martes, 18 de agosto de 2020

HORTOGRAFÝA: ¿UN DOLOR DE CABEZA INNECESARIO?

 

“Se benden tortillas”, “Pinchaso”, “No horinar aquí”, “Se hasen valcones”. Anuncios así no nos sorprenden; por toda la geografía nacional los encontramos. Incluso en más de algún aparato público puede leerse tranquilamente “Telefono”, sin tilde. Y aún más: en un cuadro del presidente Juan José Arévalo se ve en su banda presidencial la palabra “Livertad”. ¿Somos unos brutos que no sabemos escribir? La cuestión es más compleja.

 

Sin dudas en Guatemala, pese a un Nobel de Literatura (Miguel Ángel Asturias), un Príncipe de Asturias (Tito Monterroso), un Premio Internacional Juan Rulfo (Mario Monteforte Toledo) –grandes galardones de las letras mundiales– la ortografía es aún una asignatura pendiente. Casi el 20% de analfabetismo abierto, más allá las mencionadas luminarias literarias, no augura sino más faltas de ortografía. Ahora bien: ¿es grave eso?

 

Retomando lo que dijeron otros grandes literatos de la región, el uruguayo Mario Benedetti por ejemplo, podemos pensar algo más integral, más superador del asunto: “Los escritores latinoamericanos deberíamos dedicarnos a analizar otras cuestiones más importantes que afectan nuestra lengua, entre ellos, la alta tasa de analfabetismo que soporta la región”. O, como planteara el colombiano Gabriel García Márquez: “¡Juvilemos la hortografía! [Debemos] hacerla más humana, afable, familiar. (…) que se busque fin a ese tormento que padecen los hispanoparlantes desde la escuela”.

 

En realidad, la pregunta de fondo debería a apuntar a lo que señala Benedetti, o más aún, al meollo que está en juego en todo esto: ¿hasta dónde son necesarias esas tediosas reglas ortográficas? ¿Qué agregan ellas de verdaderamente positivo a la vida?

 

Seguramente decir esto traerá como reacción inmediata una andanada de críticas (viscerales en muchos casos) defendiendo a capa y espada la ortografía. El debate, por cierto, no es nuevo. De hecho circula por allí un Manifiesto contra la Ortografía, donde se llama a su olvido para “dejar que todos podamos tener el derecho sagrado de escribir como nos dé la real gana y no como los académicos de la lengua española, en uso de su anacrónico y monárquico poder quieren que escribamos”.

 

Ahora bien: tomando la posición de quienes la adversan (que además de García Márquez son otros muchos buenos escritores): ¿qué aportaría en el rótulo “hasen” en lugar de “hacen”? ¿Habría más “livertad” si la escribimos con b alta? ¿Dejaríamos de “horinar” en la calle si el rótulo fue escrito sin h? ¿Para qué se mantiene la ortografía?



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