lunes, 27 de febrero de 2023

ACCIDENTES DOMÉSTICOS

Roxana era tremendamente celosa. Siempre lo había sido, desde el noviazgo; ahora, con casi veinte años de casada, su desconfianza hacia la conducta de su marido había crecido en forma exponencial.

 

Alejandro alimentaba esa paranoia. Mujeriego incorregible, continuamente andaba a la caza de alguna presa. Así había sido desde el noviazgo también. Con el tiempo, su capacidad para ocultar pistas se había perfeccionado. Nunca, en todo el tiempo de casados, su esposa pudo descubrir algo, más allá de las razonables sospechas.

 

Desde dos meses atrás tenía nueva secretaria: Ingrid, una simpática veinteañera que no disimulaba su coquetería. Sus atrevidas minifaldas tenían loco a su jefe. Las insinuaciones no faltaban, pero la joven sabía esquivarlas muy bien. Ella era monogámica, sintiéndose profundamente enamorada de su novio.

 

Como una forma de ir ganándose la confianza de la muchacha para poder acceder a algo más -así fantaseaba él, al menos-, Alejandro le había dicho que podía utilizar su baño privado cuando lo deseara. Ingrid, por pura comodidad para no ir hasta el baño común de la oficina que quedaba bastante más retirado de su escritorio y solía estar ocupado, aceptó. Fue así que se le hizo común entrar un par de veces al día a ese sagrado recinto.

 

Ingrid tenía una obsesión culinaria: le gustaba la comida con excesivo picante. Eso, y la falta de fibra, hacía que sus heces fueran especialmente duras. El taponamiento del baño, por tanto, le era frecuente. Un par de veces le había sucedido en la oficina del jefe, lo que la llenó de una culpa indecible, aunque siempre pudo lograr destapar el inodoro después de echar agua innúmeras veces. Se había prometido comer mucha avena para evitar esto, pero nunca recordaba hacerlo.

 

Aquel miércoles por la tarde, sucedió una vez más. El día anterior había sido el cumpleaños de su hermana, y el festín de pizza con muchísimo chile picante fue casi orgiástico, desenfrenado. Alrededor de las tres de la tarde, nuevamente el baño se tapó. En los intentos de destaparlo estaba cuando, inesperadamente, llegó Roxana. Su jefe se dio cuenta que algo estaba pasando, porque Ingrid se demoraba demasiado, y ya había hecho correr el agua del depósito no menos de diez veces.

 

Alejandro temblaba por dentro por esta inoportuna visita, pero no quería hacerlo evidente ante su esposa. Que la secretaria utilizara su baño privado podía ser motivo para una escena tormentosa, y si las cosas no se detenían a tiempo, Roxana podría pedir el divorcio por infidelidad a partir de ese nimio detalle. No había ninguna prueba pero, como diría Goya: “el sueño de la razón produce monstruos”. Ingrid, al escuchar la voz de la esposa, de quien conocía sus celos exorbitantes por boca de su jefe, comenzó a temblar más que Alejandro.

 

Roxana dijo que iba al baño. Jefe y secretaria perdieron el aliento. No había en absoluto algo de malo en que se le pudiera decir a la señora que había habido un percance, y que el baño ahora estaba ocupado. Pero en la situación presente, dadas las circunstancias, eso podía terminar en tragedia.

 

Y así terminó. La secretaria quiso escapar por una pequeña ventana, pero quedó atascada, porque el tamaño no permitía el paso del cuerpo de un adulto. Los bomberos, que llegaron en un momento, demoraron más de una hora en poder destrabarla. Alejandro sufrió un paro cardíaco que lo llevó al hospital -tuvo que llegar otra ambulancia para asistirlo-. Y Roxana pidió el divorcio -que ningún juez quiso otorgar, pues no había ninguna evidencia sólida que pudiera sustentarlo-.

 

Cosa curiosa, o si se quiere, tragicómica: nadie se acordó del inodoro tapado, y así quedó por espacio de más de una semana. Los fétidos olores que inundaban toda la oficina hicieron que uno de los quince empleados que allí laboraban, buscara solucionar el problema. Ingrid se sintió tan avergonzada que al día siguiente presentó su renuncia con carácter de indeclinable. El vicepresidente de la compañía, que sustituía temporalmente al convaleciente Alejandro, no tuvo mejor idea que colocar varios cartelitos en la oficina con la inscripción: “Hay que comer mucha fibra y aguacate”.

 

Ah, me olvidaba: el baño siguió tapado casi un mes, pese a los intentos que realizaron con soda cáustica, detergente, bicarbonato de sodio, vinagre, gaseosas y sopapas. Fue necesario llamar una vez más a los bomberos, quienes encontraron el feto que obstruía el paso. Como la situación no dejaba de ser confusa, el juez interviniente se apuró a dar lugar al juicio de divorcio, con lo que el hecho pasó a ser la comidilla nacional por más de una semana -los medios hacen fanfarria, y negocio, de cualquier cosa- hasta que se declaró la guerra con el país vecino. Fue ahí que se comenzaron a tapar muchos más inodoros.




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