lunes, 18 de marzo de 2019

PREGUNTAS





Simón Slavsky pegó el estirón de la pubertad más rápido que otros. Con sus 12 años, medía ya 1,80 mts., y pesaba casi 100 kilos. De todos modos, su aire bobalicón no había desaparecido. Eso, y el hecho de ser judío, lo convertían en el centro de todas las bromas en su clase. Las autoridades escolares lo sabían, pero indolentemente lo dejaban pasar.

Pedro, el más cruel en los ataques, vivía mortificándolo. “Pijacortada”, como lo había bautizado a Simón, recibía las más sádicas bromas de este jovencito, proverbial por su maldad (solía descuartizar pajaritos y ranas).

Alguna vez el tío de Simón, conociendo la situación aconsejó a su sobrino que reaccionara. “Ya no estamos en un campo de concentración nazi”, decía didáctico –y vehemente– el tío. Simón tomó la lección, y reaccionó.

Cierto día, furioso, respondiendo en un solo acto a todas las ofensas recibidas, “Pijacortada” cogió a Pedro por el cuello y lo tiró sobre un inodoro en el baño del centro educativo. Fue tal la fuerza con que lo lanzó, que a Pedro se le quebró la columna vertebral, lo cual le postró en una silla de ruedas para toda su vida.

El hecho suscitó un enconado debate: ¿a quién castigar: a Simón, a toda la clase, a Pedro, a las autoridades por su negligencia, al tío por sus consejos?

¿Qué opina usted, estimado lector?




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