿Qué significa exactamente una “Psicología latinoamericana”?

Puede entenderse la pretensión de tener instrumentos teóricos adecuados a la realidad concreta en que se vive. Pero eso, en sentido estricto, no puede pedírsele a los conceptos científicos que vertebran la práctica sino al proyecto político en que esos conceptos se enmarcan. Dicho de otro modo: el saber científico es válido universalmente, siendo la acción práctica que de él se desprende la que puede adecuarse a las cambiantes y multifacéticas realidades. De ahí que la pretensión de una Psicología latinoamericana no pasa de declamación con tinte político, pero sin sustento real en el campo conceptual. Si algo puede tener “perfil” latinoamericano (como proyecto alternativo a la estrategia de dominación de imperios extraterritoriales) es una iniciativa política determinada, liberadora, revolucionaria si se quiere. Pero no está claro cómo podría ser eso la Psicología. En todo caso, podría preguntarse: ¿hacia una Psicología latinoamericana o hacia un proyecto político integracionista latinoamericano, incluso revolucionario, socialista?

Psicología social = presencia en las comunidades

Un extendido prejuicio es el que une Psicología social con práctica en las comunidades. Esto deja ver una cierta debilidad conceptual respecto al campo preciso de actuación de los psicólogos. ¿Se es psicólogo social porque se trabaja en una comunidad? Asistimos allí a otra falacia que debe problematizarse: la que permite observar que, inadvertidamente, se pasa de la idea de “psicólogo comprometido” a trabajo en la comunidad. Un psicólogo en su consultorio ¿acaso no es político?

La Psicología social, según definición, es aquella que se ocupa de los fenómenos colectivos, masivos. Por ejemplo: la moda, la publicidad, las dinámicas comunitarias. Debe quedar claro que eso no necesariamente comporta un posicionamiento político de izquierda, alternativo, contestatario para con el sistema. En ese sentido, quienes más han desarrollado esas técnicas de manejo de poblaciones (lo cual abre la pregunta sobre si eso es efectivamente un saber científico o una mera tecnología de manipulación) son los que también se llaman psicólogos sociales, y defienden a muerte la organicidad del sistema, la empresa privada, la llamada gobernabilidad. “¿Se puede hacer Psicología social en una colonia lujosa?”, se le preguntó a una estudiante; “¡por supuesto que no!” fue la tajante respuesta. Ante lo cual debe reflexionarse si el hecho de ser “social” está dado por su ubicación geográfica, por el entorno físico donde se desenvuelve, por su contenido o por el efecto que logra. ¿Psicólogo social es el que va al barrio humilde entonces?

Menudo problema o… menudo prejuicio con el que nos encontramos. Debería decirse, sin lugar a dudas, que es social por el impacto logrado, pues trabaja sobre colectivos, sobre grandes multitudes incluso, obteniendo resultados palpables con esos grupos, con esas masas. Pero quienes obtienen esos resultados son, antes bien, las técnicas de manipulación, la Psicología de la publicidad, de la propaganda política, los hacedores de imagen, los vendedores de fantasías mediáticas. Esos abordajes sociales tienen un indudable poder de convicción, logran efectos sociales. ¿Esa es la Psicología social que buscamos? Ante ello cabe preguntarse si es posible otra forma de hacer Psicología social. Y así puede llegarse a la confusión / prejuicio mencionado: el carácter “social” de la práctica estaría dado por un posicionamiento ideológico de opción por los sectores vulnerables, excluidos, golpeados. Es decir: aquellos que no se encontrarán en las “colonias lujosas”. Por tanto, Psicología social es un proyecto de trabajo con los más desposeídos. Y eso implicaría, casi forzosamente, llegar donde están esas poblaciones; es decir: las comunidades populares (urbanas y rurales).

La idea en juego, entonces, une Psicología social con trabajo en lugares postergados. ¿Para ser psicólogo social hay que ir a las barriadas populares? Así lo manifestaba esta estudiante al menos. Y de allí, el prejuicio nos conduce casi sin solución de continuidad hacia determinados estereotipos (risibles quizá, pero instalados con fuerza): la Psicología social impone un atuendo, un “uniforme” determinado (¿sin maquillaje ni tacones las mujeres, barbados y con morral los varones?), una “actitud de vida”.

Pero, ¿puede realmente una ciencia necesitar de esos dispositivos “anecdóticos” para afianzarse? Evidentemente algo anda mal si es preciso apelar a esas elucubraciones para mantener un estatus académico, un lugar en el mundo de los saberes. La confusión se plantea en tanto hay en juego, necesariamente, un posicionamiento ideológico: ¿de qué se habla cuando se nombra “lo social”? Para algunos se trata de mantener las cosas como están, y ahí la Psicología se puede transformar en una herramienta para la dominación, en un instrumento al servicio de los poderes constituidos. Eso lleva, sin solución de continuidad, a la manipulación social, a la publicidad, a las técnicas de control social. De ese modo, un ideólogo representante de estas posiciones (el polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinsky) puede afirmar sin reservas que:
El rumbo lo marca la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados que caen fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotan de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón (1968).

Por otro lado, y en contraposición, tenemos una Psicología de la Liberación, una Psicología que sirve para romper ataduras. ¿Quién sojuzga o libera: la Psicología o el proyecto político-ideológico que la contiene?

¿Psicología social o práctica política?

Las poblaciones -o más correctamente habría que decir: las clases subalternas, los desposeídos- no tienen mayor poder (o no tienen ninguno, aunque se les quiera hacer creer que con el voto de las democracias representativas lo ejercen). La historia de la humanidad, al menos desde que existe propiedad privada, es la historia de clases dominantes enfrentadas a clases dominadas, sojuzgándolas (el Estado es el mecanismo de dominación ad hoc). Si se trata de cambiar esa relación injusta, se está ante una profunda alteración en la forma en que se accede a la riqueza y en que se distribuye socialmente el poder. Ese cambio es, lisa y llanamente, una revolución.

Ahora bien: si es cierto que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases y del reemplazo de una por otra a través de los siglos por medio de profundas transformaciones políticas, la pregunta se dirige hacia qué papel puede -¿o debe?- jugar la Psicología en esa dinámica. ¿Está al servicio del mantenimiento de la situación dada (posición conservadora), o de su transformación (posición revolucionaria)? O más aún: ¿es la Psicología la que debe contribuir al cambio social, o eso es una práctica política? El marxismo, en todo caso, con toda la energía se propone como la orientación teórica para darle forma a ese cambio, que en realidad vehiculiza la clase trabajadora (obreros industriales urbanos, proletariado campesino, amas de casa, trabajadores varios): “No se trata de reformar la propiedad privada [de los medios de producción], sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva”, formulará Marx (1848). La pregunta -o el problema- se plantea en torno a cómo puede la ciencia psicológica contribuir a ese cambio.

Anida allí una cierta confusión: la práctica política transformadora (revolucionaria) implica determinadas acciones y tareas, diversas según la ocasión, y que la historia demuestra no están definidas según un manual de operaciones, según protocolos estandarizados universalmente. Han servido -y seguramente seguirán sirviendo- en esa tarea político-transformadora tanto la organización barrial como la lucha sindical, el movimiento campesino como la acción armada, el trabajo propagandístico clandestino como la eventual participación en comicios dentro de los marcos de la democracia representativa. Todo eso es contribuir a “empoderar” (para usar un término “de moda”) a los “desempoderados”, a organizarse como clase revolucionaria, a tener claro un proyecto político de mediano y largo plazo para desplazar a la clase dominante construyendo un nuevo Estado revolucionario y popular. Esos procesos ya se dieron en varias ocasiones a lo largo del siglo XX (nos eximimos de analizarlos aquí, porque eso implicaría otro tipo de desarrollos).

La Psicología, entendida en esa vertiente de “comprometida”, puede intentar estar al lado de los sectores desfavorecidos, excluidos, los pobres y humildes. Pero eso, ¿es una especificidad de intervención científica, o una práctica política? El actuar de un psicólogo profesional como militante político (comprometido con la revolución, si se quiere decir así incluso), no queda claro desde qué recorte teórico psicológico se hará. Si organiza su gremio (la corporación de psicólogos), o se plantea incidir políticamente en el campo de la salud (sobre las políticas públicas sanitarias, por ejemplo), lo hace en tanto sujeto político, en tanto militante, en tanto ciudadano que participa. Pero eso no es Psicología, en sentido estricto. Para decirlo de un modo provocativo: un psicólogo que se dedica a hacer clínica “individual”, ¿no puede también ser un militante político e incidir revolucionariamente? La transformación política buscada, ¿se hace desde referentes teórico-conceptuales de la Psicología, o quizá el marxismo resulta más útil como guía para esa acción?

Es por todo ello que se superponen -quizá no quedando claro los respectivos campos- la praxis política con el ejercicio de una ciencia, lo cual puede llevar -o decididamente lleva- a equívocos.

A modo de conclusión

Sin dudas la Psicología, por el mismo campo problemático donde se mueve, no puede dejar de estar sujeta a contradicciones, a conflictos, a opacidades. Hablar de lo humano es hablar de algo problemático, donde la Razón o la Voluntad no son garantía de nada (somos el único animal que miente, que se maneja por normas). Como toda ciencia social, igualmente, está hondamente comprometida con planteamientos ideológicos, mucho más que las llamadas “ciencias duras”, pretendidamente objetivas, donde la exigencia de neutralidad tiene más posibilidades de cumplirse.

De todos modos, en Guatemala ese abanico de confusiones se presenta particularmente amplio, atravesado por prejuicios que más parecieran tener que ver con discusiones ideológicas que con conceptos de orden científico, con debates epistemológicos. Seguramente la historia de la sociedad guatemalteca, plagada de choques violentos en el más amplio sentido de la palabra, historia escrita a sangre y fuego sin términos medios, propicia también un modo de entender la Psicología en esa lógica de los enfrentamientos. Los prejuicios parecieran imponerse a la mirada crítica.

Quizá, en ánimos de esclarecer un poco esa situación donde pesan más los prejuicios y mitos ideológicos que las precisiones conceptuales, el presente escrito puede ser un aporte a la discusión, a un debate aún pendiente, que consideramos tan urgente como necesario.

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Referencias

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Freud, S. (1915). Obras completas. Lecciones de introducción al psicoanálisis. Tomo II. Madrid: Ediciones nuevo mundo.

Laplanche, J. (1970). Vida y muerte en psicoanálisis. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Marx, K. (1848). Obras completas. Discurso en la Liga de los Comunistas. Tomo IV. Buenos Aires: Ediciones Cartago.

Referencias complementarias

Braunstein, N. (1980). Psiquiatría, teoría del sujeto, psicoanálisis. Hacia Lacan. México D.F.: Siglo XXI.

Freud, S. (1974). Obras completas. El malestar en la cultura. Tomo III. Madrid: Ediciones nuevo mundo.

–––––– (1974). Obras completas. El porvenir de una ilusión. Tomo III. Madrid: Ediciones nuevo mundo.

Heidegger, M. (2009) La pregunta por la cosa. Madrid: Palamedes Editorial.

Liga Guatemalteca de Higiene Mental -LGHM-. (2018). Revista de Psicología Social. Año 1, Número 1. Guatemala: LGHM.

Mannoni, M. (1991). El psiquiatra, su “loco” y el psicoanálisis. Buenos Aires: Siglo XXI.

Martín-Baró, I. (1990). Acción e ideología. Psicología Social desde Centroamérica. San Salvador: UCA Editores.

Pérez-Sales, P., Navarro, S. (2007). Resistencias contra el olvido. Trabajo psicosocial en proceso de exhumaciones. Barcelona: Gedisa.

Sandín, B. (2013). DSM-5: ¿Cambio de paradigma en la clasificación de los trastornos mentales? Recuperado de: http://revistas.uned.es/index.php/RPPC/article/view/12925/11972


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