sábado, 30 de junio de 2018

¿SABÍA USTED POR QUÉ MEGHAN MARKLE LLEVA ZAPATOS TAN GRANDES?



Bueno…, el destino de la Humanidad puede estar en juego con esto. Si no lo sabe, ¡¡no sea tan irresponsable e infórmese!!



AHORA BIEN: ME PREGUNTO, ¿NOS MERECEMOS SER TRATADOS DE TAN ESTÚPIDOS?
¿POR QUÉ NO SE METEN ESTAS GROSERAS MANIPULACIONES DISFRAZADAS DE NOTICIAS ... EN EL BOLSILLO?




viernes, 29 de junio de 2018

RELATO AUTOBIOGRÁFICO (M.C.)




¡¡Absolutamente verídico!! El único cambio es el nombre y la fecha del concierto.


Cuando Efraín tenía 7 años, sus padres se separaron. La madre, eterna ama de casa, a duras penas pudo arreglárselas para mantener a sus tres hijos. Él, el menor, fue el más sufrido. Su padre biológico, albañil de profesión, escasamente pasaba la cuota alimentaria.

Ya desde muy niño silbaba todo el tiempo; llamaba la atención su facilidad para repetir cualquier melodía. En el barrio era conocido por esa habilidad, y más de alguno le había ofrecido una moneda por escucharlo silbar.

Irma, su madre, luego de un tiempo volvió a formar pareja. No era lo que ella, ni Efraín, hubieran deseado. Pero al menos ayudaba a solventar en parte la situación económica, cada vez más dura. Pedro, el padrastro, era un desocupado crónico que se las arreglaba reciclando basura. Sus años de músico aficionado habían quedado atrás. Ahora, lo único que mantenía de aquella época era un desvencijado acordeón, que alguna que otra vez hacía sonar.

La pobreza arreciaba. Por tanto, toda la familia –Pedro aportó un hijo más al grupo, producto de su anterior matrimonio, y con Irma tuvieron dos descendientes más– debió instalarse en una villa miseria, una más de las tantas que la debacle económica del país había hecho surgir en esos años. El padrastro de Efraín, para contentarse un poco ante tanto drama, tocaba su acordeón varias noches por semana. De esa forma, simplemente mirando y escuchando, el niño fue aprendiendo el arte de ese instrumento.

En realidad, aprendió solo. Pedro nunca le explicó nada, y conforme avanzaba el tiempo y su alcoholismo, su relación con Efraín fue deteriorándose. Tanto y a tal punto que a los 14 años el jovencito prefirió buscar su vida en las calles de Buenos Aires.

Autodidacta, con una perfección técnica que llamaba la atención, se ganaba la vida tocando la flauta dulce en cualquier estación de subte. Al poco tiempo, sin que quedara claro cómo lo había conseguido, emulando a su padrastro ejecutaba el acordeón con una calidad que impresionaba.

En un principio fueron cumbias villeras. Luego, el repertorio fue ampliándose. Tangos, valses, algún rock o melodías de moda, sin saber una sola nota de música, Efraín ejecutaba a la perfección –en la flauta o en el acordeón– un programa cada vez más amplio. Llamaba poderosamente la atención cómo lograba escuchar una pieza y repetirla íntegra, de memoria (como dicen que hacía Mozart). Quién sabe dónde la escuchó y cómo hizo para aprenderla, lo cierto es que alguna vez comenzó a tocar las Czardas de Monti, de una complejidad técnica endiablada. La ejecución fue perfecta.

Fue ese día –un jueves de mucho frío– que el director de la Sinfónica municipal pasaba por allí y tuvo la ocasión de escucharlo.

Inmediatamente quedó fascinado. Eso no era común, no era normal: un jovencito de 15 años, sucio y desalineado, ¿cómo lograba tocar con esa maestría, sin un solo error, obras de tamaña dificultad? Cuando escuchó la ejecución de La Campanella, de Paganini –en una interpretación igualmente perfecta– no lo dudó un instante y acometió a Efraín.

“Pibe, ante todo ¡felicitaciones! No lo puedo creer, che… ¿Cómo hiciste para aprender a tocar así?”

No sé… Me sale, así de simple. En la lleca aprendí.

Pero, ¿sabés música?

¡Ni una nota!

¿Y cómo hacés? ¿Tocás de oído?

Sí. Escucho algo y después lo repito. Y en general me sale bien.

Debés tener oído absoluto.

¿Y eso qué mierda es?

Bueno…, los grandes músicos lo tienen. Escuchan algo y saben exactamente qué es eso, cómo está compuesto, lo pueden repetir a la perfección. Con los ojos cerrados, sin ver el instrumento, saben qué nota es cada una.

Repentinamente el director cambió de tema. Con dulzura le planteó:

¿Y no te gustaría estudiar música?

Una sonrisa iluminó la cara de Efraín. Él sabía que le faltaba preparación; podía inventar melodías –de hecho, ya lo había hecho varias veces– pero no sabía cómo escribirlas. Aceptó de inmediato.

Te podríamos conseguir una beca. Dejame ver qué podemos hacer.

Al poco tiempo el joven era un muy destacado alumno del Conservatorio Municipal. Pasar del teclado del acordeón al del piano no le había costado nada, y si bien su edad no era la mejor para iniciarse en un instrumento musical, el grado de virtuosismo que mostraba era impresionante. Igualmente incursionó en el violín, y también allí mostró grandes dotes interpretativas. Ya con profundo conocimiento de armonía y composición –logrado en un tiempo meteórico– había escrito varias obras que combinaban la cumbia villera y el chamamé con reminiscencias del clasicismo europeo dieciochesco.

Me gustaría dirigir una orquesta sinfónica, se dijo alguna vez. ¡Eso sí que me gustaría!

Pero antes que pudiera tomar clases de dirección orquestal surgió la oportunidad de viajar a Barcelona con una beca para profundizar sus estudios de composición. El afamado maestro Jon Nicolau sería su guía.

No sin dificultades pudo arreglarse su situación administrativa. Por ser menor, había más de alguna complicación. Con su madre ya casi no mantenía contacto, y de su padre había perdido toda relación. Alguien le había dicho que había muerto, cosa que no lo inquietó mayormente. Lo cierto es que, finalmente, pudo embarcarse hacia Barcelona.

La beca obtenida le cubría su estancia y estudios con el profesor por espacio de tres meses. Eran diez alumnos de distintas partes del mundo. Los idiomas en que se impartirían las clases eran inglés y español. Efraín se sentía seguro… ¡y muy alegre! La arritmia que le habían encontrado en los exámenes previos a la partida –era un requisito de la beca estar en aceptables condiciones físicas para viajar– no le molestaba para nada. En realidad, nunca había tenido ninguna dificultad con el corazón. El diagnóstico que le habían dado, Efraín lo sentía como ajeno. No entendía que era eso de “arritmia”; nunca había sentido síntomas. Era una palabra más de esas incomprensibles, como aquella de “oído absoluto”.

A la semana de estar pisando suelo barcelonés, junto con algunos de los otros becarios paseaba por la Plaza Sabadell. Era un sábado por la tarde. De pronto, como por arte de magia, de entre la gente que caminaba por el lugar, fueron saliendo uno a uno los músicos, cada uno con su instrumento en la mano. Hasta timbales aparecieron. En un momento estaba armada la orquesta sinfónica, y el Himno a la Alegría comenzó a sonar. Era una función sorpresa de la Orquesta Municipal y el Coro de Bellas Artes, una presentación al aire libre esa tarde de sábado.

Los ocasionales paseantes comenzaron a acercarse; en un instante la orquesta estuvo rodeada por cientos de personas. Lo curioso es que sonaba sin que nadie la dirigiera. De pronto, Efraín tuvo la idea.

Corrió desde donde estaba y se colocó frente a la masa orquestal. Sin batuta, como los más grandes directores, solo con el movimiento de manos, comenzó a dirigir. La diferencia en la ejecución, sin director y ahora con director, fue notoria. El exacto sentido rítmico, la pasión expresiva, lo acompasado de la orquesta que lograba con su maestría se evidenció de inmediato. Parecía que conociera la partitura de memoria. Seguramente van Beethoven hubiera estado muy feliz escuchando esta versión.

¡Puta madre! Ni von Karajan lograba esto, dijo alguien del público, emocionado ante el virtuosismo.

El tutti orquestal final, con el cuarteto de solistas y coro a pleno, fue apoteósico, monumental. No caben dudas que el estilo de conducción de los directores decide la forma en que suena una orquesta. Lo que pudo escucharse con esta presentación de Efraín lo ratificaba.

Los aplausos de los asistentes, cada vez más fervorosos, no se detenían. Los bis se pedían a gritos. Fue ahí que Efraín, de la emoción, cayó muerto de un paro cardíaco.

jueves, 28 de junio de 2018

EL NEOLIBERALISMO EN ARGENTINA





En estos últimos años Argentina tuvo indicadores trágicos: uno de los primeros lugares, a nivel mundial, en suicidios y en disfunción eréctil. Definitivamente, todo se vino abajo. ¿Cómo entenderlo?




miércoles, 27 de junio de 2018

EL ABORTO ES UN CRIMEN…. suele decirse



¿No lo es también el hambre, sin dudas en infinitamente mayor medida?

¿Por qué legalizar el aborto? Porque se diga lo que se diga, se van a seguir haciendo (en Guatemala: 100 por día). Legalizándolos, se evitaría una inmensa cantidad de problemas derivados de malas prácticas hechas en clandestinidad (mortandad materna, esterilidad como consecuencia de la falta de condiciones adecuadas, etc.).

¡¡ES UN TEMA DE SALUD PÚBLICA!! ¡¡¡DEJEMOS LA ENFERMIZA HIPOCRESÍA DE UNA BUENA VEZ!!!

¡¡¡VIVAMOS EN EL SIGLO XXI Y NO EL MEDIOEVO!!!



lunes, 25 de junio de 2018

EL FÚTBOL COMO DISTRACTOR




¿Por qué alguien puede reaccionar así por el fútbol (primer video), y quizá votar a favor de Mauricio Macri, su verdadero verdugo?

¿Acaso es cierto (segundo video, el de Coca-Cola) que la pasión futbolera termina con las diferencias? ¿Une clases sociales quizá? ¿Borra contradicciones?

http://firmas.prensa-latina.cu/index.php?opcion=ver-article&cat=C&articleID=2490&SEO=colussi-marcelo-el-futbol-como-negocio-y-cortina-de-humo






domingo, 24 de junio de 2018

¡VIVA LA GUERRA!





“Estamos muy entusiasmados por la manera como hemos remodelado nuestro catálogo de productos y de competencias. Financieramente, hemos superado todas nuestras previsiones para el 2015 y obtenido niveles récords de pedidos y de ventas internacionales. (…) La inestabilidad imprevisible se ha transformado en una nueva norma en lo que se refiere a las amenazas alrededor del planeta, una tendencia que va a persistir en el futuro previsible. El extremismo violento continúa extendiéndose. El ascenso sin precedentes del Estado Islámico, de Boko Haram y de otros grupos militantes no parece menguar. Los ataques terroristas continúan produciéndose con una frecuencia alarmante en Europa, en Asia y en África” [y eso hace que podamos vender y vender armas].

Discurso de Marillyn Hewson, directora ejecutiva de Lockheed Martin, una de las principales empresas estadounidenses fabricantes de armamentos.



viernes, 22 de junio de 2018

MUJERES





Trataban de no mirarse a la cara porque las dos se sabían impresentables. Doña Sofía, la señora de la casa, tenía los ojos inflamados de tanto llorar. Ramona, la empleada, quería ocultar su ojo morado. Ambas intentaban esconder lo que era evidente: sufrían mucho.

La patrona había pasado ya los cuarenta; proveniente de una aristocrática familia de Santafé de Bogotá y casada con alguien de otro no menos encumbrado linaje, toda su vida había sido un derroche de lujos y comodidades. Ahora, habiéndose enterado de la relación extramatrimonial de su esposo, buscaba entre sus innumerables amistades y sus continuas actividades sociales, en general frívolas, olvidar un poco la pena que la carcomía.

Ramona, originaria del Putumayo, hacía más de diez años que trabajaba en esa casona. Había llegado a la capital cuando adolescente, y ahora con dos hijos –de su anterior pareja– y uno más que venía en camino, se arrepentía de haber iniciado esta nueva relación con Nicanor. Que no fuera muy cariñoso con ella, hasta podía disculpárselo. Pero la violencia física no la toleraba. Casi todas las semanas aparecía con alguna nueva evidencia de agresiones.

Ambas fingían que las cosas estaban tranquilas. Casi quince años de convivencia –una sirviendo, la otra siendo servida– les había permitido llegar a conocerse bastante. El trato siempre había sido distante; una ricachona, esposa de uno de los banqueros más importante del país, no podía dignarse tratar de igual a igual a una de sus tres sirvientas. De todos modos, para doña Sofía Ramona era la preferida de su servidumbre y, secretamente, sabía que con ella podía contar en forma casi incondicional. Sin embargo, ahora prefería no dejarse descubrir en su desgracia.

Ramona, llegada a la casa para el momento mismo del casamiento de su patrona, experimentaba por doña Sofía una combinación extraña de sentimientos. No la estimaba, pero la fuerza de la costumbre había ido desarrollándole una rutina en donde no se le ocurría su vida sin estar atendiéndola. Fundamentalmente, muy en secreto, la envidiaba. Aunque no le quedaban muchas alternativas, no se resignaba a aceptar que una tuviera tanto y tanta felicidad, mientras que la otra debía conformarse siempre con migajas.

Doña Sofía le vio el moretón en su ojo izquierdo y no necesitó preguntar nada, adivinando lo que había sucedido. Otra agresión más de su acompañante, supuso acertando. Ramona se dio cuenta que le había descubierto la evidencia del golpe, y simplemente trató de desviar la mirada.

Pero a la inversa no fue lo mismo: era raro que Ramona viera a doña Sofía acongojada, sufriendo. La idea que tenía de su señora era otra: alguien siempre jovial, dinámica, sin problemas, a quien la vida le sonreía en todo. Inmensamente rica, muy atractiva aún pese a sus cuatro décadas, todo el tiempo bien arreglada, madre de dos hijos encantadores, paseando continuamente y comprando lo que se le venía en ganas, para Ramona era impensable que alguien así pudiese sufrir. Pero ese semblante de ahora era inequívoco: doña Sofía había estado llorando por mucho tiempo. No dijo nada –las normas de respeto así se lo indicaron–, si bien estuvo tentada de preguntarle qué le pasaba, de tenderle una mano.

Toda la vida de doña Sofía tenía algo de cuento de hadas. Siempre cumpliéndosele hasta el más mínimo capricho, con todos los lujos que deseaba, habiendo viajado alrededor de medio mundo, parecía que no conocía lo que era el sufrimiento. Su matrimonio había funcionado perfectamente hasta unos meses atrás. Cuando descubrió que algo había cambiado, quiso evitar pensar en el asunto. El gimnasio, las reuniones con amigas y los desfiles de moda, en principio, bastaban para mantenerla distraída. Pero la situación fue tornándosele cada vez más molesta, y aunque ella misma no podía creer que eso fuera posible, la confirmación de la agencia de detectives que contrató terminó por convencerla: su esposo estaba saliendo regularmente con otra mujer.

No era la primera vez que sabía de alguna aventura extramatrimonial de él; en todos los años de matrimonio, en dos ocasiones habían tenido crisis por ese motivo. Pero en ambos casos se trató de salidas ocasionales sin consecuencias ulteriores. Siendo doña Sofía muy desconfiada, a partir de pequeños indicios había podido intuir las libertades tomadas por Leonardo. En ambos casos, luego de pequeños cortocircuitos pasajeros, las cosas habían vuelto a la normalidad conyugal. La segunda de las oportunidades, la crisis fue el preámbulo de un viaje al Lejano Oriente en calidad de reconciliación que el esposo pagó con gusto: dos meses por China, Nepal, Tailandia, Japón y la India. Pero ahora la cuestión se percibía más grave; no era una noche en que no regresó al hogar con alguna excusa. No; ahora había otros matices más preocupantes. "La crisis de los cuarenta", hipotetizó doña Sofía. Efectivamente, algo de eso había. Leonardo, con cuarenta y cuatro años y una más que holgada posición económica, no tenía nada de qué quejarse respecto a su esposa. Pero la rutina había comenzado a invadir sus vidas como pareja, y él empezó a permitirse algunas salidas extramatrimoniales. No muchas, pero sí las suficientes como para convencerlo que todo eso no era, en realidad, tan pecaminoso como le habían enseñado. Franqueada esa barrera, los viajes inesperados por un par de días comenzaron a hacerse más frecuentes. Doña Sofía lo intuyó rápidamente. Circunstancias fortuitas –comentarios de unas amigas que lo vieron con otra mujer en situación comprometedora en algún aeropuerto fuera del país– la terminaron de convencer que había algo más que alguna escapadita. Llegó a saber, entonces, que se trataba de una relación bastante sólida con la sub-gerente de una empresa multinacional radicada en Colombia. Economista de profesión, treinta y tres años, estadounidense de origen, Leonardo había empezado a perder la cabeza por esta mujer. Las desavenencias en su casa no se hicieron esperar.

Doña Sofía no sabía qué quería: si retenerlo o separarse. Si fuese la primera opción, no encontraba la manera de lograrlo. La separación, pese a lo angustiante de la situación que estaba viviendo, tampoco la convencía. Formada como buena católica, prefería aguantar resignada a un divorcio, siempre escandaloso para su gusto. Le preocupaba mucho la cuestión de la imagen social.

Ramona, como tantas mujeres, sufría por causa de los varones. El primer hijo lo tuvo como madre soltera. Cuando el niño tenía ya dos años, volvió a quedar embarazada del mismo hombre, siendo entonces que decidieron –luego de interminables ruegos de ella– vivir juntos. No se casaron, pero al menos el muchacho cumplía con sus obligaciones paternas. Convivieron por dos años. Luego la situación se hizo insostenible y decidieron distanciarse.

Ella vivió poco tiempo en la casa de doña Sofía; pero desde que dejó de ser personal cama-adentro, en años de trabajar ahí nunca faltó un día. Ya era una inveterada rutina viajar casi dos horas diarias para llegar a la residencia de la familia. El tiempo le fue dando cierta confianza, y a instancias de su patrona, a veces se permitía contarle algunos detalles de su vida personal. Si algo resaltaba, era el sufrimiento. Escaso ingreso, condiciones de sobrevivencia muy duras –vivía en una humilde casa en un cerro junto a su hermana, su cuñado y tres sobrinos, más sus hijos– y la violencia era cosa cotidiana. Andando el tiempo conoció a Nicanor, un albañil bastante mayor que ella, separado. Más por error que por decisión propia, volvió a quedar embarazada. Nicanor no era mala persona, pero la violencia física le era algo normal, común. Pegarle a Ramona prácticamente no lo tomaba como una transgresión. Desde toda su vida había visto que eso era lo que hacían los varones, por lo que no le podía resultar llamativo ni improcedente alguna paliza de tanto en tanto. Cuando ella le escuchó la frase –pretendidamente simpática, elocuente por su cruda sinceridad– "a las mujeres hay que pegarles aunque sea por las dudas", se le hizo patente que se había equivocado: Nicanor no era lo que ella necesitaba.

Pero si no era la violencia de Nicanor –que en realidad no era mala persona, sentía Ramona– era la irresponsabilidad de Jacinto, el padre de sus dos hijos, o la infidelidad del señor Leonardo, como ahora veía en la familia donde servía… Los ejemplos sobraban. La conclusión casi obligada era que los hombres no tienen arreglo.

Similar conclusión también iba sacando doña Sofía: si no eran agresivos como "el bruto de ese albañil que le vive pegando a la muchacha" eran infieles, como el caso de su esposo. "Todos, en definitiva, son iguales", remataba con amargura.

Por distintos caminos, señora y empleada llegaron ese jueves por la tarde al mismo lugar: el grupo femenino de autoayuda "Nosotras valemos".

Ramona, luego de mucho pensarlo, se decidió contactar con unas muchachas que solían visitar su comunidad y quienes le habían comentado en varias oportunidades sobre la conveniencia que las mujeres hicieran valer sus propios derechos, que las agresiones varoniles debían ser denunciadas, que había que perder el miedo de levantar la voz.

Doña Sofía, un poco asustada porque todas estas organizaciones de "mujeres, hippies y drogadictos" le evocaban un trasfondo de "guerrilleros comunistas", finalmente pudo quebrar el miedo y optó por llegar a ese grupo del que se había informado. Prefirió consultar su actual problema conyugal ahí y no con sus amigas porque le daba mucha vergüenza ventilar sus aflicciones con gente conocida. En este lugar, al menos, no la conocía nadie.

En la sesión de esa tarde participaban quince mujeres, y había tres facilitadoras: dos psicólogas y una trabajadora social. Todas las participantes llevaban problemas con una temática común: sufrían por su situación de ser mujeres, por el maltrato físico en muchos casos, por la irresponsabilidad varonil, por la discriminación a que se veían sometidas por su género. Eran todas heterosexuales.

Cuando doña Sofía y Ramona se vieron, quedaron paralizadas. Podrían haberse retirado, pero ninguna de las dos se decidió a hacerlo. En realidad podrían haberlo hecho, pero al mismo tiempo no podían. Reconocerse mutuamente las dejó mudas, heladas, pegadas a sus sillas. Aunque hubieran querido salir corriendo –y las dos lo quisieron hacer, lo pensaron incluso– las piernas no les respondían. Era una sensación confusa para ambas: creían que podrían hablar con la más absoluta libertad con gente desconocida y que al mismo tiempo las entenderían, como sucede con el confesor en la iglesia. Pero ambas se encontraron con esta sorpresa desconcertante. Con quien menos imaginaban encontrarse era, precisamente, una con la otra. Y ahí estaban, frente a frente, en el medio un grupo de otras mujeres con similares sufrimientos, separadas solo por un par de sillas.

Cuando les llegó el turno de presentarse, con disimulo se miraron una a otra. A doña Sofía se le quebró la voz y comenzó a llorar. Con la ayuda de las facilitadoras pudo balbucear algunas frases; en ningún momento miró a Ramona. Sollozando, tropezándose una palabra con la otra, pudo contar el motivo que la llevaba ahí y la angustia con que se encontraba en este momento de su vida. Supuso que si no hubiera estado presente Ramona se hubiera podido explayar con más facilidad; de todos modos no quiso hacer la más mínima alusión a la presencia de su empleada dentro del grupo.

A su turno, Ramona se mostró más armada que su patrona. No lloró sino que habló casi con odio. Ella misma se iba sorprendiendo de sus propias palabras al escucharse. Al sentir un profundo silencio en el grupo, índice del interés que las otras mujeres mostraban respecto a lo que decía, se animó a seguir hablando cada vez más. Relató con mucha fuerza expresiva todo lo que había sufrido en sus relaciones con los hombres, sus expectativas nunca cumplidas, los golpes recibidos. Sin hacer referencia a la presencia de doña Sofía, habló de su historia de sufrimiento, de cómo nada en la vida le resultaba fácil, de la difícil lucha para sobrevivir y, con un marcado resentimiento, de la envidia que sentía por la gente a la que ella veía como tan bien acomodada, supuestamente libre de problemas.

Cuando doña Sofía la escuchaba, se mordía los labios. Si bien podía entender todo lo sufrido por su empleada, la sublevaba esa forma casi desafiante con que Ramona relataba su historia, implicando implícitamente a su patrona aunque sin nombrarla nunca.

Como Ramona y doña Sofía eran nuevas en el grupo –primera vez que asistían–, luego de presentadas sus historias las facilitadoras pidieron al colectivo expresar sus opiniones sobre los relatos. Hubo diversas reacciones, pero en general el tono fue de solidaridad para las dos recién llegadas, de apoyo a sus situaciones. No faltaron recomendaciones.

Cuando fue el turno de cada una de ellas dos para opinar sobre lo relatado por la otra, ambas se sintieron incómodas. Primeramente habló doña Sofía, quien no se ahorró palabras para denostar la conducta de Nicanor, a quien trató de bruto, animal, bestia y algún otro calificativo por el estilo. Incluso dejó caer alguna velada crítica para Ramona, a quien en ningún momento dijo conocer, pero a la que amonestó por no hacer reaccionado antes dejando plantado a su agresor.

Al tomar la palabra Ramona, agradecida por las muestras de solidaridad de todas las otras mujeres pero igualmente molesta por la intervención de su patrona, tampoco dijo nada de la relación laboral establecida entre ellas dos. Se solidarizó con lo expuesto por ella en relación a la relación extramatrimonial de su esposo, pero no dejó de recalcar, no sin cierto grado de mordacidad, que cuando hay abundancia de recursos las cosas son infinitamente más fáciles de sobrellevar.

Dado que doña Sofía no había dado mayores detalles de su posición económica, para el grupo resultó un tanto incomprensible, hasta discordante inclusive, la intervención de Ramona. Si bien dijo entenderla en su desgracia, engañada, hecha a un lado, despreciada por su marido que ahora salía con otra mujer, había al mismo tiempo algo de ataque hacia la patrona, oculto quizá, pero ataque al fin. Una animosidad ancestral –en definitiva la dupla patrona-empleada permanecía– se escapaba visceralmente por todos sus poros. Y Ramona no quería disimularlo.

La reunión, aunque angustiante por todas las historias presentadas y los casos de inequidad que se ventilaron, tuvo un talante ameno. Las asistentes, en general, salieron reconfortadas, con ideas nuevas, dispuestas a hacer algo para cambiar su histórica situación de exclusión. Pero no fue totalmente así el caso de doña Sofía y de Ramona. Las dos se fueron, en parte, con ese ánimo retaliativo; "no hay que dejarse", era la consigna generalizada. Aunque al mismo tiempo el encuentro les permitió verse, una vez más, en proyectos diametralmente opuestos, que si bien tenían cosas en común –ambas, como mujeres, se encontraban en desventaja con los varones–, en todo lo demás las alejaba de modo irremediable.

Al día siguiente volvieron a verse la cara, pero ahora en otra circunstancia: era la residencia de doña Sofía. Ésta se mostraba molesta, nerviosa. Luego de mucho pensarlo y repensarlo, llamó a Ramona a un cuarto con privacidad, para que nadie las escuchara.

Fue clara y precisa en su exposición; con fuerza, casi con altanería, le dijo a Ramona haber percibido un profundo malestar en su relación para con ella en su intervención del día anterior en el grupo de mujeres.

"Como mujeres estamos mal las dos"–, comenzó diciendo con decisión, "pero me parece que aquí hay otro malestar más, Ramona. ¿No está conforme conmigo? ¿La molesta algo de mi parte?". Lo preguntó con un tono que, aunque pretendía ser dulce y quizá hasta conciliador, en el fondo dejaba ver prepotencia.

No, señora–.

¿Y por qué esos ataques ayer, diciendo todo eso que con dinero las cosas son más fáciles, que alguien con muchos recursos no sufre? ¿Usted cree, Ramona, que toda mi fortuna me puede salvar del sufrimiento de verme engañada por el hombre a quien quise tanto?

Bueno…mire doña Sofía. Ya que me lo pregunta de esa manera: sí. Yo creo que aunque la esté pasando mal ahorita, tiene muchas más posibilidades que yo de resolver su situación. Si se separara, por ejemplo, como muy probablemente pueda terminar sucediendo, no le va a ir tan mal como a mí–.

¿Por qué cree eso?

Porque es así, doña Sofía. Es cierto que como mujeres estamos mal, tal como recién lo dijo. A las dos nos joden, pero yo no puedo agarrar mi Mercedes Benz y pedirle al chofer que me lleve de compras a una boutique para desahogarme–.

¿Y cree acaso que con eso resuelvo mi angustia, mi sufrimiento?

Tal vez no, pero eso ayuda, señora. Yo no puedo hacerlo. Y después de cada paliza que me da Nicanor lo único que me queda es rezar para que eso no vuelva a suceder. Pero de salir de compras para consolarme, ¡ni soñar!

No sé por qué piensa que salir de compras me puede solucionar algo. En todo caso lo único que hace es diferir el problema, lo que, al final, es más grave. Al menos usted tiene la posibilidad de decirle a su compañero que no venga más, y asunto arreglado. ¿Pero cómo hago yo para seguir manteniendo mi familia con un esposo que me engaña y que en cualquier momento se va?

¿Y cómo hago yo para siquiera tener una familia? Mire, creo que las dos, a nuestro modo, estamos mal. Todas las mujeres sufrimos a causa de los hombres, ¡todas! Quizá las monjas sean las únicas que se salven, si es que a eso se le puede decir salvarse. Pero, tal como nos decían ayer en el grupo, no son los varones nuestros enemigos. Es el machismo lo que nos jode, el ¡machismo! Aunque con dinero en la mano, todo es más fácil doña Sofía. Y eso no me lo puede negar–.

Doña Sofía no encontró más palabras para seguir la conversación. Tenía una confusa mezcla de sentimientos: sentía ganas de llorar, de reconocer como una igual a esa otra mujer que tenía delante y que también sufría –quizá más que ella, pudo admitir en silencio, aunque sin aceptar los argumentos de Ramona–, pero también se veía ridícula por mantener una charla de igual a igual con alguien a quien, según su criterio, no podía poner como igual. Pensó en despedir a su empleada, simplemente por considerar que estaba faltándole el respeto. Y casi lo hace. Aunque al mismo tiempo reconoció que no se lo merecía, que tenía infinitamente menos recursos que ella para afrontar la vida. Pero lo que más la detuvo fue pensar que, si volvían al grupo –de hecho ella pensaba hacerlo– hubiera sido de muy mal gusto que se supiera esa otra historia. "No era correcto mostrarse tan inhumana", pensó.

Doña Sofía llegó a las sesiones siguientes; no así Ramona. Ella optó por buscar ayuda en otro sitio porque se le hacía demasiado molesto hablar de sus problemas íntimos sabiendo que en el grupo había alguien a quien sentía tan distante. Siguió trabajando en la casa, aunque siempre tratando de no vérselas cara a cara con su patrona.

Al cabo de un tiempo Leonardo planteó formalmente la separación. Doña Sofía casi muere con la noticia; hasta debió ser hospitalizada precautoriamente luego de la crisis que sufrió al recibir la propuesta de boca de su marido. Fue un pequeño episodio de desvanecimiento y parálisis facial temporal del que salió rápidamente. De buena católica no quería dejarse ver como mujer separada, y lo decía convencida. Aunque la fuerza de las circunstancias fue llevándola, muy a su disgusto, a aceptar la situación. En el juicio de divorcio, asesorada por su abogada, pidió una enorme compensación, logrando mantener la mayor parte de los bienes comunes. Los dos hijos, por supuesto, quedaron con ella.

De todo esto Ramona no supo nada sino hasta un mes después que Leonardo abandonara la casa. Su continuada ausencia fue llamando la atención del personal doméstico que, en todo caso, dedujo la separación. Por boca de doña Sofía nunca supieron nada. Ella se volvió más distante aún, y a Ramona prácticamente no volvió a dirigirle la palabra.

Ramona, asesorada por otras trabajadoras del nuevo grupo de autoayuda al que comenzó a asistir, tomó valor y le planteó a Nicanor que no quería continuar la relación, y que ella se haría cargo sola del hijo que venía en camino. Contra lo esperado, él aceptó, y esta vez no hubo paliza. Finalmente, luego de mucho pensarlo, decidió abortar.

La relación entre Ramona y doña Sofía fue haciéndose tensa. Anteriormente, de tanto en tanto la patrona solía preguntarle a su empleada sobre la marcha de su relación con Nicanor. Quizá más por formalismo que por real interés, al menos había algunas preguntas, una cierta preocupación por la suerte que corría con su pareja. Ahora, consumada la separación de Leonardo, y después de esa ríspida charla luego de la primera sesión en el grupo "Nosotras valemos", las cosas fueron cada vez más tirantes. Ramona comenzó a buscar un nuevo trabajo.

Si bien su patrona no era precisamente una confesora, antes Ramona al menos encontraba ahí un lugar donde contar sus problemas, un hombro donde reclinarse. Ahora eso era imposible. El saberse mutuamente golpeadas por la vida dada su condición femenina, en vez de unirlas, las había separado.

Ramona continuó asistiendo al grupo de mujeres, donde se sentía muy a gusto por cierto. Eso la ayudó a sobrellevar con entereza su aborto. Fue ganando en confianza y comenzó a sentir que allí, en esa organización y ayudando a otras mujeres, podía ser útil. Crecía mucho más que sirviendo a doña Sofía. Crecía personalmente, por supuesto, a la par de ayudar a crecer a otras mujeres. Sin dudas, se sentía muy a gusto en ese papel. Permitir hablar a mujeres que sufrían mucho, fomentar los relatos de todas las que asistían, siempre con problemas comunes en definitiva, ayudar a buscarle salidas a los eternos problemas de maltrato y desprecio, era algo que la hacía sentir muy bien, y que por cierto podía realizar con mucha solvencia. Para su sorpresa, las coordinadoras de la institución le ofrecieron trabajar como promotora. La habían visto realmente desenvuelta, capaz, por lo que decidieron hacerle ese ofrecimiento. Ramona no lo pensó dos veces. A la semana siguiente, y sin mayores preámbulos, dejó la residencia donde había trabajado por años y comenzó su nueva labor. Doña Sofía no hizo nada por retenerla.

Dos meses después de haber iniciado Ramona su nuevo trabajo con el grupo de mujeres, una vez más se encontraron. Doña Sofía, deprimida por la separación, no encontrando consuelo en todas las banalidades con que trataba de distraerse, asistió a esa organización que alguien le había recomendado.

Al encontrarse, la sorpresa fue enorme para ambas, pero más aún para doña Sofía. Pero seguramente la sorpresa más grande la tuvo al ver que su ex empleada la tuteó y no la trató con el ceremonial "doña".

Todas y todos somos iguales, Sofía. ¿En qué te puedo ayudar?


jueves, 21 de junio de 2018

INDUSTRIAS EXTRACTIVAS EN GUATEMALA: UN ATENTADO





Al hablar de políticas energéticas se está hablando de industrias extractivas. Es decir: aquellas actividades humanas directamente relacionadas con la obtención de recursos naturales por extracción del subsuelo que se vinculan con la generación de energía, algo sin dudas básico para la vida. Caben ahí, entonces, las industrias del petróleo, del gas, del agua (hidroeléctricas), y la minería. Podría agregarse, hoy día, la producción de biomasa destinada a la generación de carburantes o agrocombustibles (etanol, reemplazo de la gasolina y del diesel), tales como la palma africana, la caña de azúcar, la remolacha.

Algunas de estas actividades extractivas son de muy larga data, como la minería. Desde la aparición del cobre hace 9,000 años hasta los elementos hoy conocidos como estratégicos (coltán, niobio, iridio, torio -futuro sustituto del petróleo-), la historia de la humanidad va de la mano de la investigación minera.

La generación de energía es cada vez más vital. ¿Por qué entonces las llamadas industrias extractivas están causando tanto daño, produciendo tanta conflictividad social, siendo tan resistidas por las poblaciones? Por la forma en que se hacen.

En Guatemala, estas industrias extractivas (centrales hidroeléctricas, minería, cultivos extensivos dedicados a la generación de agrocombustibles) constituyen hoy uno de los principales conflictos abiertos en términos político-sociales. Dado que se realizan en territorios donde habitan los pueblos originarios de origen maya (con 4,000 años de pertenencia a esos sitios), para los habitantes de esas regiones la llegada de estas iniciativas no representó, precisamente, una buena noticia. ¿Por qué? Por las características con que esa industria extractiva, dada por capitales multinacionales asociados en general a grandes capitales nacionales, se ha venido comportando. De hecho, ha producido el despojo de los territorios ancestrales de los pueblos originarios, con argucias legales o por la fuerza. Los movimientos campesinos-indígenas allí asentados (este es un fenómeno que se da similarmente en toda Latinoamérica) protestan por ese despojo, por lo que hoy representan la principal afrenta al sistema capitalista dominante. La lucha de clases, que nunca ha desaparecido, se expresa hoy a través de ese conflicto.

Por otro lado, esas industrias son altamente contaminantes, agresivas para el medio ambiente, al menos en la forma en que se vienen realizando: dejan sin agua o sin tierra cultivable a los pueblos originarios, lanzan desechos químicos tóxicos que contaminan mortalmente la flora y la fauna atentando también contra la vida humana, crean problemas que nunca solucionan más allá de las promesas, destruyendo el equilibrio natural.

Quizá sin representar una propuesta clasista, revolucionaria en sentido estricto (al menos como la concibió el marxismo clásico, como han levantado los partidos comunistas tradicionales a través de los años en el siglo XX), estos movimientos de protesta representan una clara afrenta a los intereses del gran capital transnacional y a los sectores hegemónicos locales. En ese sentido, funcionan como una alternativa anti-sistémica, una llama que se sigue levantando, y arde, y que eventualmente puede crecer y encender más llamas. De hecho, en el informe “Tendencias Globales 2020 - Cartografía del futuro global”, del Consejo Nacional de Inteligencia de los Estados Unidos, dedicado a estudiar los escenarios futuros de amenaza a la seguridad nacional de ese país, puede leerse: “A comienzos del siglo XXI, hay grupos indígenas radicales en la mayoría de los países latinoamericanos, que en 2020 podrán haber crecido exponencialmente y obtenido la adhesión de la mayoría de los pueblos indígenas (…) Esos grupos podrán establecer relaciones con grupos terroristas internacionales y grupos antiglobalización (…) que podrán poner en causa las políticas económicas de los liderazgos latinoamericanos de origen europeo. (…) Las tensiones se manifestarán en un área desde México a través de la región del Amazonas”.

Sin dudas, la apreciación geoestratégica de Washington no se equivocaba: vemos claramente en Guatemala -así como se ve también en otros países de la región- estos movimientos indígenas y campesinos en una fuerte lucha contra toda la industria extractiva, vivida como invasión, como factor de exterminio.

La respuesta del Estado, defensor en definitiva de los capitales (nacionales y multinacionales) y no juez ecuánime entre todas las partes, es la represión. Los despojos de tierras ancestrales en muchos casos son hechos por la propia policía y/o el ejército, instituciones del Estado pagadas con los impuestos de toda la población. Pero en estos momentos, la situación se pone peor aún para los sectores populares. Se vuelven a repetir modalidades que se dieron en los peores años de la guerra contrainsurgente. Es decir: asistimos a mecanismos de terror, con desapariciones, amenazas veladas y abiertas, asesinatos selectivos de líderes comunitarios. Ello, acompañado de la criminalización de todas las luchas campesinas. ¿Vendrán luego las masacres de poblaciones completas?

De hecho, en estos últimos días esa represión se ha intensificado. En el último mes se ha presenciado la muerte de 7 líderes campesinos que enarbolaban luchas por sus justas reivindicaciones, con el silencio cómplice del Estado. En los norteños departamentos de Alta Verapaz y Baja Verapaz (https://www.aporrea.org/internacionales/a265176.html), la situación está al rojo vivo.

¿Quién había dicho que la lucha de clases terminó? ¿Dónde quedó aquello de “resolución pacífica de conflictos”?



miércoles, 20 de junio de 2018

NOS QUIEREN HACER CREER QUE EL PROBLEMA DEL PAÍS ES LA CORRUPCIÓN. ¡¡¡MENTIRA!!!




La diputada Delia Bac se “robó” la construcción de un tramo carretero para beneficiar su propio spa. ¡Condenable! ¡Tremendo acto de corrupción!, sin dudas… Merece castigo. ¿Cuánto gana mensualmente un diputado? (entre salario y lo que puede robar). ¿10,000 dólares? (80,000 quetzales), ¿30,000 dólares? (más de 200,000 quetzales)

¿Cuánto embolsa un grupo azucarero en promedio mensual? ¡5 millones de dólares! ¿Se les condena alguna vez por desviar ríos?

¿DÓNDE ESTÁ EL ROBO: EN EL DIPUTADO (un clasemediero muerto de hambre que legisla a favor de los poderosos y roba las migajas que puede) O EN LA ESTRUCTURA ECONÓMICO-SOCIAL DE BASE?



martes, 19 de junio de 2018

¿BLOQUEOS O JUSTAS PROTESTAS?




En Semana Santa, durante el desarrollo de las procesiones, el tráfico se torna un caos. Pero ningún medio comercial de comunicación lo presenta así.

Para el 15 de septiembre, con el recorrido de las antorchas, el país se torna un caos. Pero ningún medio comercial de comunicación lo presenta así.

Cuando los movimientos campesinos salen a protestar por sus justas demandas, los medios comerciales de comunicación (los que defienden la situación actual, es decir: la explotación, la precarización en las condiciones de trabajo, la miseria del 60% de la población, el analfabetismo, el racismo, el patriarcado) presentan los hechos como caos, desorden, anarquía.

¿Y LA OBJETIVIDAD? ¿O LOS GRUPOS MÁS POSTERGADOS NO TIENEN DERECHO A PROTESTAR?

lunes, 18 de junio de 2018

DENUNCIA





La comunidad de Monte Blanco (de origen maya q’eqchi y poqomchi), ubicada en la Sierra de las Minas, municipio de Purulhá, Baja Verapaz, miembro del Consejo de Pueblos de Tezulutlán “Manuel Tot”, cuyos habitantes, haciendo uso del derecho establecido en el artículo 45 de la Constitución Política de la República de Guatemala, se declararan en “resistencia pacífica” contra las empresas hidroeléctricas que ilegalmente se están ubicando en la región violando lo establecido por convenciones internacionales ratificadas por el Estado guatemalteco, FUE TIROTEADA EL DÍA DE AYER DESDE HELICÓPTEROS DE LA SEGURIDAD DE LA EMPRESA "HIDROELÉCTRICA SACJÁ".

¡BASTA YA DE ATENTADOS CONTRA DEFENSORES DE DERECHOS HUMANOS Y POBLACIÓN QUE RECLAMA CONTRA LAS INJUSTICIAS!



jueves, 14 de junio de 2018

miércoles, 13 de junio de 2018

“ME REPUGNA EL PAÍS DONDE DESPUÉS DE UN ABORTO LAS RICAS SE CONFIESAN Y LAS POBRES SE MUEREN”





Documento de una doctora argentina, absolutamente válido también en Guatemala


En una cruda carta, una ginecóloga católica argumenta a favor de la legalización del aborto
08/06/2018 – Diario Clarín, Buenos Aires, Argentina

La médica, de Tucumán, publicó el texto en su muro de Facebook. El post fue compartido más de 50.000 veces en menos de 48 horas.

Una médica ginecóloga de San Miguel de Tucumán publicó este miércoles en su muro de Facebook un texto en el que argumenta —con una crudeza que eriza la piel— por qué, a pesar de ser católica practicante, tiene una posición favorable a la despenalización del aborto. Con mínimos ajustes para mejorar su legibilidad, se reproduce aquí el texto completo, que en menos de 48 horas fue compartido más de 51.000 veces.

No soy neutral

Mi nombre es Cecilia Ousset. Soy católica, médica, especialista en tocoginecología, madre de cuatros hijos. Trabajo actualmente en el sistema de salud privado, aunque me formé y trabajé en el Sistema Público en la Ciudad de Mendoza.
Mi récord personal son dieciocho legrados en una guardia. Vi morir mujeres (a veces madres de varios chicos), que pasaron lamentablemente sus últimos minutos lúcidas conmigo.
Nunca estuve y tal vez no estaré de acuerdo con el aborto en sí; es por esa razón que nunca me hice un aborto y tampoco se lo hice a nadie; a pesar de conocer la técnica perfectamente y ser muy buena (perdón por no ser modesta), en la realización de legrados.
Muchísimas veces tuve que hacer legrados en el Hospital para “terminar” abortos clandestinos. Mi récord personal son dieciocho legrados en una guardia. Vi morir mujeres (a veces madres de varios chicos), que pasaron lamentablemente sus últimos minutos lúcidas conmigo y una policía preguntándole “quién le había realizado el aborto porque era un delito”. Sinceramente, nunca jamás escuché a alguna decir el nombre del que o la que había cobrado por sus inexpertos servicios.
Recuerdo esas guardias donde armábamos las partes fetales en la mesita quirúrgica para asegurarnos de que no le quede nada adentro a la madre. Siempre la parte más difícil de sacar del útero era la cabeza, porque al ser redonda, rodaba cada vez que la quería “atrapar” con la pinza. Estas mujeres se enteraban tarde del embarazo e intentaban el aborto con más de doce semanas de gestación. Muchas veces esas chicas estaban en mal estado clínico y con el útero o el intestino destrozado.
La mayoría eran mujeres jóvenes, pobres, algunas con otros hijos; que llevaron el dolor, la fiebre, el olor a podrido y el secreto del nombre del “abortero” hasta la tumba.
Esas mujeres que ingresaban mintiendo que “habían levantado un fuentón con la ropa de los chicos” y habían empezado a sangrar, eran para mí y mis compañeros de guardia, el inicio de una jornada violenta, y la suma de esas jornadas deben haber herido mi alma profundamente: abortos con perejil, con agujas de tejer, con permanganato de potasio, con oxaprost en cantidades insuficientes. Todos servicios pagados en la medida de las paupérrimas posibilidades al inexperto o inexperta del barrio.
La mayoría eran mujeres jóvenes, pobres, algunas con otros hijos; que llevaron el dolor, la fiebre, el olor a podrido y el secreto del nombre del “abortero” hasta la tumba.
Estoy segura de que es la primera vez que me expreso sobre todo esto. Creo que algunas veces lloré en la intimidad de mi casa y en los brazos de mi esposo. Pero no por el dolor de esas chicas, sino por la impresión que me había dejado el hecho de haber terminado esos “trabajos” con la mayor objetividad y pericia posible.
Esas chicas fueron objeto. En todo momento fueron deshumanizadas y juzgadas. Como lo que habían hecho era ilegal, eran repudiadas desde que entraban al hospital hasta que se iban (muertas o vivas con una causa judicial). ¡Estoy tan arrepentida de no haberlas comprendido, de no haberlas amado, de no haberlas acompañado amorosamente en un momento tan terrible!. Estoy tan arrepentida de haber tenido mi cerebro y mi alma tan limitada decidiendo quién tenía más o menos moral y quién merecía más o menos mi respeto!. Estoy tan arrepentida que siento que las palabras para expresarme todavía no se inventaron.
Después comencé mi práctica privada. Y ahí empecé a ver la otra cara de la moneda. Las chicas que me pedían un aborto “porque mi mamá me va a matar”, “porque quiero terminar mis estudios”, “porque se borró mi novio”, “porque me van a correr del trabajo y mi marido se fue de casa”, "porque soy catequista y esto es inadmisible”...
Me repugna un país donde después de un aborto las ricas se confiesen y las pobres se mueran
Siempre intenté con la palabra y el respeto de que sigan con su embarazo, buscando alguna salida. Porque muchísimas veces después de un aborto, hay arrepentimiento y dolor. Pero claro, cada uno tiene sus momentos de desesperación y sencillamente se iban (y se siguen yendo), a cualquier otro médico que les practique un aborto seguro en una clínica que les permite después seguir vivas para llorar, confesarse, y tener más hijos con una pareja continente o en una mejor situación emocional o económica.
Lo sé porque a esos partos yo misma los asisto. Lo sé porque vuelven conmigo a los controles porque aprendí a no juzgar sino a acompañar. Por todo eso, por dieciocho años en la práctica ginecológica, por mujer, por católica, por trabajar permanentemente mi interior para lograr la coherencia y abandonar en la mayor medida posible la hipocresía, digo: QUIERO ABORTO LEGAL, SEGURO Y GRATUITO para todas las mujeres que se encuentren en una situación desesperante e íntima.
La discusión en el Congreso de la Nación es si esta sociedad desea que entre las mujeres que indefectiblemente se van a practicar un aborto, se pueden lograr las mismas seguridades clínicas para hacerlo.
Me repugna un país donde después de un aborto las ricas se confiesen y las pobres se mueran, donde las ricas sigan estudiando y las pobres queden con una bolsa de colostomía, donde las ricas hayan tapado la vergüenza de su embarazo en una clínica y las pobres queden expuestas en un prontuario policial. La discusión no es aborto sí o aborto no. Eso lo dejemos para las discusiones de los creyentes y para tomar nuestras decisiones personales.
La discusión en el Congreso de la Nación es si esta sociedad desea que entre las mujeres que indefectiblemente se van a practicar un aborto, se pueden lograr las mismas seguridades clínicas para hacerlo. Para que las pobres no sean mujeres de segunda o tercera categoría. Para que las pobres también sigan vivas para arrepentirse, confesarse, tener un hijo con una pareja continente o en una mejor situación económica o emocional. Para que la sociedad sea menos hipócrita y haya en la realidad de la muerte, un poco más de amor.
"La esperanza tiene un corazón generoso, es una respuesta en la oscuridad y puede nacer cuando todo parece perdido".


El panorama que describe la ginecóloga es actual. Ella comenzó a percibirlo hace 18 años. Los ginecólogos de nuestra generación podemos asegurar que es idéntico al que vivimos hace 60 años, cuando comenzamos. Puedo dar testimonio muy fundamentado de lo que estoy diciendo. Una tragedia social. Una lacra de la que son responsables los sucesivos gobiernos de todos los colores que tuvieron la oportunidad de dar una respuesta y evidentemente, no hicieron nada. R.B.