Como acertadamente lo dice Edilberto Aldán, hoy "un fantasma
recorre nuestro diario convivir, el fantasma del lenguaje políticamente
correcto".
Aunque no esté muy claro -o en absoluto claro- en qué consiste esta "corrección",
existe un consenso generalizado respecto a que debemos practicarla, que debemos
ser "políticamente correctos".
Empujados por esta tendencia, entonces, no podemos decir "negros"
sino "gente de color"; siempre hay que hacer la referencia
explícita de género y no olvidar nunca decir "bienvenidos y
bienvenidas", "los y las presentes", o utilizar
esa jerigonza de "los y las niñ@s" o "los
y las niñXs". En esa línea, también, no se debe decir "discapacitados" sino "gente
con capacidades especiales", hay que decir "homosexuales" y
jamás mencionar "maricones"; se debe usar "tercera
edad" en vez de "ancianos" -ni pensar
en decir "viejos"-, referirse a los ciegos como "no
videntes" y se debe evitar usar la palabra "gordo" reemplazándola
por "persona con problemas de alimentación". De igual
modo, es políticamente correcto hablar de "pueblos
originarios" en vez de "indios", o de "trabajadoras
del sexo" en vez de "prostitutas" -por
supuesto decir "putas" es sacrílego-. Nunca se ha
escuchado insultar a nadie diciendo "¡hijo de sexoservidora!",
pero eso sería lo correcto. La palabra "sirvienta" debe
ser sustituida por "colaboradora doméstica", y nunca
decir "ex borracho" sino "alcohólico
recuperado". Y hay que desechar el ofensivo "travesti" por "transexual".
La intención que mueve toda esta práctica sin dudas es loable; anida ahí
el intento de poner en evidencia situaciones de exclusión, de discriminación,
de flagrante injusticia, y su visibilización -al menos en el ámbito del
lenguaje- es ya un primer paso para luchar por su erradicación. Tener un
lenguaje políticamente correcto sería, siguiendo esta lógica, una manera de
comenzar a luchar por un cambio. Ahora bien: ¿cambian efectivamente las cosas
por un cambio en su designación?
Esto lleva a cuestionarnos, entonces, qué es la corrección política. ¿Es
una manera cortés de decir las cosas? ¿Es una buena forma socialmente aceptada
de presentar los hechos, con diplomacia, con tacto? ¿Es una actitud de
ecuanimidad, de equidistancia para con todos? ¿Es un real intento de transformación
de las injusticias?
Insistimos: puede ser un primer paso para sacar a luz ciertos problemas,
para ponerlos a debate. Pero hay que tener cuidado de no caer en un puro
ejercicio cosmético, en definitiva gatopardismo funcional al statu quo.
Por cierto que el lenguaje políticamente correcto tiene sus raíces en
posiciones de izquierda, pero el discurso conservador puede también apropiarse
de él con intereses de maquillaje. Lo importante a cambiar, además del
lenguaje, fundamentalmente son las actitudes de base para con los fenómenos en
cuestión, y las relaciones de poder reales que los enmarcan, en muchos casos
trasuntadas en políticas públicas. Por el hecho de decir "pueblos
originarios", ¿cambian efectivamente las relaciones sociales que marginan
a los "inditos", a los "pinches indios", a los
históricamente excluidos? ¿Mejoran su situación social las mujeres que ejercen
la prostitución al ser llamadas "sexoservidoras"? ¿Cómo y en qué
mejoran? Cambiar "patria" por "matria" o "fraternidad"
por "sororidad", ¿equipara la situación de mujeres y varones logrando
la real equidad de géneros, o nos puede conducir a atolladeros cuestionables?
Esta invasión de corrección política que vamos viviendo intenta comenzar
a remediar una situación ancestral, pero también comporta el riesgo de crear un
nuevo maniqueísmo -injusto y absurdo como todos- donde lo correcto (como
siempre: de difícil definición, y por supuesto de mi lado) está en concordancia
con el bien, y lo incorrecto políticamente (detentado, desde ya, por los otros)
representa el mal. "El infierno son los otros", decía
sarcásticamente Jean Paul Sartre.
Como todas las formalidades, también la corrección política afronta el
peligro de terminar siendo un gesto vacío, y para el caso que nos toca,
peligroso. Peligroso, en cuanto puede ayudar a dar la sensación que ha cambiado
la esencia de un problema, siendo que en realidad sólo cambió su nominación. La
situación de las mujeres en el mundo sigue siendo de fenomenal diferencia con
respecto a la de los varones, por ejemplo, aunque machaconamente pongamos la
marca de género en cada palabra; claro que ese cambio de lenguaje puede
implicar un cambio de actitud, pero también puede servir sólo para barnizar la
realidad.
Las declaraciones políticas, las pomposas presentaciones de Naciones
Unidas o lo que pueda expresar el diplomático de una potencia es siempre
"políticamente correcto", pero ello no significa que sea cierto. La
política -arte de gobernar, de dirigir, de moverse en la polis-
difícilmente pueda ser correcta; el ejercicio del poder es eso: puesta en acto
de una diferencia de poderíos, de fuerzas asimétricas. ¿Cómo, entonces,
pretender corrección en algo que casi por definición no va de la mano, o
incluso rehúye a la idea de lo correcto? ¿Ser políticamente correcto es no ser
ofensivo? El discurso diplomático también lo es, por cierto. ¿Es eso lo que
buscamos?
Téngase en cuenta que mucho, por no decir todo, lo que hoy es
reivindicado como discurso "políticamente correcto", curiosamente viene
impulsado por los grandes factores de poder que dominan el mundo. Todo el campo
de las ONG’s y sus agencias donantes, así como los organismos crediticios internacionales
(FMI, Banco Mundial, BID) se empeñan esmeradamente en mantener ese discurso de
presunta corrección, financiando los esfuerzos que se enfilan por allí.
Curioso, ¿verdad?
Si pretendemos no discriminar, más que insistir -por ejemplo- en el
género de los adjetivos que usamos ("contentos y contentas",
"todos y todas"), debemos partir de ver y hacer ver por qué hay
discriminación, qué relación de poderes se juega ahí y, en todo caso, qué
acciones se deben tomar para acabar con ese desbalance. El uso, o si se
prefiere: el abuso, del lenguaje políticamente correcto, puede recordarnos
aquel dicho: "de lo sublime a lo ridículo sólo hay un paso" pues,
como sucedió en alguna oficina ante el robo continuado de materiales de trabajo
(papeles, lápices, etc.), alguien muy molesto escribió: "¡no seamos cacos,
por favor!", ante lo cual, por ¿equidad de género?, alguna mano anónima
agregó: "¡ni cacas!"
Si el enemigo de clase, si la clase dominante, si quienes siguen
explotando y diezmando a la clase trabajadora internacional (sean varones o
mujeres, blancos o negros, heterosexuales u homosexuales, o LGTBIQ) se esfuerza
tanto en mantener esa "corrección" ("¡pongan “equidad de género”
por todas partes", nos exigía un funcionario de Naciones Unidas a los
técnicos que estábamos preparando un proyecto de desarrollo, "si no, el
financista no suelta los dólares"!"), eso debería llamarnos la
atención.
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