viernes, 22 de febrero de 2019

HISTORIA DEL PROFESOR Y ELLA





Él era muy discreto. Muy buen profesor, sin dudas, pero sumamente reservado para su vida íntima. Bueno para hablar delante de un auditorio numeroso, temblaba cuando debía hablar frente a frente con alguien. Nadie sabía nada de él, más allá de su crónica soltería.

De ella, menos aún se sabía. Todo fue tan repentino que nadie llegó a conocerla en profundidad. Ya no digamos “en profundidad”; ni siquiera pudimos empezar a conocerla. Fue apenas saber de su existencia, cuando ya las cosas estaban consumadas. Que yo recuerde, fue la relación más rápida que haya visto. En realidad, fue fulgurante, veloz como un rayo. Y así como vino, con similar velocidad se fue.

Al principio, cuando nadie lo sabía, cuando el profesor aún no se había atrevido a hacerlo público, nadie podía tener la más mínima sospecha, porque no había absolutamente nada que lo permitiera inferir. Incluso después, cuando la situación se difundió ampliamente y nadie dejó de saberlo, el profesor siguió manteniendo la misma circunspección, la misma discreción. Jamás hablaba de ella.

Fue ella, en todo caso, y ya cuando la cosa estaba en boca de todos, que se dejó ver un poco más. Pero hay que decir que también ella, en términos generales, fue muy discreta. Sólo nosotros, que lo sabíamos y estábamos sensibilizados con la situación, pudimos ver algunos pequeños detalles. Quien no sabía nada del asunto, jamás lo hubiera sospechado. Es más: mi hermano, que para esos días estuvo de visita por aquí –él vive fuera de la ciudad– cuando conoció al profesor ni siquiera se le cruzó por la cabeza que existiera relación.

Eso fue bueno para el profesor, por supuesto. La relación misma tenía sus bemoles. Y si a eso le sumamos los inconvenientes que se originan cuando estas cosas toman estado público, me alegro de que todo se haya manejado con tanta discreción. La gente suele ser mala y entrometida en estos casos; todos comentan, todos opinan…, y nadie hace nada en concreto.

Soltero como era, casi sin familia ni amigos, un sobrino que tuvo que regresar a las carreras desde el extranjero fue el único que supo en detalles cómo ocurrieron en efecto las cosas. Fuera de él, y de un par de allegados íntimos, como mi caso, casi nadie supo nunca nada. Una vez que estuvo consumado todo, por supuesto, no se pudo seguir ocultando la situación. Llegados a un punto, esas cosas ya no se pueden disimular más.

Y les voy a decir algo más aún: pese a la intimidad que yo guardaba con el profesor desde muchos años atrás, pese a esa enorme confianza que él depositaba en mí, sólo en un par de ocasiones, y apenas de pasada, pude saber de su presencia, la pude ver con mis propios ojos. Él, lo repetimos, era muy pero muy reservado. Supongo que habrá sido por eso por lo que nunca  me confiaba nada, no me hablaba de ella, hacía como que no existía…

¡Pero existía! Y vaya si existía… Aunque también ella era preferentemente silenciosa, se sabía hacer sentir. De hecho, tenía infinitas formas de estar presente en la vida de él. Al principio no tanto, conforme fue pasando el tiempo más, su presencia fue creciendo en el profesor hasta, prácticamente, ser más importante que él mismo. Quiero decir: llegó un momento en que ambos estaban tan indisolublemente fusionados que ya no se podía distinguir quién era uno y el otro.

Sin dudas que eso era terrible. A mí, de sólo pensarlo, se me eriza la piel. Pero para el profesor, según me confesara alguna vez, eso le permitió entender muchas cosas de su vida, hacer un balance de todo lo que había hecho en años anteriores, y todo lo que dejaba como asignaturas pendientes.

Si bien todo fue muy doloroso, al profesor no parecía conmoverlo tanto. Realmente lo supo sobrellevar con entereza. Recuerdo que una vez que lo visité, unos pocos días antes del desenlace, él incluso estaba de buen humor, y hasta me dio algunas referencias de la histórica partida entre Capablanca y Alekhine de 1927, que siempre solía estudiar, aficionado al ajedrez como era. Quizá era un alarde de energía que quería demostrar, delante a ella, delante a mí que lo escuchaba, delante al mundo. Él sabía perfectamente que no había mucho por hacer, que aquello era imposible. Pero nunca quiso dar el brazo a torcer. Hasta el último momento pensó que lo podría superar….

Aunque un fulminante cáncer de cerebro a los 50 años lo terminó matando en cosa de dos meses, él pensaba que podía vencer a la enfermedad. Pero esa enfermedad no da escapatoria. Murió un jueves que nevaba mucho...



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