jueves, 13 de noviembre de 2025

¡YO NO SOY VIOLENTO!

Reflexiones sobre la violencia (pensamiento crítico social, con formato literario)

 

I

 

De ningún modo soy violento. Me dicen que lo soy, pero no es cierto. Se equivocan. Yo hago lo que aprendí a hacer desde que soy un niño, lo que vi toda mi vida, lo que es normal. Eso es lo que transmitieron mis padres en casa y lo que aprendí en la iglesia. ¿Desde cuándo eso va a cambiar? ¿O me van a decir ahora que todas esas ideas modernas de igualdad, de equidad de género, de respeto a la diversidad sexual -que es lo mismo que decir tolerancia a los pecados capitales-, me van a decir acaso que todas esas bobadas las tenemos que aceptar?

 

¿Por qué tendríamos que estar de acuerdo con cosas incorrectas, absolutamente cuestionables, contrarias a los designios de Dios? No soy un experto en cuestiones bíblicas; me apego al libro sagrado, pero no diría que soy un super conocedor de esto, un exégeta. De todos modos, en las Sagradas Escrituras, que por supuesto respeto mucho, en el Eclesiastés 22:3 pueda encontrarse que “El nacimiento de una hija es una pérdida”, o en el mismo libro, 7:26-28, se nos explica que “El hombre que agrada a Dios debe escapar de la mujer, pero el pecador en ella habrá de enredarse”. Por supuesto, en el mismo Génesis se le dice a la mujer que “parirás tus hijos con dolor. Tu deseo será el de tu marido y él tendrá autoridad sobre ti”. ¿Por qué oponerse a eso? ¿Acaso eso es violencia? ¡Por favor! Estamos hablando de los designios de Dios. ¡Seamos racionales!

 

Y en Timoteo 2:11-14 se expresa claramente que “La mujer debe aprender a estar en calma y en plena sumisión. Yo no permito a una mujer enseñar o tener autoridad sobre un hombre; debe estar en silencio”. Más claro: imposible.

 

¿Se da cuenta? No soy yo quien lo dice: es el libro más sagrado que tenemos. Ahí está escrito, y no podemos contradecir lo que el Sumo Hacedor nos transmite por medio de quienes escribieron esas páginas.

 

¿Violento yo? ¿Violento por cuestionar todos estos pecados? En absoluto, para nada. Mire, si hasta en el Corán, el libro sagrado de los musulmanes lo dice: “Los hombres son superiores a las mujeres, a causa de las cualidades por medio de las cuales Alá ha elevado a éstos por encima de aquéllas, y porque los hombres emplean sus bienes en dotar a las mujeres. Las mujeres virtuosas son obedientes y sumisas: conservan cuidadosamente, durante la ausencia de sus maridos, lo que Alá ha ordenado que se conserve intacto. Reprenderéis a aquellas cuya desobediencia temáis; las relegaréis en lechos aparte, las azotaréis; pero, tan pronto como ellas os obedezcan, no les busquéis camorra. Dios es elevado y grande”. ¿Queda claro?

 

Ahora se habla del “orgullo lésbico-gay”. ¡Por Dios! Hasta hacen desfile disfrazados, y aparecen ahí, pecando en público. La Biblia es clara: Adán y Eva, y no, de ninguna manera: Adán y Esteban. ¿Dónde está la violencia, dígame?

 

II

 

¿Violenta yo? No, ¡por favor! ¿De dónde sacan eso? Es muy injusto decirme eso, porque yo no soy violenta. Al contrario: soy más bien sumisa. ¡Mire cómo me trata mi marido! Él sí es violento, porque me dice que soy una tonta. Pero yo ¿en qué sería violenta?

 

Soy muy respetuosa, a todo el mundo trato bien. Incluso a mis empleados. Yo me crié en una situación de mucha abundancia, ¿qué le vamos a hacer? No me puedo sentir culpable por eso. Si tuve la dicha de nacer en una familia muy adinerada, eso es una ventaja que supe aprovechar. Y punto. ¿Por qué eso me haría violenta?

 

Es cierto que desde la cuna tuve personal que me cuidaba: niñeras, institutrices, personal doméstico, choferes, guardaespaldas. Es cierto también que soy muy exigente; “caprichosa” dice mi marido. Yo no considero que sea así. Me gusta que las cosas se hagan bien, que se cumpla lo que digo. Si alguien hace mal su trabajo, pues que lo repita. Y que lo repita cuantas veces sea necesario hasta que lo haga bien, que me deje conforme. ¿Por qué eso sería violento? Si se tiene que quedar hasta la madrugada repitiendo su trabajo… ¡pues que lo haga bien la primera vez y no ande chapuceando, improvisando! Eso sí es violento.

 

Todo eso del orden y la buena organización lo aprendí de mi papi. Él siempre manejó sus negocios con mano de hierro, porque no se pueden manejar tantas cosas si no se es un poco impositivo. Los trabajadores, usted sabe, en general son unos vagos que quieren trabajar lo menos posible, y siempre listos para protestar. A Dios gracias hoy ya no quedan sindicatos, esos molestos comunistas que lo discuten todo. Yo recibí una de las empresas familiares como herencia, aun estando en vida él, y me tuve que ocupar de seguir haciéndola crecer. Los más de 500 colaboradores que hoy tenemos son indisciplinados, aprovechados. Si no es con rigor ¿cómo se les haría trabajar bien?

 

Me encanta esa perspectiva de una empresa que funcione bien; para eso estudié todo lo que estudié, con dos maestrías en el extranjero, con especialidad en mercadotecnia. Sé que estoy bien preparada para ser empresaria, y también manejo las cosas con mano de hierro, tal como vi que hacen todos en mi familia. ¿Cómo hacer, si no, para que las cosas funcionen bien? Eso no es ser violenta. Es, simplemente, pedir que se trabaje a conciencia, que no nos engañen. Porque todos sabemos que la gente es aprovechada, que quiere ganar mucho con el menor esfuerzo, que los asalariados te roban cada vez que pueden, que son unos envidiosos que miran con malicia a quienes trabajamos duro y logramos hacernos una posición.

 

Dígame: ¿acaso es violento descontarle el día al que llega tarde? Pero ¿para qué están los horarios? ¿Usted sabe lo mañosa que es la gente para trabajar? Se demoran más de la cuenta cuando van al baño, se toman más tiempo del que corresponde para su almuerzo, siempre dicen que están enfermos, siempre están poniendo excusas para trabajar lo menos posible, o para no trabajar.

 

Yo a mi gente la trato bien, la respeto. No soy violenta. Las empleadas domésticas usan uniforme y tienen que tratarme de usted porque así son las reglas. ¿Se imagina que una muchachita de esas tutee a su patrona? ¿Dónde se ha visto eso? Así se perdería autoridad, y si algo debe mantenerse siempre para que las cosas funcionen, es la disciplina, el orden. ¿Por qué Chile pasó a ser ahora un país del Primer Mundo? Porque hubo un Pinochet que supo encausar las cosas. Llamar a eso “violencia” es un error: es orden, simplemente. Sin orden estamos en el caos.

 

III

 

¿Violentas nosotras? ¡No, por favor! Por el amor de Dios todopoderoso, ¿por qué me dice eso? Nosotras, hermanitas de esta orden religiosa, solo nos dedicamos a formar jovencitas en nuestra escuela, y a servir a nuestro Señor con toda la humildad que una de sus siervas pueda hacer. Por tanto, no estamos en absoluto de acuerdo con que se nos tache de violentas. Eso es, a todas luces, una injusticia. Me atrevo a decir que constituye una blasfemia, inaceptable. Algo casi demoníaco.

 

Usted sabe que las jovencitas, en su edad de púberes o de adolescentes, son terribles. El demonio siempre acecha, y en este momento de sus vidas es cuando más las puede tentar. Con las hormonas revoloteando en su máxima expresión, es muy posible que estén muy cerca del pecado. Por eso hay que saber actuar con mano dura, para evitar que la lascivia indecente las subyugue.

 

No debe confundirse violencia con rigor. A estas muchachitas hay que saber conducirlas; hacerlas levantar a las 5 de la mañana para que se bañen con agua fría está científicamente comprobado que es muy bueno, pues templa el espíritu. Necesitan orden, estructura, que se les marque el camino recto para que sean mujeres de bien el día de mañana.

 

Hacer que estén ocupadas todo el día, que estudien, hagan su aseo personal y el de la institución, asistan a misa, recen y pidan de corazón que la bondad infinita de Dios nos perdone por nuestros asquerosos pecados, aprender las labores que una buena mujer va a requerir en su vida adulta para ser una hacendosa madre, una fiel y sumisa esposa y no se desvíe un milímetro de ese camino de perfección, todo eso es nuestra misión como religiosas.

 

Ser una buena persona, servidora de Cristo, ciudadana ejemplar; en otros términos: ser virtuosa, no es algo que se consigue así por así, de la noche a la mañana. Requiere un gran esfuerzo, dejar de lado los instintos carnales que tanto daño nos hacen y someterse al poder omnímodo de Dios con toda la humildad del caso, como inmundos y despreciables gusanos que somos, sin arrogancias ni petulancias.

 

Incidir en todo ello, poniendo la cuota de rigor necesaria para que eso se cumpla, de ninguna manera es violencia. No digo que alguna vez, cuando una muchacha seducida por el diablo cae en tentaciones, en vicios, en conductas inapropiadas, no usemos un poquito el castigo corporal. Pero eso es necesario. En definitiva, es útil para la oveja descarriada. Yo no me considero violenta porque ayude a una jovencita a que no peque, si para eso debo darle un par de cachetadas. Violencia sería dejarle pasar esas conductas inapropiadas, indeseables, contraria a los sublimes designios de nuestro padre celestial, que es puro amor.

 

Insisto con la idea: no confundamos violencia con orden estricto y rigor.

 

IV

 

Decir que hay seres humanos mejores que otros no es violento. ¡Por favor! ¿De dónde viene esa acusación? Después de años de estudio del tema, habiendo observado muy detenidamente todas las razas humanas, puedo concluir que sí, efectivamente, hay diferencias. No quiero ser arrogante, y estoy totalmente en desacuerdo con aquellos que piensan que lo que digo es racista, y por tanto violento, pero solo me atengo a los hechos demostrables, a lo que la observación serena y meticulosa nos puede ofrecer: los blancos somos superiores.

 

Decir verdades puede doler. ¿Acaso eso es violento? ¿Fue violento Cristóbal Colón cuando dijo que la Tierra era redonda contrariando la opinión reinante? ¿Fue violento Copérnico cuando dijo que nuestro planeta gira alrededor del sol desarticulando la teoría geocéntrica? Violentos son quienes se oponen a las verdades nuevas, las que duelen, porque rompen esquemas. Y me reafirmo en esto, como dijo Aristóteles hace ya más de dos milenios: “Soy amigo de Platón, pero más aún, lo soy de la verdad”. Es decir: la verdad a veces puede ser inoportuna, meter el dedo en la llaga, hacernos padecer, porque rompe un paradigma ya preconcebido, un modelo con el que nos sentíamos seguros. Pero la verdad es la verdad, y aunque no nos guste, ahí está. ¡No es violenta!

 

Es innegable que hoy, en todo el mundo, ha tomado la delantera la raza blanca. Eso es indiscutible. ¿Decir eso es violento acaso? Desde la llegada de los españoles al Nuevo Mundo, los blancos europeos comenzaron a expandirse por todo el orbe. Varias cosas facilitaron eso, lo cual demuestra su superioridad sobre otros pueblos, sobre otras razas. En aquel momento los blancos -los “carapálidas”, como les decían los indígenas de América del Norte- tenían navegación a vela en grandes embarcaciones, lo que les permitía cruzar todo un océano, tenían instrumentos de navegación muy precisos, como la brújula, el astrolabio, el sextante; poseían armas de fuego, mejores tácticas militares que ninguno, una cartografía avanzada. En el siglo XV, cuando se lanzan a conquistar el mundo, ya imprimían libros con la imprenta de Gutenberg. Ninguna otra raza había logrado esos avances. Esa superioridad les permitió vencer a los pueblos de África, de América, de Asia, de Oceanía.

 

¿Por qué decir que hay superioridad es un acto de violencia? No, no es así. Es solo un reconocimiento de cómo son las cosas. ¿Por qué hoy día dominan los blancos y no los negros, ni los indígenas? La respuesta es bastante obvia, ¿no? Porque son superiores.

 

Por supuesto que yo no estoy de acuerdo con la violencia física, con matar a alguien, con hacerle padecer sufrimientos. Eso sí, definitivamente, es violento. Y no lo comparto, de ningún modo. Pero ¿por qué sería violento decir que hay un grupo humano superior, más inteligente y que, por tanto, tiene el derecho de imponerse sobre otros? Mientras los africanos o los aborígenes australianos, y también los indígenas americanos, en sus músicas no pasaban de la percusión y de rudimentarios cordófonos o aerófonos muy precarios, en Europa ya existía la polifonía, o complejos instrumentos, como el órgano de tubos, con desarrollados lenguajes musicales escritos. ¿Quién inventó el pentagrama y las notas musicales que hoy se utilizan en todo el mundo? Los blancos, mi amigo. ¿O no es así? Decir que había una gran, enorme diferencia entre unos y otros, ¿es violento?

 

Sí, yo soy blanco, rubio y de ojos celestes, y tengo muchos estudios académicos. ¿Me tendría que sentir culpable por eso? Salvo algunos inventos de la antigüedad, importantes sin dudas, la mayor cantidad de invenciones que hoy usamos y nos hacen la vida más fácil, más amena incluso, son creaciones de la raza blanca. ¿Quién inventó el ferrocarril, la máquina de vapor, el telégrafo, los altos hornos para producir acero, el teléfono, el automóvil, el avión, la electricidad, las vacunas, la computadora, el internet, los robots, los viajes espaciales, la inteligencia artificial? Creo que es demoledoramente evidente que la raza blanca es superior, ¿no le parece?

 

No voy a justificar la esclavitud de unos, los inferiores, por otros, los superiores. Pero sería tonto negar que hay razas superiores. ¿Eso es violencia?

 

V

 

Yo no soy violento, pero me obligaron a serlo. Mi padrastro era alcohólico y le daba unas palizas bárbaras a mi viejita. Me crié con seis hermanos más. Yo, según me cuenta mi madre, soy de otro padre. En realidad, según lo que ella me dijo, soy producto de una violación. Por eso ella me quiso abortar, pero el cura le dijo que eso era pecado. Y nací. Pero ahora piden pena de muerte para mí. Uy, ¡qué difícil de entender! No permitieron que mi viejita no me tuviera, pero ahora de grande, como dicen que soy un problema social, piden que me maten. ¡Qué lío! No lo entiendo, doctor.

 

A mi verdadero viejo nunca lo conocí. De mis medio hermanos, dos eran pandilleros, otros se fueron de mojados a Estados Unidos y allá venden drogas, y la hembra menor, la Yuleisy, era puta. A ella la mataron el año pasado. En mi barrio solo había ladrones y drogadictos. Ah, y putas, como mi hermanita. Me acuerdo que la casita donde vivíamos era de lámina de zinc, en un barranco, muy peligroso. Había una letrina asquerosa. A mí me daba asco ir ahí, pero… ni modo. Yo empecé con la marihuana a los doce años; después le entré al crack. Recuerdo que el barrio nunca había agua. Me bañaba una vez por semana… con suerte. Me decían “El Oloroso” de sobrenombre. Mi primer robo fue a los trece. De ahí ya no paré. ¿Por qué lo maté a ese imbécil? Mire, doctor: yo a los veinte, después de haber estado varias veces en el reformatorio y después, ya de adulto, en la cárcel, traté de regenerarme. Fui a un centro de rehabilitación para drogadictos. Ya tenía como seis meses de no consumir, sin robar y portándome bien. Empecé a pedir en los semáforos y hacer de payasito, haciendo algunas pruebas sencillitas. Hacía malabares para ofrecer un show, y después esperar un centavito de propina.

 

Recuerdo que estos tipos bien elegantones, que iban en un BMW, me dijeron: “payaso de mierda, andá a trabajar en vez de estar pidiendo, parásito asqueroso, caco hijo de la gran puta”. Me encendió la sangre, y los insulté. Uno de ellos, el que manejaba, se bajó. No pude aguantar. Nosotros, los que nos criamos en la calle, sabemos pelear y nos conocemos bien todas las mañas. Le di y le di hasta que me lo troné. Los otros dos que andaban con él se asustaron, agarraron el vehículo y salieron huyendo. ¿Me entiende por qué le quebré el culo, doctor? La psiquiatra que me atendió en la cárcel me dijo que soy un resentido por ser producto de una violación. ¿Será así, doctor? Otro muchacho, un psicólogo creo que era, me dijo que yo no soy violento porque sí, sino que soy producto de otras violencias. No entendí bien qué me quiso decir. ¿Soy o no soy violento, doctor?

 

VI

 

Pedir que le den pena de muerte a ese asesino repugnante no es violento. ¿Cómo me van a decir eso? Solo esa gentuza que habla de derechos humanos y todas esas bobadas comunistas puede defender a estos malvivientes, a estos delincuentes desalmados, bazofias sociales, marginales repugnantes. ¿Cómo no los vamos a tener que matar, si son un peligro para la sociedad? Mire lo que le hicieron a mi pobre hijito. Ese sanguinario pandillero asesino lo mató a puñetazos y patadas a plena luz del día.

 

¡Mi pobre hijito! Él era incapaz de matar una mosca. Lo habíamos criado como un rey entre algodones. Era hijo único, y representaba todo para nosotros. Lo educamos en los mejores colegios, nunca le faltó nada, le dimos una formación católica formidable. Era un muchachito excelente; jamás decía una mala palabra, jamás se metía con nadie. Era un ejemplo de buena conducta, por eso el papá decidió regalarle ese BMW…, pero tuvo que venir este monstruo asqueroso a arruinarnos la vida. ¿Acaso pedir pena de muerte contra este asesino es violento?

 

Nosotros, el padre y yo, somos buena gente. Tenemos mucho dinero, sí, es cierto. Pero lo hicimos trabajando. ¿Usted cree que es fácil manejar una gran hacienda como la nuestra? ¿Usted piensa que atender varios miles de cabezas de ganado, muchas hectáreas de cultivo, y lidiar con más de cien mozos que trabajan allí, es fácil? ¡Esos son violentos, y no nosotros! Siempre protestando, pidiendo mejoras de sueldo, esas estupideces que les meten los comunistas… ¡Esos sí son violentos! Cada vez que mi esposo va en el helicóptero para la hacienda, tiembla de ver qué nuevo problema va a encontrarse. Y Carlos Eugenio, que se estaba preparando para hacerse cargo del manejo de ese campo -no le gustaba ser de la junta directiva de nuestro banco- también veía la dificultad de entenderse con toda esa chusma. ¡Esos sí que son violentos, borrachos, llenos de hijos que después no pueden mantener, pendencieros, aprovechados, siempre limosneando!

 

No me vengan a decir que nosotros éramos los violentos; y mucho menos mi Carlitos Eugenio, tan vilmente asesinado. Esos pandilleros haraganes y drogadictos son los que causan los problemas. Yo no sé por qué el gobierno no hace nada con toda esa caterva de gente, acostumbrada a la vagancia y a los vicios, que no aporta nada para el país. Yo no estoy de acuerdo con eso que llaman limpieza social, pero mire, entre nosotros: ¿para qué sirven todos esos holgazanes asesinos?

 

Pedir orden y respeto en un país no es ser violento, para nada. Violentos son esos pandilleros que andan por ahí haciendo sus fechorías, protegidos por esos ladrones de los derechos humanos, que son más delincuentes que los delincuentes a quienes defienden. Como dicen siempre mi esposo y su hermano, el que es general del ejército: la única manera de terminar con ese cáncer de los pandilleros, vagos y drogadictos es esterilizando a todas esas mujercitas de los barrios pobres que lo único que saben hacer es embarazarse, y después ir a pedir ayuda al gobierno o a los derechos humanos. Solo así se puede terminar con la violencia. Mientras haya ladrones y todo eso, seguiremos con la espiral de la violencia.

 

VII

 

¿Que yo soy violento? ¡Por favor! No me haga reír. Usted no sabe lo que es la violencia. Si no hubiera sido por nosotros, los militares, que somos quienes hemos ganado esta guerra, el país sería un infierno comunista y usted no me podría estar preguntando todas estas cosas.

 

Es cierto, hubo guerra. Y en la guerra, mi amigo, hay que vencer o morir. Nosotros nos enfrentamos a un enemigo despiadado. Como se suele decir: en la guerra y en el amor vale todo. Pues bien, es así. En la guerra se va a vencer. Hay que ir convencido que ya las palabras no alcanzaron para dirimir los conflictos, entonces, mal que nos pese, las cosas se resuelven con la fuerza.

 

Los militares estamos preparados para el combate; ese es el oficio de guerrero. Pero no somos violentos porque sí, porque nos gusta andar matando gente, porque somos unos asesinos sedientos de sangre, unos enfermos psicópatas. Nos hemos preparado para empuñar las armas, en el entendido, como decía aquel prusiano, von Clausewitz, que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Es decir: lo que no se puede resolver en una mesa de negociaciones, lamentablemente hay que resolverlo a los tiros. Y en la guerra no se disparan flores: se disparan balas, bombas, armas cada vez más potentes. Las flores no matan; los tiros sí. Pero eso sucede porque hay una racionalidad ahí atrás.

 

No me asusta que digan, equivocadamente sin dudas, que los militares somos violentos… ¡porque no lo somos! Somos militares, profesionales de la guerra, la cual es todo un arte. “El arte de la guerra”, escribió Sun Tzu hace miles de años. Efectivamente: es un arte. Por supuesto, se usa la violencia, pero racionalmente, con un objetivo concreto, sabiendo qué hacer, cómo neutralizar a un enemigo que nos quiere atacar.

 

¿Usted sabe lo que es el comunismo? Es la peor basura que se ha inventado en la historia, porque aplasta a los seres humanos, no nos deja ser nosotros mismos, nos esclaviza. Por eso hubo que pelear contra ese cáncer que había aparecido en el país años atrás, y ya se estaba haciendo metástasis. Fue una guerra, y punto. En la guerra no hay amigos: ¡hay enemigos! Y hay que vencerlo. Si no, ese enemigo implacable nos vence a nosotros.

 

¿Que hubo excesos? Puede ser. En la guerra, le repito, no nos tiramos flores ni piropos. Nos tiramos proyectiles para dañar al otro, para derrotarlo, para mostrarle que somos más fuertes que él y que no nos va a doblegar. Y esta guerra, que sin dudas fue cruel, sangrienta, tremenda -bueno …, como todas las guerras- la ganamos nosotros, nuestras gloriosas fuerzas armadas. La ganamos, y libramos a la patria de ese tumor putrefacto. Si no, le repito, hoy estaríamos viviendo en un campo de concentración con un sucio trapo rojo como insignia, obligándonos a ser ateos, sin vida espiritual, todos robotizados.

 

La violencia no es defenderse del ataque. Los que atacan son los violentos. Y el comunismo internacional nos atacó. Yo, como obediente y disciplinado militar que defiende a su bandera, respondí tal como debía hacerlo. Eso no es violencia: es amor a mi pueblo, a mi patria, a mis valores. Yo no soy violento, de ningún modo.




jueves, 6 de noviembre de 2025

martes, 4 de noviembre de 2025

¡QUÉ FRÍO!

Pedro era atroz. Capataz en esa cámara frigorífica donde se almacenaban productos perecederos, parecía más el dueño de la empresa que un empleado, por la forma en que cuidaba el negocio. Pero más aún, por cómo trataba a los trabajadores.

 

Su pasado militar -había sido sargento en el ejército- lo seguía marcando. Se dirigía a los empleados como si fuese la tropa a su cargo. No solo daba órdenes terminantes: abusaba groseramente de su poder, de su situación de jefe-amo.

 

El odio que se había generado entre los obreros para con el capataz era descomunal. En secreto, lo habían bautizado “el monstruo”. Efectivamente, se comportaba como si lo fuera: insultos, ofensas, hasta incluso en algún momento llegó al maltrato físico con alguno.

 

En la compañía no había sindicato; eso estaba terminantemente prohibido. En los contratos de trabajo, en aquellos pocos que estaban emplanillados, figuraba en forma explícita la negativa a cualquier agrupación gremial. Eso era sacrílego; ni por asomo se podía mencionar. Por tanto, nadie defendía a los trabajadores.

 

La cámara donde trabajaban almacenaba productos perecederos por largos períodos, por lo que la temperatura rondaba los 20 grados bajo cero. Había allí carnes rojas, pescados, mariscos, además de medicinas y pruebas biológicas. Era la más grande de la ciudad, y contaba con todos los adelantos técnicos de última generación. Dado el frío reinante, los trabajadores no podían exceder las 6 horas diarias de trabajo, con no más de 45 minutos de permanencia continua en la cámara, y descansos intercalados de 15 minutos. Para ingresar, por supuesto, debían hacerlo con el equipo adecuado, consistente en ropa térmica especial.

 

Pedro, en un alarde de machismo, a veces ingresaba para revisar algo solo por un instante, apenas con un sweater y un gorro de lana. Se jactaba de ello, y trataba de “mariquitas” a los trabajadores, cuando llevaban toda su indumentaria para frío extremo.

 

La puerta de la cámara se podía abrir solo desde fuera. Era batiente, de 18 cm. de espesor, super sellada, fabricada con materiales ultra resistentes, incluso a prueba de balas. No era fácil su apertura y, desde dentro, no se podía manipular. Si alguien quedaba dentro por error, debía sacárselo inmediatamente, por la hipotermia posible.

 

Nunca se supo cómo sucedió. Fue un sábado, cerca del mediodía. Pedro entró con un sweater liviano, y los operarios que estaban dentro, corrieron al unísono hacia fuera. El capataz quedó solo en el recinto. Ya era casi la hora de finalización de la jornada, por lo que, terminado el turno, todo el personal se fue con total tranquilidad. Pero Pedro quedó dentro de la cámara.

 

Sus gritos desesperados no fueron oídos por nadie. Cuando el lunes por la mañana se le descubrió, ya no había nada que hacer. La fingida sorpresa de los siempre humillados trabajadores encubría una tremenda sonrisa de satisfacción.



domingo, 2 de noviembre de 2025

EL CAPITALISMO FEROZ AVANZA

 https://cctt.cl/2025/11/02/el-capitalismo-feroz-avanza-por-que-se-nos-hace-tan-dificil-reaccionar/?utm_source=mailpoet&utm_medium=email&utm_source_platform=mailpoet




sábado, 1 de noviembre de 2025

VIDAS PARALELAS

 

Testimonio 1:

 

Mire Lic.: con mis 27 años a cuesta, creo que fueron muy pocos, poquísimos, los momentos alegres de mi vida. Creo que me sobran los dedos de la mano para contarlos. Quizá cuando a los 16, por primera vez en mi existencia, recibí un regalo de Navidad. Me lo regaló un traidito que tenía. Bueno, en realidad: el papá de mi primera hija, que después se mandó a mudar, cuando la bebita se murió. De ahí, mire… ¡puros vergazos! De chiquita mi nana me abandonó a los 4 años. Me crió una medio abuela. En realidad, no era mi abuela exactamente. Era una vieja medio loca que me ponía a lavar ropa, toneladas de ropa, y yo no podía decirle que no. Si no lo hacía, me cachimbeaba con un alambre. De chiquita también empezaron las agresiones sexuales. Me violaron como a los 8 o 9 años. Varias veces, muchas. Era un dizque familiar, un tío me parece. No me atrevía a decirlo porque me daba miedo. Al final, me escapé de esa casa. Deambulé un tiempo, viví en la calle, y no me da vergüenza decirlo. Ahí conocí el thinner. Cuando una tiene hambre, créame Lic. que eso lo pone pedo y se olvida de todo, del hambre, del frío, del miedo. Así fue que a los 12 años ya empecé a tener relaciones sexuales. Pero nunca fueron placenteras. En realidad, eran más violaciones que encuentros amorosos. La mara con la que me juntaba, para que me dieran entrada, exigió que me abriera de piernas con varios de ellos. Y de verdad, la pura verdad, prefería eso a los maltratos en mi casa. Quiero decir, con mi abuela y con mi violador. De esa manera, aunque parezca raro, era mejor estar en la calle que recibiendo pijazos todo el tiempo. Fue así que me prostituí. Creo que a los 14 tuve mi primer cliente. Así vino mi segundo embarazo. La niña, que ahora anda por los 11 añitos, me la quitó el gobierno, porque dicen que yo no estoy en condiciones de atenderla. Le confieso algo, Lic.: jamás, jamás, con todos los hombres que me acosté, logré tener placer. Ahora menos, desde que me pegaron el Sida. Por suerte, la chava esta que es la madama del putero donde trabajo, una canchita de pisto, muy bonita ella, no sé por qué, pero me trata bien. Le confieso algo Lic.: estoy enamorada de ella.

 

Testimonio 2:

 

Mire Lic.: con mis 27 años no me puedo quejar de la vida que llevo. Esta es la primera vez que tengo un traspié. Pero creo que fue porque los dueños no le pasaron a la policía el impuesto que les exigen cada semana. Yo, como administradora del lugar, pagué los platos rotos. Por supuesto, el hilo siempre se corta por lo más delgado. De todos modos, creo que no voy a tener mayores problemas. Tengo gente bien influyente conocida. ¿De dónde? Bueno…, nunca lo cuento, pero a mí la verdad es que no me da vergüenza decirlo. Como sé que soy muy bonita, muy atractiva, y después de los implantes en las bubis mucho más, para pagarme los estudios de la universidad atendí clientes. Claro que no era como estas pobres patojas del local, que tienen todas terribles historias a sus espaldas, que solo penas pasaron en su vida. Yo, la verdad, no la pasé mal. Me vine a estudiar a la ciudad Administración de Empresas. Me metí en la pública, pero rápido me di cuenta que me iba a ir mejor si tenía un título de una privada. Ahí fue entonces donde empecé a tener tipos. Fui de las que llaman pre-pago. Es decir: de las finas. Por eso conozco gente encumbrada, que espero que ahora me pueda ayudar. Tuve de clientes a diputados, ministros, alcaldes, militares de alto rango, empresarios, y hasta mujeres muy fichudas, de esas que venían en carro con chofer y guardaespaldas. Ah, y un obispo también. Pero si algo me incomoda ahora, Lic., es que me preocupa en especial una patojita, quizá la más linda del grupo. La pobre tiene Sida, tiene una hija que le quitó la Secretaría de Bienestar Social, y me necesita mucho. Le confieso algo Lic.: estoy enamorada de ella.

 



domingo, 26 de octubre de 2025

EL SUICIDIO: UNA PREGUNTA ABIERTA

 ¿ES POSIBLE SU PREVENCIÓN?

 

Ponencia presentada en el Foro sobre Suicidio, organizado por la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de San Carlos de Guatemala, el 16 de octubre de 2025.











viernes, 22 de agosto de 2025

DIPLOMADO EN PSICOANÁLISIS

Docente a cargo: Marcelo Colussi (https://www.facebook.com/marcelocolussipsicoanalista/)

 

Organizado por CAEDUC (Colegio de Psicólogos de Guatemala)

Modalidad virtual

 

Inicia: sábado 30 de agosto

Todos los sábados (12 sesiones), de 10:00 a.m. a 12:00 m. (del 30/8 al 22/11)

Bibliografía gratuita en PDF

 

Costo para colegiados activos: Q.900 (3 pagos de Q.300)

 

Inscripción: https://forms.gle/wRPqzkygY4WCeeRw7

 

Más información: mmcolussi@gmail.com

Whatsapp: 50296878





jueves, 21 de agosto de 2025

martes, 12 de agosto de 2025

LIBROS DE CUENTOS

Dejo aquí unos libros de cuentos. Si alguien se atreve a leerlos -o a leer alguno de ellos o, al menos, a leer algún único cuento- quedo abierto a comentarios. Y si hay críticas y acotaciones negativas, ¡bienvenidas!, porque ello significa que, al menos, alguien se tomó la molestia de abrir algún libro. Y si los decepciona…. bueno: ya lo leyeron. Quizá puedan hacer algo mejor.

 

https://drive.google.com/drive/folders/1UXZkY7LxulooyuYDBL_M5_PFFTvRfx0V?usp=sharing




domingo, 29 de junio de 2025

jueves, 19 de junio de 2025

HABLEMOS DE PSICOANÁLISIS

 HABLEMOS DE PSICOANÁLISIS

Citas: 50296878

https://www.facebook.com/marcelocolussipsicoanalista/videos/1779095829704461





domingo, 20 de abril de 2025

TESTIMONIO DE UN SUICIDA

Hoy se cumple un mes que me suicidé. Es poco tiempo, lo sé, pero creo que suficiente para sacar algunas conclusiones.

 

No voy a entrar a discutir sobre la calidad moral de lo hecho. No, ¿para qué? Ya a estas alturas ¿quién me podría reprochar algo? Sé que para un buen católico eso no es correcto. Más aún: sé que, según la tradición vaticana, que es la mía, estoy cometiendo un pecado mortal, pues infringí el quinto mandamiento, que dice terminante: “no matarás”. Pero dios misericordioso, que sabe por qué lo cometí, creo que habrá de perdonarme. Por lo pronto, la iglesia no me negó los correspondientes ritos funerarios, lo que me hace pensar que muy probablemente sea absuelto y no se me condene al fuego eterno del infierno. Aunque, tengo que confesarlo, ahora en mi nueva condición, ya no soy un muy fiel creyente. Pero lo peor, lo que me sigue manteniendo con algún ánimo y me hace pensar que no habrá castigo eterno -no sé por qué se está demorando tanto la decisión; supongo que serán problemas burocráticos en el cielo- es que más infierno que el que pasé en vida: imposible.

 

Se preguntarán ustedes por qué lo hice. Bueno, es complejo. Creo que me tomaría mucho tiempo, excesivo quizá, explicarlo en detalle. En realidad, debo confesarlo también, nadie supo fehacientemente que fue suicidio. El Sumo Hacedor quizá, que todo lo sabe; pero ningún mortal lo puede saber. Simulé un accidente, y me parece que la gran mayoría de personas así lo creyó. Un resbalón en el andén del metro justo cuando venía el tren, y se acabó.

 

Lo había estudiado muy meticulosamente, hasta lo había ensayado (por supuesto, no en las vías del tren, claro): una aparatosa caída y nadie podía pensar en suicidio. A mis rodeantes -bueno…, los pocos que tenía últimamente, porque cada vez me había vuelto más huraño, más reservado- jamás le hablaba de mis cuitas. ¿Para qué? Alguna vez, antes, años atrás, cuando enviudé, todavía buscaba hablar con alguien para contarle mis pesares. Para descargar, como se dice.

 

Les cuento la verdad: nunca me tomé en serio eso de “sacar cosas para descargar”. Las cosas muy íntimas, las cosas muy privadas, son de uno y de nadie más. ¿A título de qué voy a contarle mis penas a otra persona? Quizá a un psiquiatra o a un psicólogo que, se supone, son los expertos en arreglar los traspiés anímicos que podemos tener. Pero la vez que lo intenté me decepcioné. El médico que me atendió me dijo que no me hiciera problema, que ya iba a pasar, y me recetó unos antidepresivos. Fui solo una vez, y lo sentí innecesario.

 

Cuando mi único hijo, a sus 18, me dijo que ya no me aguantaba más y se fue dando un portazo, quedé muy triste. La muerte de mi esposa, dos años antes, también me había golpeado. Pero no tanto. La partida de mi muchachito me tocó mucho, muy hondamente. Me ratificó que no servía para nada, porque ni siquiera buen padre podía ser. Ahí fue cuando consulté con el psiquiatra. ¿Para qué sirvo? Bueno… ¿par qué servía? Esa fue la pregunta que me acompañó toda la vida. Pregunta que, en un sentido, nunca pude esclarecer.

 

Bueno, ya que empecé a contar… se los cuento completo. No crean que lo hago para “descargar”. Solo lo relato para que entiendan por qué me dejé caer bajo ese tren, y no me tomen por un chiflado. Hay explicación. Un sacerdote me dijo alguna vez que, habiendo causa justificada, dios perdona a los suicidas. Yo, por cierto, tengo más que super justificadas causas. ¿Quieren saber?

 

Siempre me sentí menos, que no daba la talla. Del mismo modo, siempre me callaba eso, lo ocultaba. Veía cómo a los otros les iba bien, pero yo siempre tenía la sensación que fracasaba. En todo. No quiero aburrirles, pero si hago el recuento de mis desventuras, los podría tener aquí varios días, contando todos los infortunios, interminables infortunios que fueron marcando mi vida.

 

De niño, cuando cursaba la escuela primaria, recuerdo haber recibido siempre la burla de mis compañeritos. Yo era algo gordo… Bueno, en realidad: bastante pasadito de peso. Eso hacía que los otros niños, y también las niñas, crueles como somos en la infancia, se rieran. Me habían puesto un apodo muy desalmado, que prefiero no mencionarlo, porque me haría llorar una vez más. Además, mi renguera -era poca, pero se notaba- me daba una figura más vulnerable aún. Más miserable, diría, para ser preciso.

 

No se los conté, claro… Cuando tenía seis años tuve un accidente con mi papá, al caernos de su moto. Él quedó bastante mal; tuvo yeso por varios meses, y no pudo trabajar, lo que hizo que la pasáramos muy mal económicamente. Mi mamá, que no estaba preparada para eso, salió a conseguir algo por ahí, y con esfuerzo podía traer unos míseros centavitos a la casa. Yo me recuperé, pero me quedó esta cojera, que llevé por toda mi vida. Lo peor del caso fue que mi viejita salía a trabajar en lo que podía, pero nunca tuvimos claro que hacía exactamente. Lo cierto es que, durante ese período tan duro que tuvimos por muchos meses, siempre había un plato de comida en la mesa. Años después, en mi adolescencia, y de un modo que no viene a cuento confesar, me llegó la información de que, durante ese período, la pobre se prostituyó. No era tan vieja en ese entonces: andaba por sus treinta y tantos y, por supuesto, algún cliente aparecería. Según vi más tarde en algunas fotos, era bien parecida. Claro que hay gente que paga, eso es así, sin dudas.

 

Cuando lo supe, no quise saberlo. Quiero decir: me las ingenié para sacarlo de mi cabeza. Me desagradaba muy profundamente, me hacía mal pensar en eso; de ahí que hacía como que no podía ser verdad. De todos modos, por los datos concretos que me dieron, todo indicaba que sí, efectivamente, podía haber sido así. No me consta, pero parece que así fue realmente. Con el tiempo pude ir minimizándolo; cuando por allí escuchaba que alguien decía ese insulto: “hijo de puta”, ya me daba risa, y estaba tentado de levantar la mano y decir “presente”.

 

Como ven, son muchos, demasiados los golpes que fui teniendo. Y nunca entendí por qué. Parecía que la vida se ensañaba con mi persona. Todo me salía mal. De adolescente tampoco la pasé muy bien. Al contrario, diría que fue el peor período de mi vida. Casi no tenía amigos. Mi gordura contribuía a ello. Fue ahí que decidí adelgazar a cualquier costo. Y así vino la bulimia.

 

Compulsivamente dejé de comer. Prefería pasar hambre y no seguir engordando. Pero conseguí lo contrario. Iba a vomitar, sin decírselo a nadie, pero después me daba más hambre, y más compulsivamente venían los atracones. Y luego: más vómitos. Era un círculo vicioso que me tenía loco. Al final, con el tiempo -creo que como dos años me duró esto- fue cediendo. De más está decir que mis años juveniles fueron los peores: con este trastorno alimentario y mi timidez sin par, mi vida era un suplicio. Pero lo peor es que todo eso lo vivía en total soledad, en silencio, no teniendo nadie en quien confiar para contárselo.

 

Salía muy poco, me la pasaba la mayor parte del tiempo solo, en mi cuarto. A veces, los viernes o los sábados por la noche, para hacerme el “normal” ante la familia, salía. Yo decía que salía con mis amigos, pero no era cierto. Salía solo, sin rumbo. A veces terminaba en un club nocturno, pero como siempre estaba muy corto de dinero, no pasaba de tomarme una cerveza y ver a las chicas bailar. No me atrevía a ir con una trabajadora sexual. Pensaba que eso había hecho mi mamá, y me espantaba. Cuando veía a mis amigos -mis pocos amigos, aclaro, contados con los dedos de una mano, dijo el manco- o a un par de primos que tenía, que salían con sus parejas, los envidiaba profundamente. Había perdido mucho peso; ya no era el gordito tonto de quien se burlaban -en la escuela secundaria eso se puso peor a partir de que tuve que comenzar a usar lentes-. Gordo, rengo, con lentes y con un acné que me llenaba la cara de pústulas con pus, no era precisamente el muchachito de la película, el ganador exitoso. Además, mediocre alumno. Aclaro que siempre fui lento para entender las cosas; intelectualmente fui toda la vida un cero a la izquierda -de grande nunca pude dejar de contar con los dedos, porque no podía hacer operaciones sencillas como, por ejemplo, ocho más cinco-. Esto, solo para que se den una idea. Lo confieso con mucha vergüenza: nunca pude leer un libro completo. No los entendía. La Biblia la hojeé varias veces, pero jamás entendí un pepino. Si no entiendo una simple indicación que me dan, aunque ponga cara circunspecta, seria, dando a entender que estoy procesando correctamente lo que me dicen, mucho menos voy a comprender una parábola, una formulación elíptica. Para mí, todo eso es chino, aunque luego citara pasajes del libro sagrado como si los conociera a la perfección. Como van viendo: puras mentiras, puro humo vano.

 

Mis padres se daban cuenta que tenía esas…, llamémosle: rarezas. Nunca me dijeron nada cuando intempestivamente salía corriendo al baño para vomitar. Supongo que se daban cuenta que algo pasaba, pero me parece que preferían mirar para otro lado, haciendo como que no se enteraban. Lo que sí recuerdo con amargura es que me preguntaron varias veces si tenía novia. Por supuesto, yo no tenía, pero decía alguna tontera para salir del paso, algo así como “tengo algo por allí, nada serio”. De más está decir que no podía acercarme a una mujer. Temblaba, prefería que eso no apareciera nunca, porque me ponía muy nervioso: me sudaban las manos, tartamudeaba. Una vez hasta mi hice pis encima, cuando tuve que hablar con una muchacha que me gustaba. Recuerdo que había una vecinita, muy bonita ella, que creció junto conmigo, en la casa contigua. Yo la miraba de lejos; me gustaba, pero temblaba si la tenía cerca. Recuerdo que una vez -fue su único intento, porque seguro que salió espantada luego de mi respuesta- me dijo, muy seductora, que cuándo la iba invitar a tomar un café. “Algún día, ahí veremos”, respondí. Por supuesto, nunca más me dirigió la palabra.

 

Recuerdo con mucha, demasiada amargura, una vez cuando andaba por los quince, o algo así, que mi madre llegó con el escaso grupito de amigos adolescentes -uno de ellos me lo contó luego, por supuesto mofándose- para decirles que me tuvieran compasión. Sí, sí… ¡así como suena! Com-pa-sión, porque yo era un poco “apocado”, dijo. ¡Qué terrible! ¿Pueden imaginarse ustedes una madre así? Con familiares así, como se dice, ¿para qué quería enemigos? Yo el tonto, yo el bobito…, dicho por mi propia progenitora. ¡Por dios!

 

Ya a mis veinte no era gordito, y el acné había ido desapareciendo, así como los atracones y luego los vómitos. Pero seguía la timidez tremenda. Fue la época en que empecé a trabajar. Mi paso por la universidad fue rápido. Como siempre, y en todo, fui mal. Un nuevo fracaso, estrepitoso para el caso. Me inscribí en la carrera de Derecho. Aguanté unos pocos meses; viendo que no daba la talla -nunca entendí una palabra lo que explicaban los catedráticos- dije que no me gustaba eso, que prefería otra carrera. En realidad, no era cierto: no me gustaba ninguna carrera, y rápidamente vi que era imposible que yo pudiera graduarme de algo. Pero para hacerme el normal, dije que el año siguiente probaría con Sociología. Mientras, comencé con mi primer trabajo: cajero en un banco.

 

Al año siguiente fui nuevamente a la universidad, pero ya ni me acuerdo qué excusa puse, pero a los pocos meses dejó los estudios para siempre. Vi que lo mío no era eso. Aunque ya me preguntaba: ¿qué es lo mío? Nunca pude saberlo.

 

Recuerdo que una vez, pensando que dormía, mis padres hablaron entre ellos acerca de mi persona. No estaba dormido; no quise escuchar, pero los escuché. Recuerdo que mi madre, algo alterada, se preguntaba con amargura si yo no sería homosexual. Yo también me lo preguntaba, pero claramente no lo era. Nunca me gustaron los chicos. En realidad, siempre me desagradaron las personas homosexuales. Pero por una cuestión social no podía presentarme como homofóbico. En secreto siempre lo fui, y mucho. Es más: creo que mi hijo se fue de casa porque es gay. Nunca me lo dijo, pero lo sospecho. La cuestión es que, en público, por estas cosas que se llaman “corrección política”, jamás hablaba mal de la comunidad de la diversidad sexual. Como les decía, a mí nunca me erotizó un hombre, y sí una mujer. Pero tenía serias, muy severas dificultades para encarar una chica. Por supuesto que no era maricón, pero mi eterna falta de pareja podía hacerlo pensar.

 

Después del banco pasé por muchísimos trabajos, siempre en oficina: empleado administrativo en un ministerio, trabajé también en un hospital como ayudante en la sección contable, lo mismo en dos bancos más, hasta que llegué a la compañía de seguros, donde estuve años, hasta mi muerte. Recién a los treinta tuve mi primera -y única- novia. Y fue ahí, me duele confesarlo, pero así fue, donde tuve mi primera relación sexual.

 

La muchacha era excelente persona, pero tenía un grave problema: tenía labio leporino y paladar hundido. En otros términos: no era muy bonita la pobre. Presentaba problemas para hablar e, igual que yo, había llegado a sus treinta sin pareja y sin vida sexual. Ni sé cómo, finalmente nos terminamos casando. Diría que fue ella la que tomó la iniciativa. Pero el mismo día de nuestra boda hubo una catástrofe. Nos casamos en la ciudad de donde ella era originaria: B. Por tanto, mis padres fueron hacia allí, para asistir a la ceremonia, con tanta mala suerte que el avión en que viajaban cayó, muriendo todos sus ocupantes. El casamiento se hizo de todos modos, pero sin fiesta. Tuvimos que cancelarla el mismo día. Mi matrimonio, desde el inicio, estuvo marcado por la desgracia.

 

Si no los estoy aburriendo, continúo con el relato, aunque supongo que los debo tener algo -o muy- cansados con esta interminable sucesión de catástrofes. Pero así fue mi vida. Creo que empezarán a entender por qué ya estaba harto de ella. A nadie en su sano juicio le gustaría recibir esta sucesión interminable de cachetazos. ¿Por qué me pasaba todo esto? Nunca llegué a comprenderlo.

 

Decía recién -pregunta que atravesó toda mi vida, y sigue presente ahora, luego del suicidio- ¿para qué soy bueno? Ahora tengo la plena certeza para la respuesta: soy bueno para mentir. Siempre, toda mi vida, jugué casi mágicamente a ser lo que no soy, a aparentar, a hacer prestidigitación de mis cosas. Como un buen mago haciendo esas tramoyas que, sabemos son solo trucos, juegos de mano muy bien realizados, pero pasan por verdades que hacemos como que las creemos -el conejo estaba escondido en un doble fondo de la galera, obviamente-, así fue mi vida. Siempre hice como que todo iba bien, siempre sonriente, impecable diría. Bueno, un buen vendedor de seguros tiene que transmitir algo así: todo el tiempo alegre, dispuesto a atender y dar la razón a sus clientes, amable. Pero por dentro… ¡ya se imaginan!

 

¿Para qué soy bueno? ¡Para mentir! Soy el peor de los homofóbicos, pero me hago pasar por un tipo muy abierto… y tengo un hijo homosexual. Yo puedo soportarlo, pero él a mí, veo que no. Fingí todo el tiempo, en todo, en cada momento de mi vida. Cuando ya teníamos a S., con cuatro años, mi esposa volvió a quedar embarazada. Venía una niña, pero hubo complicaciones en el parto, y murió la bebé. Yo hice como que me afectaba mucho esa pérdida, pero en realidad, muy en secreto, no fue así. Es más: me asustaba muchísimo tener un segundo hijo, porque a duras penas había podido con el primero. Una mujercita que llegaba se me hacía de lo más problemático: no tenía idea cómo criar a una hija mujer. Esa muerte, para mí, fue salvadora. Por supuesto, siempre me mostré muy compungido, y por años acompañaba a mi mujer al cementerio a poner flores en la tumba de la pequeña. Secretamente, de todos modos, pensaba de la que me salvé.

 

En todo fui siempre así: muestro una cara, pero a escondidas hay otra, la real. Me hacía pasar por una persona medianamente culta. Siempre decía que me habían faltado un par de materias para graduarme de abogado, y que por diversas circunstancias de la vida no había podido serlo. Hondamente, en secreto, sabía que había allí una tremenda mentira. La gente se lo creía; o, al menos, eso creía yo. Citaba autores importantes, aunque solo el nombre y el título de sus obras principales conocía, obras que, por supuesto, nunca había leído. Daba una impresión de seguridad, cuando en el fondo yo sabía que temblaba a cada instante pensando si iban a descubrir mi impostura.

 

Así fue todo: mi pobre esposa no era muy agraciada -había sido sometida a una operación de niña, pero no había quedado muy bien-. De todos modos, yo siempre le ponderaba su belleza. ¡Qué hipócrita! ¿no? Cuando murieron mis padres en ese accidente, por supuesto que mostré aflicción. Como no podía ser de otro modo, al lado de la satisfacción que sentía por haberme casado, cosa que nunca pensé que podía suceder, me presenté triste, acongojado. ¿Quieren saber la verdad? Ni por cerca estaba triste. Tenía una sensación interna de profunda alegría, casi de euforia: nunca le perdoné a mi padre el accidente en la moto que me dejó cojo para toda mi vida, aunque siempre le dije que no guardaba rencor alguno por ello. Y junto a eso, ahora lo puedo decir, porque ya estoy muerto y a nadie le va a importar: siempre llevé como un puñal clavado lo de mi madre: era una vulgar prostituta, y dudaba de mi orientación sexual. Y algo que jamás pude tragar, algo que siempre me taladró la vida, fue cuando la muy hija de puta fue a pedir por mí a mis amiguitos -si así se les podría llamar, aunque no lo eran- tratándome de tonto, de apocado. ¡Por favor!

 

Si salí tan fallado, tan lleno de traumas, si fui siempre el hazmerreír de todo el mundo -recuerdo con vergüenza lo de mi vecina, por ejemplo, o la única vez que me atreví a ir con una meretriz y no tuve erección, por lo que la pobre esbozó una sonrisa comprensiva-, si lo único que pude hacer fue tener tropiezo tras tropiezo, eso tiene algún origen ¿verdad? Por lo que sé, eso se debe a mis queridos papitos. Bueno… queridos…. ¡Por favor! No sé si fueron ellos los que me arruinaron la vida, o la vida se encargó de hacerme todo tan difícil.

 

Leí por allí que el suicidio, en una explicación totalmente distinta a la que da la iglesia católica, no es un acto voluntario, ofensivo a los designios de dios, sino que tiene que ver con una fantasía. O una enfermedad mental, mejor dicho: no se mata uno mismo, sino que mata a otro que tiene incorporado en su psique. Eso creo haber entendido. Si no estoy mal, en este caso, a los padres. Bueno: yo los maté con ese tren que me arrolló. ¡Y bien matados! Claro que para matarlos a ellos -aunque ya habían muerto con la caída del avión- tuve que morir yo. Pero ¿qué le vamos a hacer?

 

Había empezado este relato -y espero no haberlos aburrido demasiado, y así fuera, pues bien, les felicito por su paciencia…, ya estoy terminando, había empezado, digo, buscando sacar conclusiones. Entonces, creo que esta es la fundamental: valió la pena.