martes, 11 de diciembre de 2018

UN INTERESANTE ANÁLISIS DE LA REALIDAD GUATEMALTECA




Elecciones: ¿más de lo mismo?
Pedro Pablo

Ya comenzó el espectáculo de las elecciones del 2019. Si bien oficialmente no se abrió aún la campaña, ya se comienza a vivir el clima electoral. Muchos partidos están haciendo las elecciones de sus candidatos y buscando alianzas, y ya se ve claramente por dónde va a ir todo. Fuera de la propuesta orgánica de CODECA con su partido Movimiento para la Liberación de los Pueblos -MLP-, la única quizá que se muestra como una opción verdaderamente popular surgida del trabajo con las bases, todas las agrupaciones políticas, incluidas aquellas que se llaman de izquierda, no ofrecen nada nuevo para las grandes mayorías. Digámoslo claro: con las elecciones no se puede cambiar la sociedad; pero sí, quizá, abrir algunos espacios de mayor participación democrática. Hoy, como se ven las cosas, eso ya sería una ganancia, dado el grado de retroceso y derechización que estamos teniendo en lo político.

Como comunistas sabemos que las elecciones no pueden ser realmente un vehículo para transformar la sociedad. Pueden ser útiles, en alguna medida, para ganar fuerza para el campo popular, sumar para la revolución, avanzar en algunos aspectos quizá (ganar algunas alcaldías, o un buen bloque de diputados que pueda impulsar leyes renovadoras, por ejemplo). Pero la transformación revolucionaria de la sociedad no puede darse con elecciones hechas dentro de la lógica burguesa del capitalismo. Son, inexorablemente, más de lo mismo. Las elecciones son el cambio de administración de turno, la rotación de gerente, de capataz de la finca. Si desde la casa presidencial se intenta hacer un cambio profundo, radical, la derecha lo detiene.

En Guatemala tenemos una larga tradición de oligarquía primitiva, troglodita, de ultra derecha conservadora (“empresaurios”), que ante el más mínimo atisbo de cambio (reforma tributaria por ejemplo, avance social con alguna ley progresista, ni digamos ya reforma agraria), reacciona visceralmente. Anteriormente daba golpes de Estado con el ejército; ahora, más “modernizada”, ya no usa a la casta militar, pero igualmente reacciona con vehemencia, utilizando todo su poderío y control del aparato de Estado y de los medios de comunicación.

Hoy por hoy, esa oligarquía tradicional, representada en el CACIF, está aliada con algunos sectores de burguesía ascendente (ligados al crimen organizado, a la fabulosa corrupción estatal que permite negocios fraudulentos), además de con los militares y con la clase política corrupta y oportunista. Y por supuesto, sigue con sus mismas mañas de siempre: sobreexplota de manera inmisericorde a la clase trabajadora (el salario mínimo cubre apenas la tercera parte de la canasta básica), evade impuestos, desarticula toda forma de organización sindical. Los aparatos clandestinos de seguridad (grupos paramilitares) siguen vigentes, y cada vez que la propuesta popular intenta tomar forma, continúan los viejos métodos de represión contrainsurgente, desapareciendo o matando compañeras y compañeros. Con la llegada de Eduardo Degenhart al Ministerio de Gobernación esa práctica quedó establecida.

Todos los partidos que se presentan a la contienda electoral, incluidos los de izquierda que ya entraron en el juego parlamentario capitalista, son solo engranajes en la reproducción del sistema. Todos, en mayor o menor medida, hacen parte del Pacto de Corruptos entre oligarquía, mafias y ejército, quienes tiemblan ante la posibilidad de transparentar la situación político-institucional. El hecho que la ex Fiscal Thelma Aldana aparezca como candidata no es una mala noticia. Pero ¡cuidado camaradas!: no debemos creer que ese sea un verdadero factor de cambio. Puede ser útil si, ganando la presidencia eventualmente, continúa la lucha contra la impunidad y la corrupción. De todos modos, no esperemos maravillas. Aunque ahora pueda parecer chocar con la rancia oligarquía corrupta, es una ficha de la Embajada gringa. No podemos confiarnos: es parte del enemigo de clase.

El Congreso, esa cueva de delincuentes que legisla solo a favor de los grandes capitales, promueve leyes a su conveniencia para seguir con el despojo de la clase trabajadora y cubriéndose las espaldas ante cualquier posible investigación respecto a la corrupción reinante, que permite los más sucios e inmundos negociados.

Todos los partidos, salvo honrosas excepciones, coinciden en su repudio a la CICIG y contra los avances anticorrupción que se dieron estos dos últimos años con la anterior Fiscal General. Todos, salvo el MLP, tienen propuestas conservadoras que no pasan de altisonantes frases de campaña. La izquierda que quedó atrapada en ese juego político-partidario no puede escapar de esa degradación, y termina siendo cómplice de posiciones abiertamente antipopulares, por lo que la llamamos a que recapacite sobre su accionar, cada vez más alejado de propuestas revolucionarias y de las bases.

El Congreso se ha vuelto territorio intocable, con mayor poder político que el mismo Ejecutivo. El presidente Jimmy Morales, anodino y enfermizo personaje -declarado insano mental por especialistas-, seguirá apoyado por los sectores más recalcitrantes y conservadores, pensando en un continuismo que no altere el estado general de cosas, que permita seguir explotando a la clase trabajadora y regalando los recursos naturales al imperialismo yanki, siempre omnipresente en nuestra política. Hoy por hoy, a partir de oscuras negociaciones, Washington dejó de apoyar frontalmente la lucha contra la corrupción, y esos sectores nacionales oligárquicos y explotadores se sienten dominadores de la escena. Es por ello que se permiten ir con toda su fuerza contra cualquier obstáculo que se les interponga: intentando rebajar presupuestos a la Universidad San Carlos, al Procurador de Derechos Humanos, al Ministerio Público, intentando clausurar la Corte de Constitucionalidad, impulsando leyes represivas y antipopulares, afianzando su impunidad.

Tomado de “CAMINO SOCIALISTA” N° 41


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