Reflexiones sobre la violencia (pensamiento crítico social, con formato literario)
I
De ningún modo soy violento. Me dicen que lo soy, pero
no es cierto. Se equivocan. Yo hago lo que aprendí a hacer desde que soy un
niño, lo que vi toda mi vida, lo que es normal. Eso es lo que transmitieron mis
padres en casa y lo que aprendí en la iglesia. ¿Desde cuándo eso va a cambiar?
¿O me van a decir ahora que todas esas ideas modernas de igualdad, de equidad
de género, de respeto a la diversidad sexual -que es lo mismo que decir
tolerancia a los pecados capitales-, me van a decir acaso que todas esas
bobadas las tenemos que aceptar?
¿Por qué tendríamos que estar de acuerdo con cosas
incorrectas, absolutamente cuestionables, contrarias a los designios de Dios? No
soy un experto en cuestiones bíblicas; me apego al libro sagrado, pero no diría
que soy un super conocedor de esto, un exégeta. De todos modos, en las Sagradas
Escrituras, que por supuesto respeto mucho, en el Eclesiastés 22:3 pueda
encontrarse que “El nacimiento de una hija es una pérdida”, o en el
mismo libro, 7:26-28, se nos explica que “El hombre que agrada a Dios debe
escapar de la mujer, pero el pecador en ella habrá de enredarse”. Por
supuesto, en el mismo Génesis se le dice a la mujer que “parirás tus hijos
con dolor. Tu deseo será el de tu marido y él tendrá autoridad sobre ti”. ¿Por
qué oponerse a eso? ¿Acaso eso es violencia? ¡Por favor! Estamos hablando de
los designios de Dios. ¡Seamos racionales!
Y
en Timoteo 2:11-14 se expresa claramente que “La mujer debe aprender a estar
en calma y en plena sumisión. Yo no permito a una mujer enseñar o tener
autoridad sobre un hombre; debe estar en silencio”. Más claro: imposible.
¿Se
da cuenta? No soy yo quien lo dice: es el libro más sagrado que tenemos. Ahí
está escrito, y no podemos contradecir lo que el Sumo Hacedor nos transmite por
medio de quienes escribieron esas páginas.
¿Violento
yo? ¿Violento por cuestionar todos estos pecados? En absoluto, para nada. Mire,
si hasta en el Corán, el libro sagrado de los musulmanes lo dice: “Los
hombres son superiores a las mujeres, a causa de las cualidades por medio de
las cuales Alá ha elevado a éstos por encima de aquéllas, y porque los hombres
emplean sus bienes en dotar a las mujeres. Las mujeres virtuosas son obedientes
y sumisas: conservan cuidadosamente, durante la ausencia de sus maridos, lo que
Alá ha ordenado que se conserve intacto. Reprenderéis a aquellas cuya
desobediencia temáis; las relegaréis en lechos aparte, las azotaréis; pero, tan
pronto como ellas os obedezcan, no les busquéis camorra. Dios es elevado y
grande”. ¿Queda claro?
Ahora
se habla del “orgullo lésbico-gay”. ¡Por Dios! Hasta hacen desfile disfrazados,
y aparecen ahí, pecando en público. La Biblia es clara: Adán y Eva, y no, de
ninguna manera: Adán y Esteban. ¿Dónde está la violencia, dígame?
II
¿Violenta yo? No, ¡por favor! ¿De dónde sacan eso? Es
muy injusto decirme eso, porque yo no soy violenta. Al contrario: soy más bien
sumisa. ¡Mire cómo me trata mi marido! Él sí es violento, porque me dice que
soy una tonta. Pero yo ¿en qué sería violenta?
Soy muy respetuosa, a todo el mundo trato bien.
Incluso a mis empleados. Yo me crié en una situación de mucha abundancia, ¿qué
le vamos a hacer? No me puedo sentir culpable por eso. Si tuve la dicha de
nacer en una familia muy adinerada, eso es una ventaja que supe aprovechar. Y
punto. ¿Por qué eso me haría violenta?
Es cierto que desde la cuna tuve personal que me
cuidaba: niñeras, institutrices, personal doméstico, choferes, guardaespaldas. Es
cierto también que soy muy exigente; “caprichosa” dice mi marido. Yo no
considero que sea así. Me gusta que las cosas se hagan bien, que se cumpla lo
que digo. Si alguien hace mal su trabajo, pues que lo repita. Y que lo repita
cuantas veces sea necesario hasta que lo haga bien, que me deje conforme. ¿Por
qué eso sería violento? Si se tiene que quedar hasta la madrugada repitiendo su
trabajo… ¡pues que lo haga bien la primera vez y no ande chapuceando,
improvisando! Eso sí es violento.
Todo eso del orden y la buena organización lo aprendí
de mi papi. Él siempre manejó sus negocios con mano de hierro, porque no se
pueden manejar tantas cosas si no se es un poco impositivo. Los trabajadores,
usted sabe, en general son unos vagos que quieren trabajar lo menos posible, y
siempre listos para protestar. A Dios gracias hoy ya no quedan sindicatos, esos
molestos comunistas que lo discuten todo. Yo recibí una de las empresas familiares
como herencia, aun estando en vida él, y me tuve que ocupar de seguir
haciéndola crecer. Los más de 500 colaboradores que hoy tenemos son
indisciplinados, aprovechados. Si no es con rigor ¿cómo se les haría trabajar
bien?
Me encanta esa perspectiva de una empresa que funcione
bien; para eso estudié todo lo que estudié, con dos maestrías en el extranjero,
con especialidad en mercadotecnia. Sé que estoy bien preparada para ser
empresaria, y también manejo las cosas con mano de hierro, tal como vi que hacen
todos en mi familia. ¿Cómo hacer, si no, para que las cosas funcionen bien? Eso
no es ser violenta. Es, simplemente, pedir que se trabaje a conciencia, que no
nos engañen. Porque todos sabemos que la gente es aprovechada, que quiere ganar
mucho con el menor esfuerzo, que los asalariados te roban cada vez que pueden,
que son unos envidiosos que miran con malicia a quienes trabajamos duro y
logramos hacernos una posición.
Dígame: ¿acaso es violento descontarle el día al que
llega tarde? Pero ¿para qué están los horarios? ¿Usted sabe lo mañosa que es la
gente para trabajar? Se demoran más de la cuenta cuando van al baño, se toman
más tiempo del que corresponde para su almuerzo, siempre dicen que están
enfermos, siempre están poniendo excusas para trabajar lo menos posible, o para
no trabajar.
Yo a mi gente la trato bien, la respeto. No soy
violenta. Las empleadas domésticas usan uniforme y tienen que tratarme de usted
porque así son las reglas. ¿Se imagina que una muchachita de esas tutee a su
patrona? ¿Dónde se ha visto eso? Así se perdería autoridad, y si algo debe
mantenerse siempre para que las cosas funcionen, es la disciplina, el orden.
¿Por qué Chile pasó a ser ahora un país del Primer Mundo? Porque hubo un
Pinochet que supo encausar las cosas. Llamar a eso “violencia” es un error: es
orden, simplemente. Sin orden estamos en el caos.
III
¿Violentas nosotras? ¡No, por favor! Por el amor de
Dios todopoderoso, ¿por qué me dice eso? Nosotras, hermanitas de esta orden
religiosa, solo nos dedicamos a formar jovencitas en nuestra escuela, y a
servir a nuestro Señor con toda la humildad que una de sus siervas pueda hacer.
Por tanto, no estamos en absoluto de acuerdo con que se nos tache de violentas.
Eso es, a todas luces, una injusticia. Me atrevo a decir que constituye una blasfemia,
inaceptable. Algo casi demoníaco.
Usted sabe que las jovencitas, en su edad de púberes o
de adolescentes, son terribles. El demonio siempre acecha, y en este momento de
sus vidas es cuando más las puede tentar. Con las hormonas revoloteando en su
máxima expresión, es muy posible que estén muy cerca del pecado. Por eso hay
que saber actuar con mano dura, para evitar que la lascivia indecente las
subyugue.
No debe confundirse violencia con rigor. A estas
muchachitas hay que saber conducirlas; hacerlas levantar a las 5 de la mañana
para que se bañen con agua fría está científicamente comprobado que es muy
bueno, pues templa el espíritu. Necesitan orden, estructura, que se les marque
el camino recto para que sean mujeres de bien el día de mañana.
Hacer que estén ocupadas todo el día, que estudien, hagan
su aseo personal y el de la institución, asistan a misa, recen y pidan de
corazón que la bondad infinita de Dios nos perdone por nuestros asquerosos
pecados, aprender las labores que una buena mujer va a requerir en su vida
adulta para ser una hacendosa madre, una fiel y sumisa esposa y no se desvíe un
milímetro de ese camino de perfección, todo eso es nuestra misión como
religiosas.
Ser una buena persona, servidora de Cristo, ciudadana
ejemplar; en otros términos: ser virtuosa, no es algo que se consigue así por
así, de la noche a la mañana. Requiere un gran esfuerzo, dejar de lado los
instintos carnales que tanto daño nos hacen y someterse al poder omnímodo de
Dios con toda la humildad del caso, como inmundos y despreciables gusanos que
somos, sin arrogancias ni petulancias.
Incidir en todo ello, poniendo la cuota de rigor
necesaria para que eso se cumpla, de ninguna manera es violencia. No digo que
alguna vez, cuando una muchacha seducida por el diablo cae en tentaciones, en
vicios, en conductas inapropiadas, no usemos un poquito el castigo corporal.
Pero eso es necesario. En definitiva, es útil para la oveja descarriada. Yo no
me considero violenta porque ayude a una jovencita a que no peque, si para eso
debo darle un par de cachetadas. Violencia sería dejarle pasar esas conductas
inapropiadas, indeseables, contraria a los sublimes designios de nuestro padre
celestial, que es puro amor.
Insisto con la idea: no confundamos violencia con
orden estricto y rigor.
IV
Decir que hay seres humanos mejores que otros no es
violento. ¡Por favor! ¿De dónde viene esa acusación? Después de años de estudio
del tema, habiendo observado muy detenidamente todas las razas humanas, puedo
concluir que sí, efectivamente, hay diferencias. No quiero ser arrogante, y
estoy totalmente en desacuerdo con aquellos que piensan que lo que digo es
racista, y por tanto violento, pero solo me atengo a los hechos demostrables, a
lo que la observación serena y meticulosa nos puede ofrecer: los blancos somos
superiores.
Decir verdades puede doler. ¿Acaso eso es violento?
¿Fue violento Cristóbal Colón cuando dijo que la Tierra era redonda
contrariando la opinión reinante? ¿Fue violento Copérnico cuando dijo que nuestro
planeta gira alrededor del sol desarticulando la teoría geocéntrica? Violentos
son quienes se oponen a las verdades nuevas, las que duelen, porque rompen
esquemas. Y me reafirmo en esto, como dijo Aristóteles hace ya más de dos
milenios: “Soy amigo de Platón, pero más aún, lo soy de la verdad”. Es
decir: la verdad a veces puede ser inoportuna, meter el dedo en la llaga,
hacernos padecer, porque rompe un paradigma ya preconcebido, un modelo con el
que nos sentíamos seguros. Pero la verdad es la verdad, y aunque no nos guste,
ahí está. ¡No es violenta!
Es innegable que hoy, en todo el mundo, ha tomado la
delantera la raza blanca. Eso es indiscutible. ¿Decir eso es violento acaso?
Desde la llegada de los españoles al Nuevo Mundo, los blancos europeos comenzaron
a expandirse por todo el orbe. Varias cosas facilitaron eso, lo cual demuestra
su superioridad sobre otros pueblos, sobre otras razas. En aquel momento los
blancos -los “carapálidas”, como les decían los indígenas de América del Norte-
tenían navegación a vela en grandes embarcaciones, lo que les permitía cruzar
todo un océano, tenían instrumentos de navegación muy precisos, como la
brújula, el astrolabio, el sextante; poseían armas de fuego, mejores tácticas
militares que ninguno, una cartografía avanzada. En el siglo XV, cuando se
lanzan a conquistar el mundo, ya imprimían libros con la imprenta de Gutenberg.
Ninguna otra raza había logrado esos avances. Esa superioridad les permitió
vencer a los pueblos de África, de América, de Asia, de Oceanía.
¿Por qué decir que hay superioridad es un acto de
violencia? No, no es así. Es solo un reconocimiento de cómo son las cosas. ¿Por
qué hoy día dominan los blancos y no los negros, ni los indígenas? La respuesta
es bastante obvia, ¿no? Porque son superiores.
Por supuesto que yo no
estoy de acuerdo con la violencia física, con matar a alguien, con hacerle
padecer sufrimientos. Eso sí, definitivamente, es violento. Y no lo comparto,
de ningún modo. Pero ¿por qué sería violento decir que hay un grupo humano
superior, más inteligente y que, por tanto, tiene el derecho de imponerse sobre
otros? Mientras los africanos o los aborígenes australianos, y también los
indígenas americanos, en sus músicas no pasaban de la percusión y de
rudimentarios cordófonos o aerófonos muy precarios, en Europa ya existía la
polifonía, o complejos instrumentos, como el órgano de tubos, con desarrollados
lenguajes musicales escritos. ¿Quién inventó el pentagrama y las notas
musicales que hoy se utilizan en todo el mundo? Los blancos, mi amigo. ¿O no es
así? Decir que había una gran, enorme diferencia entre unos y otros, ¿es
violento?
Sí, yo soy blanco,
rubio y de ojos celestes, y tengo muchos estudios académicos. ¿Me tendría que
sentir culpable por eso? Salvo algunos inventos de la antigüedad, importantes
sin dudas, la mayor cantidad de invenciones que hoy usamos y nos hacen la vida
más fácil, más amena incluso, son creaciones de la raza blanca. ¿Quién inventó
el ferrocarril, la máquina de vapor, el telégrafo, los altos hornos para
producir acero, el teléfono, el automóvil, el avión, la electricidad, las
vacunas, la computadora, el internet, los robots, los viajes espaciales, la
inteligencia artificial? Creo que es demoledoramente evidente que la raza
blanca es superior, ¿no le parece?
No voy a justificar la
esclavitud de unos, los inferiores, por otros, los superiores. Pero sería tonto
negar que hay razas superiores. ¿Eso es violencia?
V
Yo no soy violento, pero me obligaron a serlo. Mi
padrastro era alcohólico y le daba unas palizas bárbaras a mi viejita. Me crié
con seis hermanos más. Yo, según me cuenta mi madre, soy de otro padre. En
realidad, según lo que ella me dijo, soy producto de una violación. Por eso
ella me quiso abortar, pero el cura le dijo que eso era pecado. Y nací. Pero
ahora piden pena de muerte para mí. Uy, ¡qué difícil de entender! No
permitieron que mi viejita no me tuviera, pero ahora de grande, como dicen que
soy un problema social, piden que me maten. ¡Qué lío! No lo entiendo, doctor.
A mi verdadero viejo nunca lo conocí. De mis medio
hermanos, dos eran pandilleros, otros se fueron de mojados a Estados Unidos y
allá venden drogas, y la hembra menor, la Yuleisy, era puta. A ella la mataron
el año pasado. En mi barrio solo había ladrones y drogadictos. Ah, y putas,
como mi hermanita. Me acuerdo que la casita donde vivíamos era de lámina de
zinc, en un barranco, muy peligroso. Había una letrina asquerosa. A mí me daba
asco ir ahí, pero… ni modo. Yo empecé con la marihuana a los doce años; después
le entré al crack. Recuerdo que el barrio nunca había agua. Me bañaba una vez
por semana… con suerte. Me decían “El Oloroso” de sobrenombre. Mi primer robo fue
a los trece. De ahí ya no paré. ¿Por qué lo maté a ese imbécil? Mire, doctor:
yo a los veinte, después de haber estado varias veces en el reformatorio y
después, ya de adulto, en la cárcel, traté de regenerarme. Fui a un centro de
rehabilitación para drogadictos. Ya tenía como seis meses de no consumir, sin robar
y portándome bien. Empecé a pedir en los semáforos y hacer de payasito,
haciendo algunas pruebas sencillitas. Hacía malabares para ofrecer un show, y
después esperar un centavito de propina.
Recuerdo que estos tipos bien elegantones, que iban en
un BMW, me dijeron: “payaso de mierda, andá a trabajar en vez de estar
pidiendo, parásito asqueroso, caco hijo de la gran puta”. Me encendió la
sangre, y los insulté. Uno de ellos, el que manejaba, se bajó. No pude
aguantar. Nosotros, los que nos criamos en la calle, sabemos pelear y nos
conocemos bien todas las mañas. Le di y le di hasta que me lo troné. Los otros
dos que andaban con él se asustaron, agarraron el vehículo y salieron huyendo.
¿Me entiende por qué le quebré el culo, doctor? La psiquiatra que me atendió en
la cárcel me dijo que soy un resentido por ser producto de una violación. ¿Será
así, doctor? Otro muchacho, un psicólogo creo que era, me dijo que yo no soy
violento porque sí, sino que soy producto de otras violencias. No entendí bien
qué me quiso decir. ¿Soy o no soy violento, doctor?
VI
Pedir que le den pena de muerte a ese asesino
repugnante no es violento. ¿Cómo me van a decir eso? Solo esa gentuza que habla
de derechos humanos y todas esas bobadas comunistas puede defender a estos
malvivientes, a estos delincuentes desalmados, bazofias sociales, marginales
repugnantes. ¿Cómo no los vamos a tener que matar, si son un peligro para la
sociedad? Mire lo que le hicieron a mi pobre hijito. Ese sanguinario pandillero
asesino lo mató a puñetazos y patadas a plena luz del día.
¡Mi pobre hijito! Él era incapaz de matar una mosca.
Lo habíamos criado como un rey entre algodones. Era hijo único, y representaba
todo para nosotros. Lo educamos en los mejores colegios, nunca le faltó nada,
le dimos una formación católica formidable. Era un muchachito excelente; jamás
decía una mala palabra, jamás se metía con nadie. Era un ejemplo de buena
conducta, por eso el papá decidió regalarle ese BMW…, pero tuvo que venir este
monstruo asqueroso a arruinarnos la vida. ¿Acaso pedir pena de muerte contra
este asesino es violento?
Nosotros, el padre y yo, somos buena gente. Tenemos
mucho dinero, sí, es cierto. Pero lo hicimos trabajando. ¿Usted cree que es
fácil manejar una gran hacienda como la nuestra? ¿Usted piensa que atender varios
miles de cabezas de ganado, muchas hectáreas de cultivo, y lidiar con más de
cien mozos que trabajan allí, es fácil? ¡Esos son violentos, y no nosotros!
Siempre protestando, pidiendo mejoras de sueldo, esas estupideces que les meten
los comunistas… ¡Esos sí son violentos! Cada vez que mi esposo va en el
helicóptero para la hacienda, tiembla de ver qué nuevo problema va a
encontrarse. Y Carlos Eugenio, que se estaba preparando para hacerse cargo del
manejo de ese campo -no le gustaba ser de la junta directiva de nuestro banco- también
veía la dificultad de entenderse con toda esa chusma. ¡Esos sí que son
violentos, borrachos, llenos de hijos que después no pueden mantener,
pendencieros, aprovechados, siempre limosneando!
No me vengan a decir que nosotros éramos los
violentos; y mucho menos mi Carlitos Eugenio, tan vilmente asesinado. Esos
pandilleros haraganes y drogadictos son los que causan los problemas. Yo no sé
por qué el gobierno no hace nada con toda esa caterva de gente, acostumbrada a
la vagancia y a los vicios, que no aporta nada para el país. Yo no estoy de
acuerdo con eso que llaman limpieza social, pero mire, entre nosotros: ¿para
qué sirven todos esos holgazanes asesinos?
Pedir orden y respeto en un país no es ser violento,
para nada. Violentos son esos pandilleros que andan por ahí haciendo sus fechorías,
protegidos por esos ladrones de los derechos humanos, que son más delincuentes
que los delincuentes a quienes defienden. Como dicen siempre mi esposo y su
hermano, el que es general del ejército: la única manera de terminar con ese
cáncer de los pandilleros, vagos y drogadictos es esterilizando a todas esas
mujercitas de los barrios pobres que lo único que saben hacer es embarazarse, y
después ir a pedir ayuda al gobierno o a los derechos humanos. Solo así se
puede terminar con la violencia. Mientras haya ladrones y todo eso, seguiremos
con la espiral de la violencia.
VII
¿Que yo soy violento? ¡Por favor! No me haga reír.
Usted no sabe lo que es la violencia. Si no hubiera sido por nosotros, los
militares, que somos quienes hemos ganado esta guerra, el país sería un
infierno comunista y usted no me podría estar preguntando todas estas cosas.
Es cierto, hubo guerra. Y en la guerra, mi amigo, hay
que vencer o morir. Nosotros nos enfrentamos a un enemigo despiadado. Como se
suele decir: en la guerra y en el amor vale todo. Pues bien, es así. En la
guerra se va a vencer. Hay que ir convencido que ya las palabras no alcanzaron
para dirimir los conflictos, entonces, mal que nos pese, las cosas se resuelven
con la fuerza.
Los militares estamos preparados para el combate; ese
es el oficio de guerrero. Pero no somos violentos porque sí, porque nos gusta
andar matando gente, porque somos unos asesinos sedientos de sangre, unos
enfermos psicópatas. Nos hemos preparado para empuñar las armas, en el
entendido, como decía aquel prusiano, von Clausewitz, que “la guerra
es la continuación de la política por otros medios”. Es
decir: lo que no se puede resolver en una mesa de negociaciones,
lamentablemente hay que resolverlo a los tiros. Y en la guerra no se disparan
flores: se disparan balas, bombas, armas cada vez más potentes. Las flores no
matan; los tiros sí. Pero eso sucede porque hay una racionalidad ahí atrás.
No
me asusta que digan, equivocadamente sin dudas, que los militares somos
violentos… ¡porque no lo somos! Somos militares, profesionales de la guerra, la
cual es todo un arte. “El arte de la guerra”, escribió Sun Tzu hace miles de
años. Efectivamente: es un arte. Por supuesto, se usa la violencia, pero
racionalmente, con un objetivo concreto, sabiendo qué hacer, cómo neutralizar a
un enemigo que nos quiere atacar.
¿Usted
sabe lo que es el comunismo? Es la peor basura que se ha inventado en la
historia, porque aplasta a los seres humanos, no nos deja ser nosotros mismos,
nos esclaviza. Por eso hubo que pelear contra ese cáncer que había aparecido en
el país años atrás, y ya se estaba haciendo metástasis. Fue una guerra, y
punto. En la guerra no hay amigos: ¡hay enemigos! Y hay que vencerlo. Si no,
ese enemigo implacable nos vence a nosotros.
¿Que
hubo excesos? Puede ser. En la guerra, le repito, no nos tiramos flores ni
piropos. Nos tiramos proyectiles para dañar al otro, para derrotarlo, para
mostrarle que somos más fuertes que él y que no nos va a doblegar. Y esta
guerra, que sin dudas fue cruel, sangrienta, tremenda -bueno …, como todas las
guerras- la ganamos nosotros, nuestras gloriosas fuerzas armadas. La ganamos, y
libramos a la patria de ese tumor putrefacto. Si no, le repito, hoy estaríamos
viviendo en un campo de concentración con un sucio trapo rojo como insignia,
obligándonos a ser ateos, sin vida espiritual, todos robotizados.
La
violencia no es defenderse del ataque. Los que atacan son los violentos. Y el
comunismo internacional nos atacó. Yo, como obediente y disciplinado militar
que defiende a su bandera, respondí tal como debía hacerlo. Eso no es
violencia: es amor a mi pueblo, a mi patria, a mis valores. Yo no soy violento,
de ningún modo.


