Cada día tres mil personas en el mundo contraen el VIH/SIDA; personas
que, inexorablemente, caminarán hacia una muerte anticipada. Estamos, sin lugar
a duda, ante un problema sanitario de enorme envergadura, una pandemia extendida
que aparece como una importantísima causa de mortalidad de la población
planetaria, y que tiende a aumentar.
Tangencialmente podríamos decir que su origen -reciente, por cierto-
queda aún en la nebulosa; se barajan varias hipótesis, llegándose a pensar que
podría ser producto de un experimento con armas bacteriológicas salido de
control, o también, lisa y llanamente, de una estrategia de control
político-militar en sí misma, implementada por los centros de poder mundial y
destinada a eliminar "población sobrante". Más allá de su
génesis real, lo que queda claro es que, efectivamente, -vaya casualidad- donde
mayores estragos produce es en las poblaciones más golpeadas, marginalizadas y
que "sobran" para la lógica del mercado global (los pobres del
continente africano, por ejemplo).
Tanto la tecnología sanitaria como la planificación socioepidemiológica
ya han aportado importantes avances en el ámbito del VIH/SIDA: si bien no
existe aún una cura radical, se sabe bastante de su etiopatogenia, de su evolución
clínica, de sus tratamientos paliativos, de su prevención. Como en todo atinado
y responsable abordaje sanitario, lo más importante es precisamente esto
último: la prevención. Hoy por hoy, la más efectiva que se conoce al respecto
es la utilización de preservativos, que impidiendo el paso del virus, evita el
contagio entre una persona infectada y una sana. Una política pública de salud
responsable debe, como mínimo, promover su uso adecuado y racional.
En cualquier relación humana en que una de las partes hace las veces de
protectora/orientadora/curadora de la otra (padre respecto al hijo, maestro
respecto al alumno, médico respecto al paciente, etc.) existe el compromiso
-dictado no sólo por las normas éticas de convivencia sino también por la jurisprudencia
representada por el Estado- por el que el polo "protector"
debe velar por el "protegido". La tradición y las leyes lo
establecen.
En esta lógica se inscribe igualmente la relación entre pastor de almas
y feligrés, entre sacerdote y creyente. Pero lo curioso (¿alarmante?) es que,
en lo tocante a la prevención del contagio del VIH y la posibilidad de
desarrollar un SIDA, la relación establecida entre iglesia católica y devoto
que busca orientación en ella, nos enfrenta a una situación que, en vez de sano
y prudente consejo, es de invitación a la muerte.
En la doctrina jurídica se habla de "homicidio culposo o
imprudente": es la muerte no premeditada de una persona que se
verifica como consecuencia de una conducta negligente, imprudente o inexperta,
o bien por inobservancia de las leyes, reglamentos, órdenes o disposiciones. Se
comete cuando no se previene una muerte previsible, violando así un deber de
cuidado. Dicho en otros términos: cuando no se actúa atinada y responsablemente
descuidando las propias obligaciones.
El Vaticano, por razones de conservadurismo retrógrado, por
anquilosamiento en su modo de pensar, por un enorme desfase histórico, continúa
viendo la sexualidad como algo "pecaminoso", ligada sólo al
orden de la reproducción biológica. Por tanto, no está en condiciones de
entender -mucho menos de actuar- con tino y responsabilidad en este ámbito. Su
posición enfermizamente reaccionaria al respecto no le permite estar a la
altura de las circunstancias en un tema tan delicado y con aristas tan
complejas como el de la pandemia de VIH/SIDA; de ahí que su machacona
insistencia con respecto al no uso de ningún método de prevención sexual lo
coloca, quiera que no, en la perspectiva de homicidio culposo.
Dada su capacidad de convocatoria, de convencimiento sobre amplias
poblaciones, de penetración cultural; es decir: teniendo en sus manos la enorme
capacidad de actuar con buen tino y responsabilidad atendiendo a su deber de
ser una guía para sus seguidores, la iglesia católica termina condenando al
contagio del VIH -a la muerte en definitiva- con su postura ultra conservadora
en vez de obrar como agente preventivo.
Si dios es puro amor, ¿por qué sus representantes en este sufrido
planeta condenan a la muerte con una conducta negligente, imprudente,
inexperta, cuando el saber científico en el campo del salubrismo -que se ha
mostrado eficaz- recomienda a los cuatro vientos el uso del preservativo como
medida de control de la epidemia? ¿Se podría entonces promover un juicio contra
el Vaticano por homicidio culposo?
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